Alejandro López Comazzi, astrofísico: “Uno de los exoplanetas que he descubierto es el segundo más cercano a la Tierra de los potencialmente habitables”

Espacio

El doctor Alejandro López Comazzi ha descubierto dos exoplanetas y un asteroide, cruzado el temido paso de Drake rumbo a la Antártida y escrito artículos que han sido citados desde la Estación Espacial Internacional

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Alejandro López Comazzi, astrofísico.

Alejandro López Comazzi, astrofísico.

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Con apenas 34 años, el astrofísico Alejandro López Comazzi (Cartagena, 1991) ostenta un currículum vertiginoso. Tras estudiar el Grado en Física en la Universidad de Murcia, realizó un máster en Astronomía y Astrofísica en la Universidad Internacional Valenciana e inició su carrera investigadora con una beca en el Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón (CEFCA). Más adelante trabajó durante dos años en el Observatorio de Sierra Nevada, dentro del Instituto de Astrofísica de Andalucía, como astrónomo de observación nocturna, participando en el codescubrimiento de dos exoplanetas y un asteroide.

Más tarde, se doctoró en la Universidad de Alcalá, con un estudio enfocado en los rayos cósmicos que lo llevó a realizar campañas científicas en lugares como Tailandia y la Antártida. Tras finalizar el doctorado, pasó un año en la Universidad de Wisconsin–River Falls, en E.E.U.U., y después regresó a la Universidad de Alcalá, donde actualmente trabaja como ayudante doctor dentro del Grupo de Investigación del Espacio de la Universidad de Alcalá, una sección científica especialmente interesada en la relación Sol-Tierra y sus efectos, la nubes magnéticas y la meteorología espacial.

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Sin embargo, el doctor López Comazzi comenta que, pese a sus méritos, hasta hace relativamente poco su situación como joven investigador había sido precaria a nivel económico. Nada nuevo bajo el sol de un país en el que, como diría Machado, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa.

Charlamos con este millennial, presente y futuro de la investigación espacial, de sus principales hitos profesionales, a caballo entre el estudio y la aventura.

¿Qué te motivó a especializarte en astrofísica de entre todas las posibilidades que se abrían al terminara la carrera?

Me atraían mucho tanto la física cuántica y como la astrofísica. Eran los campos más espectaculares, los que sonaban más interesantes para estudiar, pero al final tomé el camino de la segunda. Estudiar el universo me parecía fascinante y me resultaba también más accesible como campo de estudio.

Alejandro López Comazzi en el observatorio.

Alejandro López Comazzi en el observatorio.

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¿El consumo de novelas y películas de ciencia ficción también tuvo algo que ver?

Sí, la scifi me ha atraído desde que era niño. Aunque no soñaba precisamente con viajar al espacio, películas como 2001: Una odisea del espacio y otras del estilo me marcaron. También me influyeron mucho algunas lecturas sobre Marte, no solo novelas, sino también muchos otros libros de divulgación. Pero digamos que mi propósito siempre ha sido más la investigación.

Y, finalmente, has conseguido dedicarte a ello. Terminaste la carrera y enseguida empezaste a escudriñar el cosmos desde el Observatorio de Sierra Nevada.

Eso es. Empecé como astrónomo en turnos de noche en el OSN.

Imagino que el trabajo era más duro de lo que parece más allá de observar románticamente el Universo. Debe ser una actividad muy solitaria.

En el observatorio trabajábamos en turnos de 14 días seguidos. Éramos varios compañeros y nos íbamos rotando. Al principio coincidía con otros que me enseñaban, pero luego ya empecé a quedarme solo. Durante esos días estaba prácticamente encerrado, aunque en verano podía salir a pasear y, en invierno, incluso a esquiar. Después tenía 28 días libres, en los que desconectaba completamente, incluso del correo. Esa parte era muy positiva, porque me permitía tener otra vida y dedicarme a otros proyectos.

Estudiar el universo me parecía fascinante y me resultaba también más accesible como campo de estudio en comparación con la cuántica

Alejandro López Comazziastrofísico

¿Esta rutina afectaba mucho a tus ritmos vitales?

Sí, claro. Todo esto tenía su coste a nivel físico. Algunos compañeros sufrían insomnio crónico, y yo empecé a notar cómo se me alteraban los biorritmos. Durante los días libres, me costaba dormir, y solo me entraba sueño por la mañana. Por eso decidí dejarlo. Además, quería hacer algo más orientado a modelos. Pero también hubo muchas experiencias positivas. Los 14 días de observación eran muy especiales: estaba en contacto directo con el cielo, haciendo imágenes, viviendo la ciencia de primera mano. Ver cómo cae una curva de luz y saber que eso indica la presencia de un planeta es algo muy emocionante.

¿Sentías de forma constante esa sensación de pequeñez o asombro al observar el universo?

Era algo más puntual porque también estaba con el móvil hablando con la gente. Pero en esos momentos a las cuatro de la madrugada en los que estaba yo solo haciéndole fotos al cielo y mirando las estrellas, me sentía muy pequeñito y muy solo. Sentía que somos una parte ínfima del universo.

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¿Hiciste algún descubrimiento relevante durante tu estancia en el observatorio?

Pues sí, tuve la suerte de descubrir dos exoplanetas y un asteroide.

Entiendes que estoy en la obligación de preguntarte si el asteroide puede aniquilarnos, ¿verdad?

Me lo imaginaba. (Risas.) No hay nada que temer. Se trata de un asteroide binario —orbita junto a otro entorno a un centro de masas común— y no supone ningún peligro para la Tierra. Tiene unos 2 km de diámetro y, en caso de entrar en nuestra atmósfera, se desintegraría. Está ubicado en el cinturón de asteroides, entre Marte y Júpiter, donde hay muchos objetos orbitando en esa franja. Y… nada más. No tiene un interés especial más allá del descubrimiento, precisamente porque no representa ningún riesgo. Si fuera potencialmente peligroso, habría más publicaciones y seguimiento.

¿Y en cuanto a los dos exoplanetas? ¿Son habitables?

Uno de ellos es potencialmente habitable, sí. De hecho, se trata del segundo potencialmente habitable más cercano: el exoplaneta Teegarden-b. Se llama así porque orbita alrededor de la estrella Teegarden, una enana roja a 12 años luz del Sistema Solar.

Alejandro López Comazzi en la Isla de Livingston, en la Antártida.

Alejandro López Comazzi en la Isla de Livingston, en la Antártida.

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¿Y qué lo hace potencialmente apto para habitarlo?

Que parece que la temperatura es lo suficientemente estable como para permitir la existencia de agua líquida. En este caso, la enana roja es mucho menos brillante que el Sol, pero el planeta está muy cerca de ella y eso hace que su temperatura sea similar a la de la Tierra. Además, Teegarden-b tiene un 95% de parecido con la Tierra en cuanto a tamaño. Entonces podrían darse condiciones aptas para la vida basada en la presencia de agua.

¿Cómo fue el descubrimiento? ¿Te esperabas lograr algo así?

Obviamente es algo con lo que cualquier astrónomo sueña, pero qué va, no me lo esperaba. Parte de nuestra labor en el observatorio era que recibíamos propuestas de investigadores, organizábamos las observaciones y priorizábamos proyectos clave. Una de esas propuestas buscaba confirmar un posible exoplaneta mediante el método del tránsito. Esto significa que si un planeta pasa delante de su estrella, disminuye ligeramente su brillo de forma periódica. Y al final, tras meses de observaciones en varios observatorios, pudimos confirmarlo. Había un un cuerpo que cumplía las tres condiciones para ser considerado un planeta: tener suficiente masa, orbitar una estrella y haber limpiado su órbita de otros objetos. Que por eso, por cierto, Plutón ya no se considera un planeta: comparte su órbita con demasiados cuerpos.

Ver cómo cae una curva de luz y saber que eso indica la presencia de un planeta es algo muy emocionante

Alejandro López Comazziastrofísico

Y no contento con este descubrimiento, abandonas esta labor como astrónomo en el observatorio para embarcarte en una aventura como astrofísico a la Antártida con la Universidad de Alcalá, dentro del proyecto ORCA. ¿Con qué propósito?

Para investigar la incidencia de los rayos cósmicos en la Tierra. En esta investigación trabajamos conjuntamente físicos e ingenieros: los ingenieros construyen los detectores y nosotros, los físicos, analizamos los datos y desarrollamos modelos. Para ello, utilizamos principalmente dos tipos de detectores terrestres: monitores de neutrones y telescopios de muones. España participa con detectores en Guadalajara, Tenerife y en la base Juan Carlos I en la Antártida. Estos instrumentos miden la incidencia y dirección de las partículas especialmente interesantes en los polos por su intensa interacción con el campo magnético terrestre. De ahí surge la necesidad de desplazarnos hasta la Antártida.

¿Cómo catalogarías tu estancia en la Antártida?

Como un asombro constante. Todo sorprende: la inmensidad del paisaje, la fauna —pingüinos, leones marinos, focas—, el aire limpio y la sensación de estar en un territorio inhóspito y virgen. Las incomodidades fueron mínimas gracias a la infraestructura renovada; quizás lo más molesto fue el frío, aunque moderado, ya que fuimos durante el verano austral. Dentro de la base, reformada recientemente, se vive con cierta comodidad (buena comida, televisión, baños interiores), pero al salir al exterior para trabajar, como en nuestro caso con el detector, vuelves a sentir la magnitud del entorno. Por cierto, también me gustó verificar por mí mismo que los terraplanistas se equivocan.

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¿A qué te refieres?

Fue divertido para mí comprobar empíricamente, desde el hemisferio sur, el movimiento aparente de la esfera celeste: allí las estrellas “giran” en sentido horario, justo al contrario que en el hemisferio norte. Eso demuestra claramente que la Tierra es una esfera, algo muy difícil de explicar desde la teoría terraplanista. Lo mismo ocurre con la Luna: en el sur, cuando tiene forma de C, está creciendo, al revés que en el norte. Son detalles que corroboran lo que aprendemos y que refuerzan la confianza en la ciencia.

¿Cómo es la convivencia con el resto de científicos?

Muy buena. Allí se vive una especie de utopía científica: hay un tratado de paz vigente hasta 2050 que prohíbe un uso militar de la zona, y todas las nacionalidades colaboran con respeto, centradas en la ciencia y el cuidado ambiental.

Trabajando con el detector ORCA en la base Juan Carlos I de la Antártida

Alejandro López Comazzi trabajando con el detector ORCA en la base Juan Carlos I de la Antártida

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¿Cuánto tiempo estuviste allí?

Estuve un mes en la Antártida. El viaje comenzó en Madrid, con escalas en Buenos Aires y Ushuaia —el llamado “fin del mundo”—, donde embarcamos en el buque Hespérides. El trayecto hasta la Antártida duró cuatro días, cruzando el conocido paso de Drake, que en realidad debería llamarse mar de Oces, por el explorador español Francisco de Oces, algo que conviene reivindicar. Es una zona famosa por su violencia marítima, con grandes olas y frío extremo. Allí, si alguien cae al agua sin protección, apenas podría sobrevivir unos segundos. Por eso usamos trajes especiales, conocidos como “teletubbies”, que aíslan del frío y permiten resistir algo más, dependiendo de la temperatura del mar.

¿En algún momento sentiste que estabas en peligro?

No, todo está muy controlado. En la base éramos entre 30 y 40 personas, incluyendo militares que nos apoyaban desde el barco, técnicos, informáticos, un médico, cocineros, personal de limpieza, montañeros… y un meteorólogo, cuya labor es clave para nuestras actividades. Los científicos veníamos de distintas disciplinas: biólogos que estudiaban líquenes o permafrost, geógrafos, ingenieros con drones para mapear la isla, otros que instalaban antenas… Y nosotros, los físicos, que dejamos nuestro detector funcionando para estudiar los rayos cósmicos en la Antártida.

Una llamarada solar fuerte puede dañar satélites, aviones o infraestructuras eléctricas, llegando a provocar apagones masivos

Alejandro López Comazziastrofísico

¿Por qué es tan importante investigar estos rayos cósmicos?

El estudio de los rayos cósmicos nos ayuda a entender mejor el ciclo solar, ya que existe una correlación: cuando aumenta la actividad solar, disminuyen los rayos cósmicos. Esto nos permite anticipar fenómenos solares que pueden afectar a la Tierra, aunque solo sea con unas pocas horas de antelación. El objetivo es mejorar la capacidad de predicción, tanto a corto como a largo plazo, desarrollando modelos del comportamiento solar.

Perdona la insistencia, pero a un nivel pragmático, de nuestro día a día, ¿en qué nos beneficia poder predecir fenómenos solares?

En que nos ayuda a anticiparnos y prepararnos para eventos peligrosos. El Sol sigue un ciclo de aproximadamente 11 años, durante el cual se invierte su polaridad magnética. Al comienzo del ciclo hay pocas manchas solares y baja actividad, pero cuando el Sol está muy activo, aumentan las llamaradas y las eyecciones de masa coronal. La Tierra nos protege con su campo magnético, que actúa como escudo, pero una eyección fuerte puede dañar satélites, aviones o infraestructuras eléctricas, llegando a provocar apagones masivos.

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¿Como el que ocurrió en España en abril?

No, ahí no tuvo nada que ver el Sol. Un ejemplo extremo fue, por ejemplo, el Evento Carrington, una tormenta solar que tuvo lugar en 1859. Si algo similar ocurriera hoy, las consecuencias serían mucho más graves. Por eso es crucial monitorizar continuamente los rayos cósmicos y la actividad solar.

Después de haber experimentado la aventura en un lugar inhóspito como la Antártida, ¿de verdad no te seduce la idea de ir al espacio con la Agencia Espacial Europea? Podrías cambiar una vez más de sufijo: de astrónomo pasaste a astrofísico. ¿Por qué no astronauta?

No descartaría ir al espacio, pero ahora mismo lo veo muy improbable, casi imposible. Mi contacto más cercano con la Estación Espacial Internacional es a través del detector AMS que tienen allí, con el que también colaboramos indirectamente. De hecho, cuando era doctorando, algunos de mis artículos fueron citados por ese grupo de investigadores, lo cual me hizo mucha ilusión, porque trabajan con un detector mucho más potente y con un presupuesto inmensamente mayor. Que reconozcan tu trabajo desde allí es algo muy especial.

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