En las islas Svalbard no hace falta mucho para sentir que estás en medio de la nada. Entre paisajes invernales que parecen de postal y un silencio que solo rompe el viento del norte, se encuentra Longyearbyen, la población principal de este remoto archipiélago noruego. Un lugar donde la vida sigue, a pesar de que morir está literalmente prohibido.
Puede parecer increíble, pero en Longyearbyen los habitantes no pueden morir allí. No es un castigo ni una broma, sino una medida que tiene sentido si conoces la razón científica que la respalda.
Por qué no se puede morir en Longyearbyen
Longyearbyen se asienta sobre un suelo permanentemente congelado. Esto significa que los cuerpos enterrados no se descomponen. Durante la pandemia de gripe española, algunos cadáveres enterrados conservaron virus intactos, y las autoridades entendieron que podía ser un riesgo para la salud pública. Desde entonces, la ley dicta que las personas en situación terminal, las mujeres a punto de dar a luz o quienes se encuentren en peligro de muerte deben trasladarse a otro lugar antes de enfrentar el final de su vida.
No hay cementerio, no hay funeraria preparada, y tampoco un hospital capaz de dar soporte a estas situaciones extremas. Cuando alguien fallece por accidente, su cuerpo se traslada a otras islas o al continente, manteniendo así el índice de mortalidad “local” en cero. Es una medida estricta, sí, pero pensada para proteger a los vivos del riesgo que supone enterrar cuerpos que no se descomponen.
Iglesia de Longyearbyen
Además, las restricciones llegan a otros detalles de la vida cotidiana. En Longyearbyen no se permiten gatos como mascotas para proteger a las aves que anidan en la zona y mantener el equilibrio del ecosistema local.
El reflejo español
Lanjarón y su prohibición simbólica
A miles de kilómetros de distancia, en Granada, hay un pequeño pueblo llamado Lanjarón que vivió una situación sorprendentemente parecida, aunque con un toque más humorístico. En 1999, el alcalde José Rubio publicó un bando municipal que decía que estaba “terminantemente prohibido morirse” dentro del municipio. La razón era sencilla: el cementerio estaba lleno y no había espacio para más entierros.
La medida no fue sancionable ni obligatoria, sino una manera de llamar la atención sobre un problema que llevaba años sin resolverse. Lo curioso es que la noticia dio la vuelta al mundo, y aunque algunos vecinos incumplieron la norma, como un anciano amigo del alcalde, la prohibición se convirtió en parte del imaginario local, incluso en un atractivo turístico más.
Prohibido morirse: la insólita ley de un pueblo español
Comparar Longyearbyen con Lanjarón permite ver cómo situaciones muy distintas pueden dar lugar a leyes igual de sorprendentes. En Noruega la prohibición responde a un motivo científico concreto, preservar el permafrost y evitar riesgos para la salud, mientras que en Andalucía el límite era más simbólico, un gesto que mezclaba humor y pragmatismo para resolver un problema de espacio en el cementerio.
Aun así, ambos lugares muestran algo en común, la forma en que sus comunidades enfrentan desafíos extremos, ya sea un suelo que congela los cuerpos o un cementerio sin espacio. Y aunque la muerte nos toca a todos, estos pueblos recuerdan que la manera de encararla puede variar según la geografía y la cultura.


