“A mi perro lo vi en una tienda de animales, estaba pasándolo francamente mal; lo tenían embutido en una jaula en la que casi ni cabía, era una crueldad”
Testimonios
La asociación que lidera del Arco lleva años luchando por la adopción responsable y la desestigmatización de los Perros Potencialmente Peligrosos (PPP). “Son perros, todo se fundamenta en su educación, y la gran mayoría nunca generan ningún tipo de conflicto”, explica
Cristina del Arco es la presidenta de la asociación.
Se la ve una guerrera animalista contundente, una mujer que lucha para mejorar la realidad cotidiana de tantos perros de nuestro país. Es Cristina del Arco, tiene 52 años y vive en Hospitalet del Llobregat. Y es presidenta de la Asociación para la Protección de los PPP (Perros Potencialmente Peligrosos) en Cataluña, una organización que lleva años luchando por la adopción responsable y la desestigmatización de estos peludos. “Los PPP están muy discriminados, hace falta divulgación y pedagogía, hay que sacarles el estigma que acarrean. Son perros, todo se fundamenta en su educación, y la gran mayoría nunca generan ningún tipo de conflicto”, matiza.
Cristina cuenta, emocionada, que cuando solo era una niña, en aquellos lejanos años 80, ya le dolía y le impactaba ver a tantos perros abandonados por las calles de la ciudad, deambulando como si formaran parte de una visión fantasmal. “De pequeña ya me pasaba el día cuidando de ellos; los limpiaba, les traía comida e incluso me las ingeniaba para construirles unos improvisados refugios con cartones. Realmente sufría mucho por ellos, y aquellas situaciones me sumían en una emoción de tristeza intensa”. Aunque, por lo visto, sus amigas tenían más facilidad para desconcentrarse de aquella ardua tarea de cuidar sin descanso a aquellos desvalidos animales.
“Recuerdo que ellas enseguida se ponían a jugar con cualquier cosa, y yo me quedaba sola cuidando a aquellos perros. De muy pequeña, recuerdo amenazantes furgonetas de los servicios municipales que perseguían a perros callejeros que nosotras cuidábamos con cariño y ternura infantil… Los cargaban en el furgón y se los llevaban a cualquier descampado o al monte, donde los hacían desaparecer. Para ellos eso significaba limpiar las calles. Para mis ojos frágiles de niña aquello era el mismísimo infierno; yo era muy peque y ya comprendía perfectamente que allí había un drama bestial”.
Cristina cuenta que tiene una hermana gemela y que, por aquel entonces, lo hacían todo juntas. “Nuestros padres no nos dejaban tener perros. Se lo pedíamos de manera insistente, recurrente, y al final conseguí, con 8 años, que mis padres nos dejaran tener una perrita. Era una mil leches, sin rabo (la pobre), se llamaba Negrita y era de color negro. Estuvo 17 años conmigo”.
A uno de mis perros lo vi en una tienda de animales, estaba pasándolo francamente mal; lo tenían embutido en una jaula en la que casi ni cabía, qué crueldad
Con ella aprendió a ser responsable, a tratar de ahorrar para poder pagar los cuidados del veterinario o a gestionar su propio tiempo personal, muchas veces para dárselo a Negrita. “Los animales no te fallan nunca, siempre están a tu lado… La condición humana es voluble y si te he visto no me acuerdo. Además, en la relación entre seres humanos se llegan a hacer cosas muy raras, muy contra natura. Demasiado a menudo, para hacerte respetar por una persona, te tienes que hacer el duro; con un perro jamás, si eres duro con ellos, la cosa no va a funcionar”.
Luego tuvo otro perro, un mestizo de pastor alemán. “Lo vi en una tienda de animales, estaba pasándolo francamente mal, el pobre. Lo tenían embutido en una jaula en la que casi ni cabía… Qué crueldad. Me lo llevé a casa y lo llamé Boogie. En aquella época estudiaba inglés, y una tarde decidí abrir el diccionario al azar y me salió esa palabreja. Y lo bauticé con aquel nombre tan divertido. Estuvo 13 años a mi lado”.
La asociación lleva años luchando por la adopción responsable y la desestigmatización de estos peludos.
Y fue a partir de esos años cuando Cristina empezó a implicarse en el mundo animalista como voluntaria. “Cuando entré en el tema de las protectoras de animales, mi primera reacción fue de gran impacto, me quedé tocada. Pero luego saqué fuerzas, no sé exactamente de dónde, y me puse manos a la obra. Mi férrea voluntad era tratar de ser lo más útil posible a la causa”.
Sin embargo, es realmente crítica con el voluntariado actual. Lo explica: “Creo sinceramente que la cosa se está pervirtiendo. Ya no es lo que era hace un tiempo… Empecé en el 2011 y siento que entonces el voluntariado era más puro, ahora veo que lo que se hace gratis, como un voluntario y nada más, se valora poco. Estamos en una sociedad que solo valora el trabajo y el esfuerzo pagado, remunerado, y eso es terrible. Sin duda, si esto sigue por esta senda, estamos perdiendo mucho como cultura humana”.
En Instagram cada vez detecto más postureo y menos autenticidad en relación con el cuidado animal
En ese sentido, además, observa que el voluntariado actual puede parecer que genera una especie de efecto perverso, “ya que mucha gente abandona y maltrata a sus perros, pero como los voluntarios nos dedicamos a cuidarlo”. Y añade que “parece que nuestra labor y nuestros esfuerzos no están haciendo más que perpetuar las cosas que no se hacen bien con los animales: perros abandonados y maltratados quedan invisibilizados por nuestra labor de voluntarios. No sé, me preocupa esta situación en la que estamos cayendo”.
También confiesa que cierto asociacionismo, así como las redes sociales, están de alguna manera generando una visión romántica e idealista de lo que significan los animales. “En Instagram, por ejemplo, cada vez detecto más postureo y menos autenticidad en relación con el cuidado animal. No soporto tanto teatro y tanta impostura, soy de las que apuesta por la verdad. Soy crítica con una parte del voluntariado animalista actual, por idealista y romántico. ¡Volvamos al compromiso social de verdad!”.
Así, Cristina cuenta que desde las redes de la asociación se pasan el día anunciando perfiles de animales abandonados, buscándoles familias adoptivas. Porque, como dice de forma contundente, “creo sinceramente que la lucha más radical y útil debería ser evitar que ocurra eso”.