Hace una semana, Microsoft reveló detalles de un sistema de Inteligencia Artificial que superaba a los médicos en diagnósticos de salud complejos, lo cual tampoco es del todo una novedad: en marzo de 2024, por ejemplo, BBC anunciaba que una herramienta de IA logró detectar tumores de mama que habían pasado desapercibidos a la revisión de los médicos.
Días atrás, un corte de vídeo de un conocido director de cine español en torno a la Inteligencia Artificial se hacía viral. Las declaraciones venían a decir que existe una especie de complot masivo para que usemos esta tecnología, que además, según él, tampoco sería buena. Comparadas, las dos noticias ponen de manifiesto la confusión que existe hoy a la hora de elaborar una crítica de peso a las transformaciones económicas y políticas a las que asistimos hoy, y detectar los riesgos, pero también las oportunidades, que tenemos por delante.
En tanto que tecnología de propósito general, despreciar la IA se parece a rechazar la electricidad. Enunciar las limitaciones de su uso («es que la IA no hace X…») también tiene mucho de protesta porque las vías del tren no permiten cruzar el océano. Incluso si llevamos ya más de un cuarto de siglo con Internet extendido en nuestras coordenadas, el recordatorio sigue en pie: la tecnología es tecnología, y no contiene ningún tipo de moral en sí misma. Lo que hagamos con ella es lo único que debería importarnos. Darle la espalda a la IA, a estas alturas, ya es imposible: no podemos vivir como si el smartwatch o el Internet indexado no existieran. Tampoco como si no existieran empresas como OpenAI.
¿Recuerdan el relato conspiranoico en los tiempos de pandemia? Exactamente, eso es lo mismo que está pasando con los avances que están ocurriendo hoy en el campo de la Inteligencia Artificial hoy
Evidentemente, el miedo que despierta esta tecnología es legítimo: se trata de la primera revolución tecnológica que hace temblar los cimientos de la economía de servicios. Además, vigilar la concentración de poder también forma parte de la buena salud democrática de un país, motivo por el que no podemos dejar de seguir la pista a una tecnología que anticipa enormes concentraciones de capital en unos pocos.
Lo que no tiene sentido, por citar un ejemplo de consenso, es negar las vacunas del covid con el propósito de vigilar a la industria farmacéutica. ¿Recuerdan el relato conspiranoico en los tiempos de pandemia? Exactamente, eso es lo mismo que está pasando con los avances que están ocurriendo hoy en el campo de la Inteligencia Artificial hoy.

¿Son los anti-IA los nuevos antivacunas?
Jensen Huang —CEO de Nvidia, la compañía que posee la tecnología gracias a la cual la IA está desarrollándose— sostiene que los estados deben acelerar su soberanía digital: argumenta que, de la misma forma que nadie cedería sus infraestructuras a un tercero, corremos el mismo riesgo al dejar la tecnología en manos de otros. Y aunque Huang es, evidentemente, parte interesada en el debate —cuanto más desarrollo estructural de IA haya, más GPUs venderá—, la realidad es justamente así.
Cada segundo que pasa que la economía pública no invierte en infraestructura, regalamos espacio de innovación a los fondos privados. Recordemos que OpenAI perdió 5.000 millones de dólares solo en 2024, y que esa cifra solo es posible porque está sufragada por compañías o fondos como Microsoft, Séquoia, Andreessen Horowitz o SoftBank, entre otros.
En el año 2018, el antropólogo anarquista David Graeber, precursor del movimiento Occupy Wall Street, publicó el conocido libro Bullshit jobs, en torno a los muchos empleos remunerados percibidos como inútiles, innecesarios o perjudiciales por las propias personas que los desempeñan. “Da la impresión —escribía Graeber— de que hay alguien ahí fuera creando trabajos sin sentido solo para mantenernos ocupados. Y este es el principal misterio, ya que, en teoría, precisamente en el capitalismo este tipo de cosas no deberían suceder”.
Paradójicamente, la gran promesa de la Inteligencia Artificial es pulverizar este tipo de empleos. ¿Queremos regresar entonces adonde estábamos? ¿O quizá es momento de empezar a pensar otros escenarios? Por ejemplo, ¿qué pasaría si los estados realmente estuvieran dispuestos a liderar la carrera de la IA? ¿O podría ser, si no, que nos encontrásemos ante otro momento oportuno para plantearnos en serio la renta básica? Como sea, merecemos debates a la altura del reto al que nos abocamos.