Cuando uno piensa en tecnología puntera, lo último que se le viene a la cabeza es una antigua central térmica que proporciona aguas calientes a las calefacciones en pleno corazón de Praga, capital de la República Checa. Sin embargo, justo ahí, en una ciudad cargada de historia donde caminaron comunistas, nacionalsocialistas y héroes de la resistencia, es donde encontré uno de los centros de innovación tecnológica más potentes de Europa. Es la fábrica de Prusa, una de las compañías más importantes del mundo en impresión 3D.
Desde fuera, el edificio es discreto, casi invisible al ojo curioso. Si nadie te lo dice, jamás imaginarías que ahí dentro se fabrican miles de impresoras 3D que viajan a todos los rincones del planeta. Pero, en cuanto traspasé las puertas, la historia cambió. Me dejaron grabar prácticamente todo durante una jornada, y lo que vi fue simplemente alucinante.
El “garaje” checo: donde nacen las ideas
Lo primero que me mostraron fue una especie de “zona abierta” para emprendedores. Es como un mini laboratorio maker dentro de la empresa, donde cualquiera que solicite acceso puede desarrollar sus propios proyectos. Hay impresoras 3D por doquier, máquinas de corte láser, estaciones para tareas de electrónica, herramientas de todo tipo e incluso máquinas de impresión 3D automatizadas que detectan cuándo ha terminado una impresión, retiran la pieza y colocan una nueva placa. Todo para que la producción no pare nunca.
Pero yo había venido a ver la fábrica, el corazón de Prusa. Y ahí fue cuando empezó lo realmente interesante.
La fábrica donde las impresoras... Se imprimen a sí mismas
Con unos 900 empleados y al menos 10 secciones bien diferenciadas, la fábrica cuenta con una organización impresionante. Prusa produce diferentes modelos de impresoras, como la popular MK4, la CoreOne o la más robusta y grande Prusa XL, capaz de imprimir piezas de gran tamaño. Lo más curioso de todo es que muchas de las piezas de estas impresoras… ¡Son fabricadas por las mismas impresoras que luego se venden!
En una sala enorme, más de 400 impresoras 3D funcionan sin descanso, 24/7, generando componentes para otras impresoras. Las mismas MK4 que podemos comprar están ahí, trabajando como obreras incansables. Estas piezas generadas en plástico principalmente se utilizan para la estructura de las nuevas máquinas que se van a vender, y, además, cada una de ellas necesita ser supervisada, limpiada, clasificada y almacenada por los trabajadores para el siguiente paso: el ensamblaje.
Aun así, no todo se puede imprimir. Algunas partes, especialmente las que requieren mayor resistencia o precisión, se fabrican mediante inyección de plástico. Para ello utilizan moldes metálicos de gran peso donde el plástico caliente se introduce a presión y toma la forma deseada. Es un proceso rápido y preciso, aunque caro: cada versión de las piezas necesita su propio molde, lo cual no es especialmente flexible. Eso sí, la calidad del resultado es impresionante, ya que es prácticamente perfecto.
“Los robots ya se fabrican a sí mismos”: así es la fábrica de Prusa en República Checa, el corazón europeo de la impresión 3D que diseña, produce y ensambla el futuro de la tecnología.
Tecnología europea en estado puro
Uno de los momentos que más me sorprendió fue descubrir que Prusa ya no compra la electrónica de sus impresoras en China, sino que ensambla sus propias placas electrónicas dentro de sus instalaciones. Cuentan con una línea SMT (Surface Mount Technology) que parece sacada de una fábrica de chips en Asia, solo que está en medio de Europa. Máquinas carísimas montan resistencias, chips y condensadores sobre placas base que luego son testeadas automáticamente, incluso con rayos X, para asegurarse de que todo esté perfecto.
Este tipo de cadenas de montaje para el ensamblaje de la electrónica, en las últimas décadas, se han trasladado a países asiáticos como China, Taiwán o India, y es complicado que las empresas europeas decidan implementarlo directamente en sus instalaciones, pero cuando lo hacen tienen la ventaja de controlar su propia producción, además de mantener en “secreto” sus diseños antes de que salgan al mercado.
Instalación externa de la fábrica de Prusa, en Praga.
Montaje, empaquetado y más robots
Una vez que todas las piezas están listas y almacenadas, comienza el proceso de ensamblaje. Cada línea está especializada en un modelo concreto de impresora 3D y cada trabajador realiza una tarea específica. Esto permite una producción muy eficiente en cadena, donde cada impresora pasa por varias manos antes de quedar completamente montada.
Me llamó especialmente la atención un robot diseñado internamente por Prusa, encargado de clasificar y empaquetar tornillos. Así se aseguran de que no falte ni sobre nada en los kits de montaje, ya que los clientes pueden comprar las impresoras 3D sin montar ahorrando una cantidad importante de dinero, pero teniendo que invertir en sus casas diversas horas para “construir” su máquina. Por otro lado, también me dejaron probar el proceso de instalación del software de una placa base de una de las impresoras 3D que se estaba fabricando, lo cual fue más fácil de lo que imaginaba, gracias a lo automatizado que está todo.
Interior de la fábrica de Prusa, en Praga.
No solo se fabrica, también se innova
La visita no terminó ahí con las líneas de producción y fabricación. Prusa tiene departamentos dedicados exclusivamente a probar sus impresoras con trabajos extremadamente difíciles. El objetivo: encontrar errores antes que los clientes. Esto se complementa con una planta entera dedicada a la creación de contenido, donde producen vídeos, tutoriales y muestran todas las locuras posibles que se pueden hacer con impresión 3D. Desde figuras impresionantes hasta vehículos eléctricos impresos… Sí, en serio habían creado una moto eléctrica con la ayuda de la impresión 3D.
Y si te lo preguntabas: también producen sus propios filamentos (el material que usan las impresoras 3D para generar las piezas). Aunque no pude grabarlo por motivos de confidencialidad, me contaron que reciclan todos los restos y piezas defectuosas. Todo el plástico que no cumple estándares se tritura y se reutiliza.
Europa también sabe fabricar y lo debe hacer
Salir de la fábrica de Prusa me dejó una sensación extraña pero positiva. Estamos tan acostumbrados a pensar que todo se hace en China que ver este nivel de innovación, calidad y compromiso dentro de Europa es casi una sorpresa. Sí, los precios de estas impresoras no son los más bajos del mercado, pero ahora entiendo perfectamente por qué: calidad, control, innovación y fabricación local. Todo eso tiene un coste, pero también un enorme valor.
Alejandro Pérez es Ingeniero Informático y Doctor en Ciencia y Tecnología por la Universidad de Cantabria, además de creador de contenidos tecnológicos en YouTube.


