Durante décadas, bastaba con mirar al cielo para imaginarlo pintado de blanco y azul. Solo teníamos que enfocar bien para ver el logo de la NASA flotando sobre una cápsula Apolo, un transbordador espacial o el esqueleto metálico de la Estación Espacial Internacional. Fue la era del monopolio estatal del espacio, en la que la agencia estadounidense encarnaba no solo la supremacía científica, sino también el sueño americano proyectado más allá de la atmósfera.
Hoy, sin embargo, el relato ha cambiado. Las misiones más visibles —y también las más rentables— ya no llevan el sello de una institución pública, sino el de empresas como SpaceX, Blue Origin, Axiom Space o Sierra Space. Y la NASA, lejos de resistirse, parece haber abrazado este giro: ya no compite con el sector privado, sino que lo contrata para su propio desarrollo.
La NASA ya no está sola
El futuro del espacio será privado... O no será
“La NASA está en plena transición de constructora a arquitecta del espacio”, afirma Casey Dreier, analista de la Planetary Society. “Ya no se encarga de poner todos los ladrillos, sino de diseñar el plano y asegurarse de que el edificio no se derrumbe”.
Este cambio cada vez está más claro. La agencia, en lugar de desarrollar su propio relevo a la Estación Espacial Internacional, ha delegado ese objetivo en compañías como Axiom Space, que ya prepara estaciones privadas donde los asientos se compran y se venden. Del mismo modo, los lanzamientos tripulados —como las misiones Crew Dragon— se realizan en cohetes de SpaceX, bajo contrato público pero con infraestructura privada. Incluso, el suministro de carga a la ISS se gestiona bajo el modelo Commercial Resupply Services.
Ilustración artística del orbitador MAVEN de la NASA en Marte.
La NASA se ha convertido, en términos tecnológicos, en algo parecido a una API: un marco de referencia, científico, normativo y operativo, sobre el que terceros construyen su propio software espacial. Ella provee el backend (logística, estándares, seguridad) mientras las empresas desarrollan el front (cohetes, cápsulas, experiencias, comercialización).
Como explica Greg Autry, profesor de política espacial en la Universidad Estatal de Arizona, “esto permite que la NASA se concentre en lo que nadie más puede —o quiere— hacer: explorar el sistema solar, buscar signos de vida, investigar el origen del universo”. En otras palabras: ha dejado las rutas comerciales a los camioneros del espacio para centrarse en la ciencia profunda.
El espacio se democratiza... Pero con condiciones
Sin embargo, esta descentralización también entraña riesgos. Según el informe Space Threat Assessment 2024 del Center for Strategic and International Studies, “la creciente dependencia de actores privados puede diluir la capacidad del Estado para controlar los objetivos estratégicos y científicos de la exploración espacial”.
El espacio, por tanto, se democratiza... Pero con condiciones. El acceso ya no está restringido a los gobiernos, pero sigue siendo solo para multimillonarios. Las misiones turísticas a la órbita, como las organizadas por SpaceX o Blue Origin, tienen precios que oscilan entre los 40 y 100 millones de dólares por asiento, lo que restringe este “nuevo espacio” a una élite económica y empresarial.
Personal de la NASA trabaja en la construcción del telescopio espacial Nancy Grace Roman.
Además, el capital privado impone nuevas prioridades. Mientras que la NASA invierte en telescopios infrarrojos, astrobiología o sondas interestelares, las empresas están más interesadas en los beneficios de la microgravedad para farmacéuticas, biotecnología o impresión 3D de órganos.
Esto marca el inicio de una nueva “colonización” del espacio. Pero a diferencia del siglo XX, no será liderada por países enfrentados en la Guerra Fría, sino por corporaciones con intereses propios, sin necesariamente rendir cuentas ante el público. La Estación Espacial Internacional, símbolo de colaboración global, podría dar paso a un ecosistema orbital fragmentado, con estaciones privadas bajo lógica de negocio, donde la prioridad no será plantar una bandera, sino cerrar una ronda de financiación.
¿Puede la NASA evitar este deslizamiento hacia un “capitalismo orbital sin reglas”?
¿Puede la NASA evitar este deslizamiento hacia un “capitalismo orbital sin reglas”? La respuesta no está clara. Pero su rol como árbitro ético será crucial. Como advierte Lori Garver, exadministradora adjunta de la agencia, “la NASA no puede permitirse ser solo un cliente premium. Tiene que liderar con valores”.
En ese sentido, iniciativas como los Acuerdos Artemis —una carta de principios para la exploración lunar y planetaria firmada por más de 30 países— buscan establecer un marco mínimo de cooperación, sostenibilidad y transparencia. Pero, ¿quién obligará a las empresas privadas a respetarlos cuando actúen por su cuenta?
En 1969, la pregunta era si llegaríamos a la Luna. En 2025, la pregunta es quién pondrá la bandera esta vez: un país o una empresa. En ese escenario, la NASA ya no puede aspirar a ser la protagonista heroica del relato, pero sí su guionista. La institución que defina las reglas del juego, los marcos éticos y los fines científicos de una nueva era espacial.


