En otoño de 2023, un simple enlace de torrent comenzó a circular por los círculos de desarrolladores. No contenía una película ni un disco pirateado, sino algo mucho más potente y controvertido: un modelo de inteligencia artificial completamente libre, sin filtros ni moderación. El modelo permitía generar desde poesía sublime hasta instrucciones para fabricar una bomba.
Detrás de esta liberación radical estaba Mistral AI, una recién nacida startup parisina. Y en el centro de la tormenta, su cofundador y CEO, Arthur Mensch, un joven ingeniero de 31 años que con ese gesto no solo presentaba su tecnología, sino que lanzaba un guantelete al rostro de los gigantes de Silicon Valley. Aquel torrent era una declaración de principios: en la guerra por el futuro de la IA, él jugaba con otras reglas.
Nacido en 1992, la trayectoria de Arthur Mensch parece diseñada en un laboratorio para crear al perfecto líder tecnológico europeo. Su currículum es un desfile de las instituciones más prestigiosas de Francia: múltiples másteres en matemáticas aplicadas e informática de la École Polytechnique y la École Normale Supérieure, seguidos de un doctorado en aprendizaje automático en Inria, el instituto nacional de investigación digital de Francia.
Su carrera culminó como investigador en la sede parisina de Google DeepMind, el olimpo de la IA. Allí fue autor principal de un paper que cambiaría las reglas del juego. Conocido como «Chinchilla», su investigación demostró que no se necesitaban modelos de IA gigantescos si se les entrenaba de forma más inteligente y con más datos. Descubrió que la eficiencia y la inteligencia podían vencer a la fuerza bruta. Esa idea, la de que las «buenas ideas» pueden superar al poder de cómputo ilimitado, se convirtió en la piedra angular de su futura rebelión.
La verdadera amenaza, sostiene, es más sutil y personal: la ‘descalificación’. Teme que una dependencia excesiva de la IA […] erosione nuestra capacidad de pensar críticamente.
En abril de 2023, junto a sus amigos y excolegas de Meta, Guillaume Lample y Timothée Lacroix, fundó Mistral AI. El nombre, como el de ese viento frío y persistente que sopla en el sur de Francia, era premonitorio. Su ambición no era solo técnica, sino geopolítica. Mensch sentía que la IA estaba siendo moldeada por una visión del mundo muy concreta, la de California.
“Estos modelos están produciendo contenido y dando forma a nuestra comprensión cultural del mundo”, declaró en una entrevista. “Y resulta que los valores de Francia y los valores de Estados Unidos difieren de maneras sutiles pero importantes”.

Arthur Mensch, CEO de Mistral AI.
Su misión era crear un “campeón europeo”, una alternativa que reflejara los valores del viejo continente y garantizara su soberanía tecnológica. Con esta bandera, Mistral AI protagonizó un ascenso meteórico, alcanzando una valoración de 2.000 millones de euros en apenas ocho meses y llegando a los 5.800 millones en junio de 2024. Así atrajo talento de élite y desafió la noción de que solo los gigantes con miles de millones pueden competir.
Pero donde Mensch rompe de verdad el molde de Silicon Valley es en su filosofía. En un sector obsesionado con la llegada de una Inteligencia Artificial General (AGI) —una conciencia digital superior a la humana—, él se declara un escéptico radical. Su frase más célebre y provocadora resume su postura: “Toda la retórica de la AGI trata sobre la creación de Dios. No creo en Dios. Soy un ateo convencido. Así que no creo en la AGI”.
Para él, esta búsqueda es una “obsesión muy religiosa” que desvía la atención de los problemas reales. Su principal preocupación ética no es un apocalipsis robótico. Ni siquiera la pérdida masiva de empleos, que considera una “gran exageración”. El verdadero peligro, sostiene, es más sutil y personal: la “descalificación” (deskilling).
Mensch teme que una dependencia excesiva de la IA para tareas cognitivas nos haga más perezosos mentalmente, erosionando nuestra capacidad de pensar críticamente. “Debemos ver las herramientas de IA generativa como una forma de aumentar la productividad y la creatividad”, afirma, defendiendo una IA que sea una herramienta para potenciar al humano, no para reemplazarlo.

Arthur Mensch, CEO de Mistral AI
Como sea, el camino del campeón europeo no ha estado libre de minas. La principal controversia estalló con su acuerdo estratégico con Microsoft, que invertiría 16 millones de dólares para distribuir los modelos comerciales y cerrados de Mistral en su plataforma Azure. Para muchos en la comunidad del código abierto, fue una “traición”. ¿Cómo podía el defensor de la apertura aliarse con uno de los mayores símbolos del software propietario?
Mensch lo ha defendido como un movimiento pragmático, explicando que Mistral opera con un modelo dual: libera modelos abiertos para fomentar la comunidad y la innovación, pero necesita vender modelos propietarios para financiar la costosísima investigación.
La mayoría de modelos están produciendo contenido y dando forma a nuestra comprensión cultural del mundo. Pero resulta que los valores de Francia y los valores de Estados Unidos difieren de maneras sutiles pero importantes”.
“Obviamente, hay secretos comerciales que mantenemos, porque así es como aportamos nuestro valor”, admitió. A esto se suman las críticas por la seguridad de sus modelos. Un informe de Enkrypt AI encontró que algunas de sus creaciones eran significativamente más propensas a generar contenido dañino que las de sus competidores, precisamente por una falta de alineación y filtros robustos, la otra cara de su filosofía de apertura.
Mensch afronta estas críticas con el mismo pragmatismo con el que aborda la tecnología. Navega la tensión entre el idealismo y la viabilidad comercial, entre la libertad y la responsabilidad. Su postura sobre la regulación de la IA, por ejemplo, es clara y directa. En el debate sobre la Ley de IA de la UE, utilizó una analogía poderosa: “No podemos regular un motor desprovisto de uso. No regulamos el lenguaje C porque se pueda usar para desarrollar malware. En cambio, prohibimos el malware”. Para él, la regulación debe centrarse en el uso final de la tecnología, no en la tecnología en sí, para no ahogar la innovación que Europa tanto necesita para competir.
Probablemente la clave para entender a Arthur Mensch se encuentra en esa declaración que lo define como un “ateo convencido” en la iglesia de la IA. No está en una cruzada mesiánica. No busca construir una nueva deidad digital en un laboratorio de París. Su revolución es más terrenal, más práctica, casi artesanal a pesar de su escala. Quiere forjar una herramienta. Una herramienta que, según él, debe ser eficiente, transparente y reflejar una cultura diferente. Una herramienta muy poderosa, muy europea y, por encima de todo, obstinadamente humana.
Antonio J. es escritor y cofundador y director editorial de www.rrefugio.com, agencia especializada en contenido, ecommerce, estrategia digital y branding.