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Guido van Rossum, el ‘dictador’ benevolente que programó el futuro: “Quería crear un lenguaje que gustara a los hackers”

Python

Creó Python como un pasatiempo navideño y lo convirtió en el motor de la IA y de gigantes como Netflix. Su liderazgo, tan único como su código, redefinió el software libre.

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Guido van Rossum, el ‘dictador’ benevolente que programó el futuro: “Quería crear un lenguaje que gustara a los hackers”.

Diseño: Selu Manzano

El 12 de julio de 2018, un correo electrónico sacudía los cimientos del mundo del software. No anunciaba un producto revolucionario ni una brecha de seguridad, sino una abdicación. Guido van Rossum, creador del lenguaje de programación Python y su líder indiscutible durante casi tres décadas, anunciaba su renuncia. “No quiero volver a luchar tan duramente por una PEP [Propuesta de Mejora de Python] para ver que hay tanta gente desprecia mis decisiones”, decía en su mensaje, aludiendo a una agria disputa sobre una nueva característica técnica. 

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Con esas palabras, el “Dictador Benevolente de por Vida” —título que la comunidad le había otorgado con una mezcla de afecto y respeto— se retiraba del trono de la programación. Hoy, cada vez que vemos una serie en Netflix, escuchamos música en Spotify o pedimos a una inteligencia artificial que escriba un correo, estamos interactuando con un fantasma. 

Un fantasma digital, elegante y omnipresente, cuyo esqueleto sostiene una porción gigantesca de nuestro mundo tecnológico. Ese fantasma se llama Python, y durante casi tres décadas, su evolución fue guiada por la voluntad de un solo hombre: Guido van Rossum

Debe haber una —y preferiblemente solo una— manera obvia de hacerlo”: el principio que abrió las puertas a millones de programadores

Pero para comprender la magnitud del seísmo, hay que viajar al origen de todo: unas tranquilas vacaciones de Navidad de 1989. Por aquel entonces, Van Rossum era un joven programador en el Centrum Wiskunde & Informatica (CWI) de Ámsterdam. “Buscaba un proyecto de programación como hobby que me mantuviera ocupado durante las semanas de Navidad”, relataría años después. 

Frustrado por las limitaciones de las herramientas existentes, decidió crear un sucesor espiritual para ABC, un lenguaje educativo en el que había trabajado. Quería algo simple, elegante, pero también práctico. 

Guido van Rossum, creador de Python.

El nombre, Python, fue una elección “ligeramente irreverente”, un homenaje a su grupo de comedia favorito, Monty Python's Flying Circus. El pasatiempo, nacido sin grandes ambiciones, llevaba en su ADN una filosofía radical que lo cambiaría todo. Van Rossum estaba convencido de que el código “se lee con mucha más frecuencia de lo que se escribe”. Por tanto, la claridad y la legibilidad no eran un lujo, sino una necesidad imperiosa. El código, para él, no era solo un conjunto de instrucciones para una máquina, sino una forma de “expresar y comunicar ideas” entre programadores.

Su visión se materializó en una sintaxis limpia, donde la indentación (el uso de espacios o tabuladores al principio de una línea de texto o código para crear una separación visual del margen izquierdo) no es una sugerencia estilística, sino parte de la estructura. Se convirtió en la piedra angular de un lenguaje que, como se detalló en una propuesta a DARPA en 1999, aspiraba a ser “tan comprensible como el inglés simple”. 

Aspiraba a ser “tan comprensible como el inglés simple”

Esta filosofía fue inmortalizada por el ingeniero Tim Peters en El Zen de Python, una colección de 19 aforismos que actúan como la constitución ideológica del lenguaje. Máximas como “Bello es mejor que feo” o “Simple es mejor que complejo” no son meras frases inspiradoras, sino principios de diseño que han guiado a generaciones de desarrolladores. 

La más definitoria, quizás, sea: “Debe haber una —y preferiblemente solo una— manera obvia de hacerlo”. Este fue su gran acto de democratización: al reducir la carga cognitiva, Python abrió las puertas de la programación a científicos, analistas de datos y millones de personas que podían centrarse en resolver sus problemas en lugar de batallar con la complejidad sintáctica. Van Rossum no solo había creado un lenguaje; había diseñado una cultura.

El zen de Python

A medida que Python crecía, la comunidad necesitaba un líder, y en 1995 formalizaron el rol de Van Rossum como Dictador Benevolente de por Vida (BDFL). Era el árbitro final, la última palabra en cualquier debate técnico. El modelo funcionó de maravilla durante más de veinte años, permitiendo una evolución coherente y decidida. 

Van Rossum, mientras tanto, no se convirtió en un gestor alejado del código. Se mantuvo como un ingeniero de primera línea, un “arquitecto de lenguaje y desarrollador senior en el epicentro de las empresas tecnológicas que dependían de su obra”, trabajando en Google y después en Dropbox, donde lideró la titánica migración de más de “5 millones de líneas de código” de Python 2 a Python 3. 

El Zen de Python condensó en 19 aforismos una filosofía de diseño que marcó a generaciones

Sin embargo, el crecimiento exponencial trajo consigo tensiones. La comunidad ya no era un pequeño grupo de entusiastas, sino una nación global con opiniones firmes y encontradas. La controversia sobre la PEP 572, que introducía el llamado “operador morsa” (:=), fue la gota que colmó el vaso. El debate fue tan encarnizado y personal que Van Rossum sintió que su rol de líder se había vuelto insostenible.

En noviembre de 2020, ante la sorpresa de todos, se unió a Microsoft como Ingeniero Distinguido. Su misión, declarada con su característica sencillez pragmática, era abordar una de las críticas históricas a su creación: “hacer que Python sea más rápido”. 

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El creador volvía a sus raíces, no para gobernar, sino para construir. Su historia es la de un genio que entendió que el verdadero legado no consiste en mantener el control, sino en construir algo tan robusto y con una comunidad tan fuerte que pueda prosperar incluso sin ti.