Cualquiera que haya echado un vistazo a alguna imagen del interior de la Estación Espacial Internacional (ISS) habrá observado la abundancia de ordenadores portátiles por todas partes. No siempre fue así. Cuando la ISS se lanzó, en 1998, no iba ninguno a bordo (el primer módulo era ruso), pese a que su utilidad ya había quedado demostrada años antes, en los vuelos del transbordador espacial.
El primer portátil que fue al espacio fue un modelo llamado GRiD Compass. Era un aparato concebido por un diseñador británico —William Moggridge—, que ostenta el honor de haber sido el padre del laptop.
El GRiD Compass modelo 1101 fue el primero que presentó una pantalla abatible que se plegaba sobre el cuerpo, hecho de aleación de magnesio. Era mucho más ligero y pequeño que otros “portátiles” de la época, especialmente el popular Osborne, una maleta de diez kilos que requería un esfuerzo hercúleo para transportarla.
El Compass utilizaba una pantalla electroluminiscente de 6 pulgadas, más o menos similar a un teléfono móvil actual. Pese a su pequeño tamaño, podía presentar 26 líneas de texto de 80 caracteres y también unos primitivos gráficos a una resolución de 320 por 240 píxeles, justo la mitad de lo que ofrecían las interfaces VGA en uso entonces.
La CPU era un Intel 8086 de 16 bits y su memoria RAM, no expandible, ofrecía 256 K, mucho más de lo que montaría más tarde el PC de IBM. Además, incluía tres módulos con una capacidad adicional de 384K que sustituían a la disquetera. Estos utilizaban la tecnología de memoria de burbujas magnéticas, que entonces parecía llamada revolucionar la industria del chip. Su principal característica era que conservaba la información incluso sin alimentación eléctrica. Por desgracia, era muy lenta (el acceso a datos era serial) y la llegada de los diskettes flexibles y los primeros discos duros acabó de repente con su prometedora, pero breve carrera.
Si se quería utilizar disquetera o disco duro había que emplear unidades externas. Tampoco tenía ratón, claro. El software se seleccionaba mediante los tradicionales menús numerados en pantalla: Opción 1, 2 3…. En cuanto a conexiones con el mundo exterior, el ordenador ofrecía dos opciones: un módem interno o un conector universal que lo mismo servía para acceder a una disquetera o disco duro (¡hasta 10 megabytes!) o a una red local con la que comunicarse con otras máquinas. Y un enchufe para alimentarlo; el Compass no llevaba baterías.

Grid1101.
Utilizaba su propio sistema operativo, en principio, incompatible con el PC-DOS o el CP/M, que entonces dominaban el mercado (aunque modelos más avanzados admitirían el MS-DOS desarrollado por Microsoft). Pero el paquete incluía un impresionante surtido de aplicaciones: procesador de textos, hoja de cálculo, una sencilla base de datos, un intérprete BASIC y hasta un generador de gráficos.
Todo esto tenía un precio. Nada barato: más de 8.000 dólares que hoy serían cerca de 30.000. La NASA lo seleccionó para volar en algunas misiones del transbordador, no tanto por sus prestaciones como por su robustez. Y no fue la única agencia que lo hizo. El ejército norteamericano compró más de un millar, que llegaron a utilizarse en escenarios tácticos. Eso sí, necesitaban llevar consigo un paquete de baterías o un adaptador para enchufarlo a la red.
Un Compass voló a bordo del transbordador Columbia en noviembre de 1983. En la jerga de la NASA se denominó SPOC (Shuttle Portable Onboard Computer) un nombre que refería al famoso personaje de Star Trek. De hecho, al encenderlo en la pantalla de arranque aparecía un dibujo de Leonard Nimoy, con sus características orejas puntiagudas.
Durante la misión SPOC se utilizaría para calcular la posición de la nave con respecto a la Tierra, dibujar sobre un pequeño mapamundi la traza de las dos órbitas siguientes y anunciar cuando se sobrevolarían diversos objetivos de interés. Eran datos que, por supuesto, podían obtenerse desde los sistemas del mismo transbordador, pero sirvieron para demostrar la utilidad de un ordenador portátil en pleno vuelo.

Laptopsen el panel de control de la bodega de carga del transbordador. El de arriba corre Linux, los otros dos, Windows.
A partir de ahí, los portátiles —aunque fueran artilugios de cinco kilos— encontraron utilidad en varias misiones. Los GRiD siguieron empleándose, pero a finales de los 80 la tecnología había mejorado mucho y la NASA cambió a otras marcas. Primero fueron los laptops Thinkpad de IBM, “reforzados” contra los rigores del ambiente espacial. Han de resistir duras pruebas de vibraciones y golpes y llevar protección contra radiaciones.
Especialmente críticos eran los requisitos respecto a la ventilación de la electrónica. En microgravedad, el aire caliente no sube así que resulta imprescindible el empleo de ventiladores. Además, en la estación no hay enchufes de 220 voltios. Todos los equipos han de alimentarse a partir de los 28 voltios estándar en la ISS. Y, por supuesto, han de estar provistos de tiras de velcro para sujetarlos en las paredes y evitar que salgan volando.
En 2005, IBM vendió su división de ordenadores personales a la china Lenovo, que de golpe se convirtió así el tercer fabricante de laptops, solo por detrás de Dell y HP. Lenovo mantuvo el nombre ThinkPad, que había heredado de IBM, y continuó cuidando la fiabilidad que los había hecho famosos. En 2009 se convirtió “de facto” en la computadora oficial en la Estación Espacial Internacional. Hoy, la mayor parte de los PCs a bordo (y hay entre 80 y 100 unidades, según los ensayos a realizar) ostentan ese logotipo.
Muchos funcionan como piezas individuales, supervisando solo algunos experimentos. De hecho, no es raro que cuando llega un nuevo equipo destinado a ensayar, por ejemplo, el crecimiento de cristales ultra puros o el comportamiento de átomos a muy bajas temperaturas, vaya acompañado de un portátil con los programas de control del dispositivo. Otros se dedican a tareas administrativas como manejo de inventarios, correo electrónico o videoconferencias.

Un laptop como controlador de un experimento sobre dinámica de fluidos en microgravedad.
En general, los laptops que equipan la estación no son el último grito en informática. La NASA tiene la política de admitir solo hardware de funcionamiento ampliamente contrastado, o sea que haya estado en el mercado por lo menos tres o cinco años. En 2017, la agencia validó otro modelo, el HP ZBook, que ahora se emplea sobre todo para el trabajo diario y también para control de experimentos y operaciones.
Por supuesto, los astronautas no pueden llevar sus propios ordenadores; solo los que suministren las respectivas agencias espaciales que, además, han sido esterilizados y desgasificados como parte del proceso de “adaptación”.
La mayoría de ordenadores que se usan en el módulo norteamericano corren el sistema operativo Linux/Unix. Algunos, Windows, pero solo los primeros pueden conectarse a la red local de la estación. En el segmento ruso también se utiliza Linux. En el japonés suelen preferir sistemas propios. Y para ciertas aplicaciones científicas, el Debian, una variante de Linux de código abierto.
Los productos de Apple tuvieron menos aceptación. Unos MacIntosh Portables volaron en tres ocasiones, entre 1990 y 1993, pero solo para evaluar qué tal funcionaría una interface gráfica y sus dispositivos asociados, como ratón, touchpad o TrackBall.
Al principio, el resultado fue decepcionante. El ratón no cumplió en absoluto; los astronautas le dieron una calificación de 1 sobre 10. El TrackBall tampoco: en ingravidez, la bola flotaba cada vez que se relajaba la presión de la mano generando clics espurios. Solo el panel táctil se portó un poco mejor. Por cierto, fue desde uno de estos Mac que se envió el primer correo electrónico desde el espacio.

Acumulación de laptops en la ISS.
Hoy, las interfaces gráficas son una realidad. El panel principal de las cápsulas Dragon está formado por varias pantallas táctiles —lo cual intranquiliza a más de un purista, acostumbrado a los interruptores mecánicos que responden con un tranquilizador “clic”—.
Pero Apple ha irrumpido en el espacio, si no con ordenadores, sí con otros dispositivos muy populares. Casi todos los astronautas utilizan iPads (muchas veces, el modelo mini) que suelen pegar a sus piernas para tener información a mano: listas de tareas, instrucciones de uso y cualquier otro recordatorio de los muchos que ocurren a lo largo de la misión.
Otros productos de la manzanita también han volado por el espacio, pero siempre como objetos dentro del capítulo “preferencias personales” de cada astronauta. Por ejemplo, los iPods, aquellos pequeños dispositivos que almacenaban horas y horas de música. Ahora ya están en desuso, pero hace un cuarto de siglo fueron enormemente populares.
Los auriculares inalámbricos Airpod no se usan a bordo de la ISS pero sí en los viajes turísticos suborbitales que organiza de vez en cuando Virgin Galactic. En los videos de cabina muchos pasajeros llevan los botoncitos blancos en las orejas.
Y, por fin, el último gadget que sí ha encontrado uso en el espacio es el Apple Watch, autorizado -no sin ciertas reticencias- para su empleo en el primer vuelo privado financiado por el millonario Jared Isaacman (que hoy hubiera podido ser el nuevo administrador de la NASA de no mediar el veto de Donald Trump). Fue en 2021 a bordo de una cápsula Dragon. Es posible que en el lejano futuro veamos a algún astronauta paseando por la Luna o Marte mientras luce uno de estos relojes en su muñeca.