En una contundente advertencia lanzada desde el corazón de la industria tecnológica alemana, Stefan Hartung, presidente del consejo de administración de Bosch, ha vuelto a poner el foco en un temor que resuena con fuerza entre empresarios, investigadores y tecnólogos del continente. Como una de las voces más influyentes del sector en Europa, Hartung advierte que la excesiva regulación está estrangulando la innovación europea en inteligencia artificial.
“Europa se está regulando hasta la muerte”, sentenció Hartung en una entrevista reciente con Reuters. “La inteligencia artificial no puede regularse como se regula una aspiradora”, añadió con ironía. En su visión, el Viejo Continente corre el riesgo de quedarse fuera de la carrera global por el desarrollo de esta tecnología clave si continúa priorizando restricciones por encima del progreso.
Mientras China y Estados Unidos avanzan a velocidad de crucero en la investigación, inversión y despliegue de sistemas de IA —tanto en el ámbito civil como en el militar—, Europa parece estar perdiendo terreno. Para Hartung, la recién aprobada AI Act (la primera legislación integral sobre inteligencia artificial en el mundo), aunque bienintencionada, puede convertirse en un obstáculo estructural. El problema está en que no va acompaña de políticas activas de fomento, inversión pública masiva y una apuesta decidida por la aplicación práctica de estas tecnologías en la industria.
El directivo alemán, que ha liderado la transformación digital de Bosch durante los últimos años, no se opone a la regulación per se. De hecho, defiende que ciertos límites éticos y jurídicos son necesarios para asegurar el uso responsable de la inteligencia artificial. Pero lo que critica es el desequilibrio. “Estados Unidos y China avanzan, experimentan, aprenden. Nosotros, en cambio, empezamos por legislar sin haber desarrollado aún un ecosistema competitivo”, argumentó.
Regular está bien, pero regular antes de innovar es como poner un freno de mano antes de arrancar el coche
Para Hartung, Europa no necesita más comités, sino más empresas tecnológicas que lideren el desarrollo de soluciones prácticas, escalables y responsables. Y en ese sentido, Bosch está tratando de predicar con el ejemplo. El gigante alemán ha incrementado su inversión en IA y semiconductores hasta los 10.000 millones de euros para el periodo 2024-2026, con el objetivo de integrar estas tecnologías en sus productos de movilidad, automatización y domótica.
Pero incluso desde su posición de poder, Hartung advierte que la industria sola no puede con todo. “Si queremos que Europa pinte algo en este nuevo orden tecnológico, necesitamos apoyo institucional, inversión pública inteligente y, sobre todo, un entorno regulatorio que no ahogue la innovación”, sentenció.
Si queremos que Europa pinte algo en este nuevo orden tecnológico, necesitamos apoyo institucional
Las palabras de Hartung no son una excepción. En los últimos meses, varios líderes empresariales europeos —desde Satya Nadella (Microsoft) en sus reuniones con la Comisión Europea hasta ejecutivos de empresas emergentes en París y Berlín— han expresado preocupaciones similares. La paradoja europea parece clara: el continente quiere liderar en ética de la IA, pero podría quedarse sin voz en la tecnología misma.
Un informe reciente del European AI Observatory revela que menos del 10% de las startups europeas de IA han alcanzado una fase de escalado significativa, frente al 40% en EE.UU. y el 30% en China. A eso se suma la creciente fuga de talento hacia ecosistemas más dinámicos y mejor financiados.
La Comisión Europea, por su parte, defiende el AI Act como un marco necesario para proteger a los ciudadanos y fomentar una IA “segura y confiable”. Pero voces como la de Hartung exigen ahora una segunda fase: reducir trabas, incentivar la inversión y crear zonas de experimentación tecnológica —los llamados sandboxes regulatorios— que permitan a las empresas europeas innovar sin miedo.
“Regular está bien, pero regular antes de innovar es como poner un freno de mano antes de arrancar el coche”, concluye Hartung. Y en el contexto de una carrera tecnológica global que no espera a nadie, el aviso no podría ser más claro: Europa necesita correr si no quiere quedarse atrás.