Además de colonizar Marte, estandarizar el coche eléctrico y liderar la opinión global a través de X, una de las misiones que más apremian a Elon Musk es llevar internet a todo el mundo. El magnate está logrando su objetivo a través de Starlink, el sistema satelital de SpaceX que se despliega a lo largo y ancho de la atmósfera para brindar un servicio de internet de banda ancha a nivel global.
Sin embargo, la comunidad científica está comenzando a observar con creciente preocupación los efectos secundarios de esta revolución en las telecomunicaciones. Más allá de que un satélite pueda caer sobre tu cabeza o de que deje muchos residuos en el espacio, los satélites también están interfiriendo en emisiones de radio no intencionadas que nos ayudan a comprender los orígenes del universo.
Un equipo de investigadores liderado por el profesor Steven Tingay, de la Universidad de Curtin (Australia), ha detectado fugas de señales de radio en cerca de 2.000 satélites Starlink. Utilizando un prototipo del telescopio Square Kilometre Array (SKA-Low), una de las herramientas más ambiciosas de la radioastronomía mundial, descubrieron que estas emisiones artificiales están contaminando frecuencias especialmente sensibles, reservadas por organismos internacionales para la investigación del cosmos.
“Si se observa la intensidad de estas emisiones no intencionadas, no es raro que sean comparables a las fuentes naturales de radio más brillantes del cielo”, explica Tingay. “Es como tomar las fuentes más potentes del cielo, añadir muchas más artificiales y hacer que se muevan constantemente. Tiene un impacto enorme, especialmente en experimentos diseñados para ser ultra-sensibles”.

Los satélites Starlink se nutren, como el resto, de energía solar.
La magnitud del problema es alarmante. Las emisiones fortuitas, derivadas del funcionamiento interno de los satélites, no solo compiten con las fuentes naturales más brillantes del cielo, sino que llegan a ser 10.000 veces más intensas que las débiles señales de hidrógeno neutro que los científicos intentan rastrear desde los albores del universo. Esas señales, procedentes de la época en la que se formaron las primeras estrellas, son esenciales para comprender cómo evolucionó el cosmos. Y es lo que ha usado la NASA durante décadas para llevar a cabo sus investigaciones.
Sin embargo, Musk no está infringiendo ninguna ley. Las emisiones accidentales no están actualmente reguladas por ningún organismo internacional. “Nadie en SpaceX o Starlink está rompiendo reglas —estas emisiones no están reguladas”, aclara Tingay. “Pero ya se está discutiendo en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) cómo introducir normativas sobre este tipo de emisiones”.

Red satelital de Starlink.
Aunque SpaceX ha colaborado en el pasado para minimizar su impacto en la astronomía óptica —añadiendo recubrimientos antirreflectantes o modificando la orientación de sus satélites—, en el terreno de la radioastronomía la situación es más compleja.
El estudiante de máster Dylan Grigg, coautor del estudio, señala que “la mejor forma de detener estas emisiones no deseadas es que los satélites las reduzcan o las eliminen por completo. Desde el lado de los operadores, sería ideal contar con mitigaciones técnicas, y SpaceX ya ha hecho avances en ese sentido en el campo de la astronomía óptica”.
Starlink ya ha desplegado más de 7.600 satélites y planea expandir su despliegue a decenas de miles. Pero los astrónomos temen que la escala del problema crezca más rápido que las soluciones. El riesgo es tangible: si no se frena esta contaminación radioeléctrica, telescopios como el SKA-Low podrían perder su capacidad de captar los ecos más remotos del universo, antes incluso de entrar en funcionamiento.