Desde que Enrico Fermi formuló su célebre paradoja —“¿Dónde están todos?”—, la pregunta ha sido el motor de miles de científicos y filósofos de todo el mundo. La idea es evidente: si el universo es tan vasto, tan antiguo y aparentemente tan fértil para la vida, ¿por qué no vemos rastro alguno de civilizaciones avanzadas? ¿Y si no se trata de una ausencia, sino de una forma de presencia que simplemente no comprendemos?
Una de las propuestas más sugerentes para intentar pensar lo impensable la ofreció en 1964 el astrónomo soviético Nikolái Kardashev. En un artículo escueto pero visionario titulado Transmission of Information by Extraterrestrial Civilizations, Kardashev propuso una escala para clasificar a las civilizaciones según la cantidad de energía que son capaces de aprovechar. No pensaba en términos de ciencia ficción, sino que se planteaba realmente cómo funcionaría la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Su lógica era simple: más energía implica más capacidad tecnológica… y también más huella en la galaxia.
Ahí residía, directamente, el problema: si nadie ha dejado huella alguna, ¿significa que no hay nadie? ¿O que están más allá de nuestra capacidad de detección, o incluso de imaginación?
La escala de Kardashev
Tres peldaños hacia lo incomprensible
La escala de Kardashev divide el desarrollo de una civilización en tres niveles:
Tipo I: Control total de la energía disponible en su planeta. Incluye todas las fuentes renovables y no renovables: solar, geotérmica, mareomotriz, eólica, nuclear… La estimación ronda entre 10¹⁶ y 10¹⁷ vatios, el equivalente a toda la energía solar que incide sobre la Tierra. La humanidad, según Carl Sagan, apenas roza el nivel 0,73. Con suerte —y sin autodestrucción de por medio— podríamos alcanzarlo en uno o dos siglos.
Tipo II: Una civilización capaz de recolectar toda la energía de su estrella. La imagen arquetípica es la esfera de Dyson, una megaestructura envolvente capaz de capturar cada fotón solar. Supondría un consumo de unos 10²⁶ vatios, la potencia total del Sol. Con ese poder, terraformar planetas o alterar órbitas sería tan cotidiano como hoy lo es construir presas o redes eléctricas. Y, sin embargo, si civilizaciones así existieran cerca, deberíamos ser capaces de detectarlas. Pero no vemos ni estructuras titánicas ni emisiones anómalas. Solo silencio.
Tipo III: El salto definitivo. Una civilización que aprovecha toda la energía de su galaxia: entre 10³⁶ y 10³⁷ vatios, lo que equivale a cientos de miles de millones de estrellas. Sería, para nosotros, indistinguible de una fuerza divina: capaces de viajar entre sistemas estelares como quien cruza una calle, manipular soles, reescribir la materia. Y, sin embargo, no detectamos ninguna señal, ningún patrón térmico extraño, ninguna arquitectura galáctica artificial.
¿Estamos solos?
El gran silencio
Aquí regresa la inquietante paradoja de Fermi. ¿Dónde están todos? ¿Por qué, si el universo ha tenido tiempo más que suficiente, no vemos indicios de civilizaciones Tipo II o III? Las respuestas oscilan entre lo trágico y lo metafísico.
Puede que no existan. Puede que el salto entre niveles sea tan colosal que casi nadie lo logre. O puede —y esta es una de las hipótesis más aceptadas— que las civilizaciones tecnológicas sean intrínsecamente autolimitadas. Que se destruyan antes de tener tiempo de expandirse. La vida media de una civilización tecnológica podría ser, como sugieren algunos astrofísicos, de apenas 10.000 años: un suspiro en términos cósmicos.
Zine Tseng como Ye Wenjie, desterrada a una base donde se intenta contactar con vida extraterrestre.
Aunque hay otra posibilidad: que no quieran ser vistas. La conocida como hipótesis del zoológico sugiere que podríamos estar siendo observados como parte de un experimento o, incluso, como a una especie no intervenida. La decisión de no interferir podría ser el rasgo común de toda inteligencia avanzada. No porque se oculten de nosotros, sino porque saben que aún no estamos listos para ello.
La propuesta de Kardashev ha sido retomada durante décadas, no solo por SETI y otros proyectos de búsqueda de inteligencia, sino por pensadores que la ven como algo más que una escala energética. Como escribió el propio Kardashev, en una frase que parece sintetizar tanto una intuición científica como un presentimiento filosófico: “Una civilización Tipo III es capaz de capturar toda la energía emitida por su galaxia... Pero si no vemos estas señales, debemos considerar seriamente que la naturaleza de la inteligencia avanzada podría no ser detectable en absoluto.”


