Los ladridos excesivos son una de las principales preocupaciones de muchos tutores de perros. Sin embargo, lejos de ser un simple “mal comportamiento”, esta conducta suele tener causas emocionales o comunicativas más profundas. Así lo explica Laura Londoño, veterinaria y divulgadora en Instagram (@lau.vet), donde suma más de un millón de seguidores.
“Vamos a romper esa creencia de que los ladridos son simplemente una forma de sacarnos canas o darnos dolor de cabeza. Definitivamente, esa no es la razón”, afirma Londoño en una de sus últimas publicaciones.
La profesional insiste en que los ladridos no deben ser vistos como un acto de rebeldía, sino como un lenguaje natural del perro, una forma legítima de comunicación. En muchos casos, detrás del ladrido se esconde un mensaje claro: algo está pasando y necesito que lo veas.
Una señal de alerta, no de desobediencia
“El perro necesita avisar, necesita alarmar a los demás”
“Es una forma en que el perro está diciendo: ‘¡Ayuda! Algo está pasando, reacciona’”, señala Londoño. En particular, cuando el perro está con la correa, los ladridos tienen una explicación relacionada con su percepción territorial, ya que sienten que deben proteger ese espacio, por lo que tienden a mostrarse más reactivos.
Este tipo de ladrido, conocido como ladrido de alerta, responde a un instinto protector que puede intensificarse si no se educa adecuadamente al animal en la gestión del entorno y la socialización. “El perro necesita avisar, necesita alarmar a los demás”, aclara la veterinaria.
Claves ocultas detrás del ladrido
El vínculo emocional y la frustración
Además del componente territorial, Londoño explica que un vínculo inadecuado entre el perro y su tutor puede dar lugar al ladrido por frustración, una forma de comunicación mucho más compleja de lo que parece a simple vista. “Entre más le hablemos a nuestro perro, menos nos va a entender”, advierte.
En su análisis, asegura que muchos tutores interpretan los ladridos como una forma de desobediencia o manipulación emocional. Sin embargo, lo que suele ocurrir es que el perro no ha aprendido a calmarse por sí solo. Cuando todo es estimulación (juegos, atención constante, recompensas...), se refuerza la necesidad de llamar la atención para obtener respuesta, y eso puede convertirse en un problema a largo plazo.