Por muy avanzados que estemos en tecnología, no puedo evitar sentir cierta tristeza al ver imágenes de guerras actuales y darme cuenta de que, estéticamente, no hemos avanzado ni un ápice desde la Segunda Guerra Mundial. Más allá de que ahora contemos con drones asesinos o armas nucleares (de momento, paralizadas) que pueden acabar con nosotros en milésimas de segundo, siempre me ha generado algo de insatisfacción la idea de que los soldados no utilicen armas láser futuristas en lugar de balas clásicas.
Sabía que no podía ser un problema tecnológico. Los ejércitos han avanzado eones frente al siglo pasado, y sus armas de precisión mezcladas con Inteligencia Artificial hacen que ahora sean más mortíferos que nunca. Tampoco podía ser un problema estético: los ejércitos buscan constantemente una forma de atraer a jóvenes a sus filas. Entonces ¿por qué no estábamos viendo batallas con armas láser al más puro estilo Star Wars? Pronto encontré la respuesta: todo se centra en un tratado internacional firmado en 1995.

Conventional Weapons.
El tratado que no permite que proliferen las armas láser
El Protocolo IV de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales (CCW), firmado en 1995 y en vigor desde 1998, prohíbe el uso y la transferencia de armas láser específicamente diseñadas para causar ceguera permanente. Se trata de un pacto firmado por 109 estados, entre los que se encuentran Rusia, Estados Unidos, China, Reino Unido o Francia. Y, aunque no cuenta con el apoyo de todos los países de la ONU, se trata de un tratado lo suficientemente poderoso como para que todos lo acaten sin disputa.
Este protocolo no vino por nada. Fue una respuesta directa a las crecientes preocupaciones humanitarias sobre el desarrollo de armas que podrían causar daños oculares irreversibles. Vamos, que en los 90 ya estábamos preparados para un mundo de armas láser... pero, por una vez, los estados se pusieron de acuerdo en paralizar problemas mayores.

Iron Beam de Israel.
Este tratado, no obstante, solo se centra en armas cuyo propósito principal es causar ceguera, de forma que no prohíbe el uso de láseres para otros fines militares... siempre y cuando se tomen precauciones para no generar daños a la visión de los humanos.
De hecho, las armas láser existen igualmente, aunque sea de forma velada o experimental. Por ejemplo, el ejército de EE. UU. ha probado armas láser de alta energía montadas en vehículos para destruir drones y otros objetivos aéreos. Y no nos podemos olvidar de la Iron Beam de Israel, un escudo de defensa que intercepta cohetes, morteros y drones a través de rayos láser.
¿Seguirán los países siendo tan amigos?
Un protocolo que da ejemplo para el futuro
No obstante, el protocolo sirvió para que este tipo de armas no proliferaran más de la cuenta. Y que, además, no fueran utilizadas en las batallas armamentísticas directas. Ahora, el tratado es un ejemplo de cooperación internacional que hoy en día se utiliza como ejemplo de futuros pactos que puedan llevar a cabo los países para, por ejemplo, restringir ciertos usos de la IA.
Actualmente, la línea entre armas permitidas y prohibidas es cada vez más difusa, lo que provoca que cada cierto tiempo deba revisarse. Aun así, sigue siendo una de las pocas referencias que encuentra la ONU para darnos esperanza ante un futuro cada vez más peligroso.