Carlos Tarque, cantante de M-Clan: “En un viaje por la noche con la banda, me desperté y vi que la furgoneta se movía sin que hubiera nadie al volante; íbamos subidos en algo extraño”
VIP sobre ruedas
El también compositor hace una confesión sobre su forma de conducir: “A veces, me despisto, me quedo colgado mirando cosas”
Carlos Tarque es un cantante y compositor, miembro fundador del grupo musical M-Clan
Hay momentos en los que la vida solo arranca de verdad cuando damos el primer paso, y para Carlos Tarque ese paso llegó mucho antes de subirse a un escenario. Su historia comienza en Santiago de Chile, más tarde en Murcia -la ciudad que lo vio crecer- y desde entonces su vida no ha dejado de avanzar entre carreteras, salas, aeropuertos y trayectos que han moldeado no solo la voz que todos conocemos, sino también la forma en la que observa el mundo cuando viaja. En ese camino encontramos canciones que han acompañado a toda una generación, como Carolina (con el grupo musical M-Clan), He vuelto para veros arder o Credo. Pero también hay un sinfín de viajes: los de la banda, los suyos propios y aquellos de sus primeros años en los que no podía imaginar el lugar que iba a ocupar en el panorama musical.
A día de hoy, en Reliquias Tarque, su espacio de Instagram, nos cuenta breves historias que hay detrás de grandes canciones, haciendo que cobren vida de la manera más íntima. A todo esto se suma su presente: proyectos personales, giras, su impulso con la Asociación del Riff y un futuro que él mismo parece vivir, como si cada nuevo destino guardara una chispa inesperada. Hoy vamos a recorrer las rutas que han marcado no solo su carrera, sino también la vida de la voz de M-Clan.
Carlos Tarque, empezamos por algo sencillo, ¿qué sueles hacer cuando no estás en gira?
Cuando no estoy de gira, lo normal es que me ponga a componer o a trabajar ideas para nuevos discos. Generalmente, cuando preparas un álbum, tienes que empezar casi dos años antes de grabarlo; hay quien lo hace más rápido, pero en mi caso todo va más despacio y vamos compaginando conciertos con el proceso creativo. Este año terminé en febrero la gira de Tarque, mi proyecto personal, y me cogí unos meses libres, porque llevaba tiempo con esa idea que muchos llaman año sabático. Aunque he seguido componiendo un poco, he aprovechado para viajar, desconectar y hacer otras cosas.
¿Cuál es tu medio de transporte favorito?
El coche.
¿Qué coche tienes?
Tengo un Land Rover Discovery.
Cuando estás al volante, ¿tienes el mismo carácter que en el escenario?
Espero que no, porque la gente que viaja conmigo dice que soy un poco distraído. No me desconcentro tanto con móviles, sino que me quedo colgado mirando cosas y he tenido algún susto que otro, aunque intento conducir bien. Hago muchos kilómetros. Como vivo en el campo, en un pueblo cerca de Denia (Alicante), no suelo usar mucho el transporte público. Me resulta más fácil y rápido ir a Madrid en coche. Aprovecho para reivindicar que pongan un tren ya en Dénia, porque es alucinante que no tengamos la conexión; yo lo utilizaría.
¿Conduces bien? ¿Tu primer coche?
Yo creo que sí. Intento ser educado al volante, señalizar bien y no correr demasiado, porque los tiempos actuales ya no lo permiten. He hecho muchas locuras en el pasado, sobre todo durante las giras, por la prisa, y he acumulado bastantes multas de velocidad. Pero ahora, con la edad, ya no me importa perder 15 minutos, que es lo que tardas de más yendo a 120 en lugar de 150 km/h en un viaje largo; en ese tiempo no haces nada especial y, además, ahorras combustible.
Ya no me importa perder 15 minutos, que es lo que tardas de más yendo a 120 km/h en lugar de 150 km/h en un viaje largo; además, ahorras combustible”
¿Tu primer coche?
¡Sí! Un Opel Corsa Swing que era de mi padre; no me lo regaló, me lo vendió, aunque me lo dejó muy barato. Recuerdo que era incombustible, y con él me fui a Marruecos. Me saqué el carnet con 21 años, pero entonces no tenía coche, no tenía dinero y estaba liado con la música y otras cosas, por lo que luego tuve que reaprender a conducir con 26 o 27 años.
¿Recuerdas el eslogan y la canción?
Tarque se pone a cantar la letra del anuncio de los 80…
“¡Opel Corsa Swing, la juventud corre por tus venas!” Es inolvidable, claro.
Recuerdo que en el podcast del Azkena Rock Festival comentaste que cuando conduces escuchas Judas Priest. ¿Qué sensaciones te genera esa mezcla de carretera y rock intenso?
Desde los nueve años era un consumidor de música enfermizo, hasta que me saturé un poco. Ahora también me gusta mucho el silencio. Donde realmente escucho música nueva y redescubro discos antiguos es en el coche; en un viaje largo me lo pongo dos o tres veces.
¿Cómo ha cambiado tu relación con los viajes y los desplazamientos después de tantos años de giras?
Si puede, una banda o un músico debe viajar con un conductor profesional. Hay muchas malas experiencias en la carretera por tener que conducir con cansancio y horarios raros. Con M-Clan tuvimos un accidente, porque quien conducía no era profesional, y eso nos enseñó que lo primero al organizar un viaje es la seguridad y contar con alguien que haya dormido bien. Sabina decía, acerca de los músicos: “A mí no me pagan por tocar, me pagan por viajar”. Para un concierto de hora y media en Sevilla, por ejemplo, con M-Clan, que trabajamos solo en España, son 36 horas, mínimo, de mi vida que debo emplear en el viaje y en la prueba de sonido. No pasamos mucho tiempo tocando, sino viajando; creo que no hay ciudad en España donde no haya tocado ni carretera por la que no haya pasado.
¿Qué pasó en el accidente? ¿Ha sido ese el mayor susto que os habéis llevado?
Sí, fue un susto enorme. Por suerte, yo no iba en ese viaje; me había quedado en Bilbao con un guitarrista, mientras que el grupo volvió a Madrid y luego a Murcia, de donde son. En un despiste, la conductora vio un camión, pero pensó que estaba más lejos de lo que en realidad estaba y, cuando se dio cuenta, ya lo tenía encima. El camión iba a 60 km/h, ellos a 100 km/h y le dio por detrás. El batería Oti, que ya falleció, se rompió la cadera y estuvo seis meses con la recuperación; nuestro teclista Íñigo tuvo conmoción cerebral… Fue un accidente muy feo. Era una furgoneta y el asiento que yo, u otro, debería haber ocupado, el del copiloto, quedó totalmente chafado. O sea, alguien salvó la vida de milagro.
La banda tuvo un accidente muy grave; el asiento del copiloto quedó destrozado, y yo u otro, que deberíamos haberlo ocupado, salvamos la vida”<br>
Sé que a veces se te saltan las lágrimas escuchando ciertas canciones en la carretera, algo que también sentimos los que te seguimos en Reliquias Tarque. ¿Qué tiene el viaje físico que te conecta así con la música?
Bueno, la música por sí misma es un viaje. Entrar en una canción te puede transportar a lugares, como pasa con los libros, las obras de arte o las películas: te invitan a evadirte de tu realidad por un momento. Es verdad que sobre todo el mundo del blues o del rock siempre ha estado muy ligado a la carretera y a esa sensación de ser nómada. La vida del músico implica no pertenecer a ningún lugar, viajar constantemente, y hay una poesía muy bonita en eso. Al final, el viaje es libertad; claro que no siempre, porque quien viaja por trabajo no lo hace por elección, pero viajar sin obligación es una ventana, una manera de escapar. En mis canciones y en mi imaginario, la carretera siempre es la vía de escape. En el rock es un poco tópico, pero todo el mundo entiende esa sensación de decir: vámonos. Cuando estás en movimiento, no estás en ninguna parte y eso te hace sentir libre, sin estar atado a nada.
La vida de carretera “te asalvaja un poco”, según tus propias palabras: ¿cómo se traduce eso en tu día a día y en tu forma de enfrentarte a los conciertos?
Llevamos 32 años con una banda como M-Clan, en el mundo del rock, con todos los tópicos que eso conlleva: noches largas, juergas e intensidad. Como decían algunos amigos, este trabajo es de los pocos donde se puede beber y seguir adelante. Es verdad que cuando hablas de la vida salvaje de la carretera, si tienes familia o un hogar al que volver, tienes tu rutina y tus obligaciones; pero en la carretera todo es muy libre: vas de hotel en hotel y hay momentos en los que parece que no tienes ninguna obligación. Claro que luego está el concierto, que es una responsabilidad, pero en los años que llevo como músico, muy pocas veces he sentido que era un trabajo como tal.
Alguna vez que he estado cansado, o en algún concierto que se me hacía cuesta arriba, he pensado: “Hoy me quedaría en el hotel viendo la tele”, pero en general siempre es como ir a una fiesta. El concierto siempre es bienvenido, emocionante, y es curioso porque es difícil que se vuelva rutinario. Además, la suerte de tocar en una banda es que estás rodeado de gente, de amigos con los que compartes un mundo muy intenso, casi exclusivo, que no compartes ni con tu familia. Ese vínculo que se crea durante la gira es algo imposible de replicar.
Carlos, 32 años de carrera, ¿qué viaje por carretera no olvidarás con la banda?
Hay un montón de anécdotas en la carretera inolvidables porque he viajado muchísimo por trabajo (he dado unos 2.000 conciertos) y a nivel personal. Una de las más graciosas nos pasó muy al principio, cuando nos quedamos todos dormidos en la furgoneta. Teníamos que ir de Albacete a Bilbao y no podíamos dormir en un hotel porque había prueba de sonido por la mañana. Íbamos con Claudio, un amigo de Murcia que conducía, y en un momento me desperté y vi que la furgoneta estaba en movimiento y no había nadie al volante.
Al principio pensé que estaba soñando, pero al mirar mejor me di cuenta de que realmente íbamos subidos a algo extraño; la furgoneta tenía siete tíos roncando, después de varias cervezas, y la carretera parecía estar un metro y medio más abajo de lo normal. Cundió el pánico, despertamos a otro compañero y, al final, alguien se dio cuenta: estábamos sobre una grúa. Claudio había llamado a la asistencia y nos habían subido sin que nos enteráramos. Fue un momento de auténtico susto y risa a la vez.
Al principio viajábamos en furgonetas durísimas, imposibles para dormir, nada que ver con las modernas con aire acondicionado, pantallas y USB. Muchísimos kilómetros, y un montón de experiencias que siempre recordaré.
¿Qué es lo más loco que has hecho en el coche o en la furgo de la banda?
Hay cosas que quizá no se pueden contar. Tienes que saber que durante una época, el grupo M-Clan, tuvimos una autocaravana con camas para los seis que éramos, más piloto, copiloto y algún asiento extra. Muchas veces dormíamos ahí, no viajábamos, pero sí que dormíamos; era un desastre porque el baño olía fatal. Nos hemos emborrachado en esa caravana y ha habido de todo, pero al final, si la carretera es tu hogar, tu vida también está ahí. Locuras, sí, pero nunca hemos hecho tonterías como beber y ponernos a conducir. Por eso desde muy temprano con la banda contratamos choferes; era una prioridad. Preferimos tener un chofer a un técnico de guitarras, porque la guitarra puedo accionarla yo, pero conducir cansado es un riesgo que, después del accidente, nunca más tomamos.
Recuerdo ir en coche sin cinturón, mi padre fumando al volante con el brazo en la ventanilla rojo del sol, sin aire acondicionado y la radio para no dormir”<br>
Vamos atrás, si hablamos de tus viajes en familia, de niño, ¿qué es lo primero que te viene a la cabeza?
Yo nací en Chile y el primer viaje grande de mi vida fue en barco: 25 días desde Chile a España. Después ya los viajes en España eran en coche, por carretera; con mi padre, mis hermanas y mi madre en un 124 D; íbamos de Murcia a Vigo, porque mi familia es gallega y nosotros vivíamos en Murcia. Siempre, al terminar el colegio, tenía la suerte de disfrutar de veranos larguísimos.
Mi padre, aunque era autónomo, podía permitirse en algún momento tener ese verano largo, y para un niño eso era alucinante: dos meses y medio de verano eran toda una vida. El viaje de Murcia a Vigo, que en los años 70 y principios de los 80 eran dos jornadas por carretera nacional, era toda una experiencia. Cuando llegabas allí, sentías que habías crecido, que habías cambiado. Todos sabemos la típica historia: de ir sin cinturón, mi padre fumando al volante, ventanilla abierta con el brazo rojo del sol, sin aire acondicionado y la radio para no dormir.
Llegaste a España de pequeño, ¿cómo viviste un cambio como ese?
Yo era muy pequeño, y cuando eres tan niño, eres como de plastilina. A pesar de que hay un trauma, quedó una huella muy fuerte de todo ese viaje, de esa sensación de no pertenecer a ningún lugar, que viví muchas veces de pequeño. Hasta que llegamos a Murcia, cuando tenía nueve años, cambié tres veces de domicilio, con lo que eso implica: tienes que hacer nuevos amigos una y otra vez, y cuando ya los tienes, mudarte a otra ciudad. Mi padre tenía que ir a trabajar y lo destinaban a otros lugares de la editorial Aguilar, donde vendía libros. También tengo un recuerdo especial, casi un privilegio que mucha gente no ha vivido: pasé cinco años viajando en trasatlántico, recorriendo todos los puertos de Sudamérica.
Volvamos a los 90, ¿cómo fue tu primera experiencia en carretera con M‑Clan?
Las primeras experiencias eran siempre muy locales. El grupo se formó en Murcia y vivíamos allí, por lo que nuestros conciertos eran en Murcia, Alicante y poco más, porque un grupo no va a tocar en Sevilla si ni siquiera lo conocen en su propia ciudad. Poco a poco fuimos ampliando, y los primeros viajes largos nos llevaron a Asturias y Barcelona. Teníamos amigos en esas zonas que nos facilitaban las cosas, hacían un poco de manager para buscarnos bolos y demás. Era nuestro sueño: estar de gira. Volvíamos siempre sin un duro, pero no lo cambiaba por nada. Prefiero esto antes que tener un trabajo que no me guste, sin ninguna duda.
¿De qué viaje volvió un Carlos distinto al que fue?
Casi todos los viajes te cambian, sobre todo los que te llevan a otras culturas. El primer viaje que hicimos a Memphis para grabar nuestro primer disco, en la cuna del blues, fue increíble. Estuvimos un mes allí con unos colegas que conocemos desde hace 25 años. Cuando volví, ya no era la misma persona; aunque muchas cosas estaban en nuestra cabeza, se me había abierto una ventana enorme. Fueron experiencias realmente increíbles. Al principio impactan más; ahora ya hemos ido varias veces a Estados Unidos y Canadá a grabar discos, y los viajes ya no te impresionan igual, pero en cada viaje siempre hay una experiencia que se queda contigo.
¿Recuerdas la primera vez que un viaje te hizo sentir realmente independiente?
Siempre me he sentido independiente y dependiente a la vez. En los viajes largos he tenido momentos de libertad, aunque eso depende más de un espíritu que de la situación. Puedes ser libre en tu propia ciudad o sentirte esclavo viajando por el mundo; todo depende de cómo te tomes las cosas. A veces me cuesta liberarme de ciertas cosas, pero lo vas aprendiendo con los años, vas conociéndote a ti mismo. Sí que ha habido momentos alucinantes en los que dices: “Ostras, esto que está pasando ahora es lo que buscamos, ¡esto es la felicidad!”. Entonces, hay que aprovecharlo.
La peor noche de hotel fue en…
Depende de lo que llamemos peor. Nos han echado de hoteles; “por aquí no volváis”. No diré dónde, pero en Madrid nos mandaron una carta diciendo que éramos personas non gratas, porque éramos más jóvenes, bebimos y molestamos sin darnos cuenta; el rock es así. En general, el trato es muy bueno: cuando tocas en una banda, los profesionales en hoteles y lugares donde te reciben saben que vienes de trabajar en la carretera, son permisivos y te asignan habitaciones apartadas para que puedas relajarte y hablar después del concierto. No nos podemos dormir a la media hora de tocar, necesitamos descomprimir. No hace falta que sean hoteles de cinco estrellas; los que permiten eso son los que realmente valen.
Si pudieras escoger un personaje de toda la historia, esté vivo o no, para hacer un largo viaje, ¿quién sería?
Pues con algún aventurero, que no sea un déspota. Quizá con algún personaje mítico, tipo Jack London. También me gustaría haber viajado con los Beatles o haber vivido esa época alucinante del rock, cuando todo era nuevo y todo sucedía por primera vez. No soy nostálgico, me gusta que el mundo siga adelante, pero no puedo evitar mirar los años 60 y 70 como un momento en el que me habría encantado estar.
¿Cuál de las reliquias Tarque sería ideal para ilustrar esta charla?
It’s only Rock ‘n’ Roll (but I Like it), de los Rolling Stones.
Hablar con Carlos Tarque es como subirse a la furgo de M‑Clan o acompañarlo en uno de sus trayectos de Volumen 2: aprendes a mirar los kilómetros con atención, a escuchar la música desde otra perspectiva y a sentir cómo cada viaje deja huella. Más allá de la voz potente y las canciones que han marcado generaciones, lo que queda es alguien que observa, reflexiona y comparte sus historias de la manera más natural. La carretera, las ciudades y los trayectos no son solo escenario de su vida, sino maestros silenciosos que lo acompañan en cada paso, y nos dejan a todos con ganas de seguir rodando a su lado.