Durante mucho tiempo, la medicina preventiva de perros y gatos se basó en la idea de que “toca vacuna”, “toca desparasitación”, “toca refuerzo”. La cartilla era una especie de metrónomo: cada año, las mismas vacunas; cada tres meses, los mismos antiparasitarios; cada anomalía leve, algún fármaco. Pero en muchas clínicas, este modelo está quedándose atrás. Un enfoque más flexible, más ajustado a la biología de cada especie y más fundamentado en datos se está imponiendo poco a poco, borrando la frontera entre prevención mecánica y prevención inteligente.
Ese cambio se hace evidente y los veterinarios cada vez con más conscientes de ello. En Molins de Rei, María de Jesús García, especialista en medicina integrativa, lleva años observando que la inmunización real de los animales no coincide siempre con el calendario tradicional. Y en Barcelona, Melania Nichetti, veterinaria italiana y directora del Centro Veterinario Holistic, ha visto cómo sus propios pacientes responden mejor a un modelo preventivo basado en medir antes de actuar. Ambas coinciden en que la prevención moderna debe partir de una pregunta distinta: no “qué toca”, sino “qué necesita realmente este animal”.
Gato veterinario
El punto de inflexión llegó con la incorporación habitual de los test de anticuerpos. Estas pruebas rápidas permiten comprobar si un perro o un gato mantiene defensas suficientes contra enfermedades importantes. “En una hora sabemos si está protegido”, explica Nichetti. “Si lo está, no hay motivo para revacunar solo porque ha pasado un año. Vacunar no es un ritual anual: es una decisión clínica que debe basarse en datos”.
García coincide y amplía esa idea: “En los primeros años de vida hay que vacunar bien, porque el riesgo es alto. Pero después, no tiene sentido vacunar de forma automática cada año. Hay que mirar al paciente, no solo al protocolo”. Esta lógica se hace especialmente evidente en los gatos, donde el cuerpo reacciona de forma muy particular. Muchos conviven con virus latentes como el herpesvirus felino, que aparecen en momentos de estrés. “El 90 % de los gatos es positivo a herpesvirus”, recuerda García. “Es un virus latente, como nuestras aftas bucales. Si ya lo tienen, no tiene sentido revacunar cada año de algo que su sistema inmune está gestionando”.
En los primeros años de vida hay que vacunar bien, porque el riesgo es alto. Pero después, no tiene sentido vacunar de forma automática cada año; hay que mirar al paciente, no solo al protocolo
Además, los gatos presentan mayor sensibilidad a las inflamaciones en el punto de inyección. En raros casos, esas inflamaciones pueden evolucionar en tumores agresivos. Por este motivo, muchas clínicas han cambiado la localización de las inyecciones. “En gatos, las vacunas deben ir en extremidades”, explica García. “Si aparece un tumor en la zona del cuello es muy difícil operar. En una extremidad podemos actuar; en la zona escapular, no”.
Perros y gatos
Las guías internacionales ya han asumido estas particularidades. Para gatos que viven en pisos sin contacto con otros felinos, recomiendan espaciar la revacunación esencial a tres años. Aun así, la prevención no se relaja en situaciones de riesgo. Para los que entran en contacto con colonias felinas, las enfermedades como la leucemia y la inmunodeficiencia felina exigen una atención especial. “Si un gato convive con ferales, la leucemia debe vigilarse de cerca. La vacuna puede ser decisiva”, señala Nichetti. Sobre la inmunodeficiencia, añade: “No existe vacuna. Aquí la prevención pasa por evitar peleas y contactos de riesgo. La esterilización ayuda mucho”.
En los perros, la lógica es parecida, pero adaptada a un entorno más cambiante. La vida canina transcurre entre calles, parques y estímulos constantes. El primer año de vida sigue siendo crucial: sin las defensas maternas, los cachorros necesitan protección frente a enfermedades potencialmente mortales. “En edades tempranas, estas enfermedades pueden ser mortales. El primer año hay que hacerlo bien”, insiste García. Pero una vez superada esa fase, también en perros se recomienda evaluar la inmunidad antes de repetir dosis.
La excepción principal es la leptospirosis. En zonas urbanas y húmedas como Barcelona, los roedores actúan como reservorio de esta bacteria. “La leptospirosis sí debe mantenerse cada año si el perro pasea por parques o zonas naturales”, indica Nichetti. La clave no es la repetición por costumbre, sino la exposición real.
La rabia introduce otro matiz: la legislación. Aunque existen vacunas con protección trienal, cada comunidad autónoma establece su normativa. En Cataluña no es obligatoria de forma general, mientras que en otras regiones sí lo es anual. Además, cualquier desplazamiento fuera de la comunidad exige cumplir requisitos más estrictos. Aquí, la prevención depende tanto de criterios médicos como de reglas administrativas.
Si un gato convive con ferales, la leucemia debe vigilarse de cerca. La vacuna puede ser decisiva
La revisión del modelo también afecta a la desparasitación interna, históricamente marcada por un protocolo rígido. Durante años, muchos animales recibieron antiparasitarios cada tres meses sin importar su estilo de vida. Hoy esta rutina se reconsidera. “Si el animal no tiene parásitos, no hay lógica en medicarlo preventivamente cada pocos meses”, explica Nichetti. En lugar del automatismo, las clínicas empiezan a utilizar coprológicos —análisis de heces— para detectar si realmente existe infección. Solo entonces se administra medicación. En animales con bajo riesgo, como los gatos de interior, la desparasitación se adapta todavía más: controles puntuales y, cuando es apropiado, antiparasitarios naturales. Sobre la conducta de algunos perros que ingieren heces, Nichetti puntualiza: “No es que todos los perros lo hagan, pero algunos sí. Y es una vía clara de transmisión”.
La salud es un equilibrio
Pero detrás de todos estos cambios técnicos hay una transición más profunda. La veterinaria preventiva empieza a entender la salud como un equilibrio más amplio, donde la alimentación, la gestión del estrés y la calidad de vida juegan un papel tan importante como una vacuna bien puesta. “La nutrición es medicina preventiva”, afirma Nichetti. “Una buena alimentación refuerza el sistema inmune y reduce la necesidad de fármacos”. Y añade una dimensión que suele quedar fuera del debate: “Respetar el carácter del animal también es prevención. Un perro estresado enferma más; un gato cuya personalidad no se respeta, también”.
España se encuentra en una posición intermedia dentro de este cambio global. Por un lado, la población está muy concienciada respecto a la vacunación clásica. Por otro, la adopción de modelos más personalizados avanza de manera desigual. García lo resume desde su experiencia: “España es puntera en vacunación; la gente está concienciada. Pero la normativa a veces es demasiado protocolaria y no permite individualizar”. Nichetti, desde su enfoque holístico, coincide parcialmente: “En medicina natural estamos un poco a la cola, aunque cada vez más personas lo piden”.
El perro debe tener todas sus vacunas al día.
El futuro de la prevención veterinaria en España parece inclinarse hacia un equilibrio entre rigor científico y sensibilidad hacia las necesidades individuales de cada animal. Una prevención que deja atrás el piloto automático y apuesta por decisiones informadas, análisis, observación y comprensión del estilo de vida de cada caso. La vacunación sigue siendo fundamental, pero ahora se ajusta a la inmunidad real. La desparasitación ya no es química por defecto, sino selectiva. La nutrición y el bienestar pasan a ocupar el lugar central que siempre les correspondió.
El cambio es profundo, pero sencillo en su conclusión: no se trata de vacunar más, sino de vacunar mejor. Y, sobre todo, de comprender que la medicina preventiva no es una lista de fechas, sino un razonamiento vivo que se adapta a cada animal, a su salud y al mundo en el que vive.


