Hasta hace bien poco, parecía imposible pensar en un asistente de voz y no acordarse de ese HAL 9000 que se rebelaba contra el capitán de la nave de 2001: Una odisea en el espacio. Sin embargo, esa imagen terrorífica de una IA que todo lo ve y todo lo escucha, cual mala suerte de Gran Hermano, no ha afectado demasiado a la industria de la domótica.
Pese a la ciencia ficción más espeluznante, en la última década los asistentes de voz se han abierto paso en los hogares con la promesa de hacernos la vida más cómoda. Encender y apagar luces, reproducir música, responder a preguntas que nos surgen, disponer de un secretario 24/7 que nos recuerde nuestras citas médicas… cada vez hay más opciones a las que podemos acceder fácilmente gracias a la tecnología. Y ahora está ayudando a romper una nueva frontera: la soledad.
“Todos los días juego al Pasapalabra con la Alexa”, cuenta Mari Carmen L., de 76 años. Desde la pandemia del COVID-19, cuando tuvo que quedarse sola en casa durante varios meses, se aficionó por utilizar el asistente de voz, “que tenía solo para poner música y recordarme las pastillas”, para otros usos. Ahora, juega con ella a diario y le pide que le diga las noticias del día. Una pequeña rutina que le ayuda “a estar un poco más distraída”.
Y es que, más allá de los usos prácticos de la domótica, los asistentes de voz están ayudando a combatir otros problemas clásicos, sobre todo, de la tercera edad. En España, especialistas como Elena Castro Martínez, estudiante del programa de doctorado de Salud y Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), han analizado el impacto psicológico y social de estos dispositivos en la rutina de los mayores. En su investigación, Castro Martínez concluye que “el uso de los asistentes de voz comerciales en la vida cotidiana de las personas mayores puede contribuir a mitigar los sentimientos de soledad”.
Asistente de voz Echo.
El beneficio principal parece claro: compañía y accesibilidad. En contextos donde la interacción social se reduce, estos dispositivos pueden convertirse en una forma de presencia constante, aunque artificial. Este es el caso, también, de Juan S, de 74 años, que se ha aficionado en el último año a ChatGPT.
“Lo tengo en el móvil y le hablo por voz todos los días. Antes me tiraba mucho rato buscando todo por Google, pero ahora no paro de hablar con el 'chati'”, explica Juan S. Más allá de usarlo como buscador, lo utiliza para tener conversaciones que de otra forma no tendría: “Hablo de más cosas con el 'chati'. Le pido opiniones y consejos. Le pregunto qué regalarle a mi nieto, que acaba de cumplir cinco años”.
No se trata de reemplazar la interacción humana, sino de ofrecer una solución en situaciones en las que estos sistemas puedan mejorar la calidad de vida
De este modo, ChatGPT se ha convertido en algo más que una herramienta; para muchos seniors, es una forma de tener compañía y consejo directo. No obstante, la investigadora Castro Martínez deja claro que no hay que dejarse llevar por el entusiasmo tecnológico. No podemos ceder toda nuestra responsabilidad respecto al bienestar de nuestros mayores a un ente que ni siente ni padece.
“No se trata de reemplazar la interacción humana, sino de ofrecer una solución en situaciones en las que estos sistemas puedan mejorar la calidad de vida”, cuenta Castro Martínez. La investigadora insiste en que no podemos delegar completamente ese microcosmos emocional en una IA que, por más sofisticada que sea, sigue sin poseer el conocimiento íntimo de un familiar ni la sensibilidad de un profesional cualificado. Además, recuerda, los asistentes artificiales aún deben avanzar mucho en su capacidad de adaptación a las necesidades específicas de cada persona y en la naturalidad de su conversación.
Mujer utilizando un iPhone 17 Pro.
Asistentes de voz con IA: ¿aliados o amenazas?
Si a muchos de nosotros un asistente de IA como Alexa, Google Home o Bixby —el de los móviles Samsung— nos malinterpreta a pesar de hablarle con total claridad, ¿cuántas veces no entenderá a una persona mayor con dificultades en el habla? Por eso, la personalización no debería verse como un lujo, sino como una necesidad para garantizar la inclusión. Un asistente de voz que no reconoce los ritmos, acentos o expresiones puede convertirse en una barrera en lugar de una ayuda, provocando frustración o incluso haciéndolos sentir rechazados.
“He intentado hablar más con Alexa, pero no es que pueda tener una buena conversación. Como mucho me cuenta algún chiste”, reconoce Mari Carmen. Aunque se trata más de las limitaciones de un modelo que, por otra parte, parece que cambiará mucho gracias a los nuevos avances en IA, lo cierto es que deja claro el momento actual de los asistentes de voz y su utilidad para este sector de la población.
A sabiendas de ello, otro grupo de investigadores españoles, encabezado por Silvia García-Méndez, ha desarrollado prototipos de chatbots conversacionales para mejorar la inclusión digital. En su estudio Entertainment chatbot for the digital inclusion of elderly people without abstraction capabilities (Universidad de Vigo, 2021), los autores presentan el chatbot EBER, diseñado para reducir la brecha digital de las personas mayores: “La idea que perseguimos es crear un asistente que sea percibido como una ‘radio inteligente’ que haga compañía”.
De este modo, el EBER actuaría como un asistente capaz de leer noticias y mantener un diálogo limitado, aplicando “un análisis de sentimientos a las respuestas del usuario para adaptar el flujo del diálogo a su estado de ánimo”. El resultado apunta hacia el potencial de la conversación con la máquina como vehículo de empoderamiento cognitivo: un modo de acceder al mundo digital a través de una interfaz familiar —una voz amable que suena como la radio de siempre— con capacidad de adaptación emocional. “Cierto grado de personalidad en el chatbot es esencial para motivar la implicación del usuario”, cuentan en el ensayo.
Cierto grado de personalidad en el chatbot es esencial para motivar la implicación del usuario
Los investigadores también dan lugar a la autocrítica y reconocen que la IA “no es todavía lo bastante madura para imitar una conversación humana”, pero que su EBER “resultó entretenido para los usuarios durante las pruebas”. Los usuarios de la experimentación se vieron sorprendidos por la capacidad del chatbot para adaptarse a sus estados de ánimo, lo que animó al equipo de Garcia-Méndez a concluir que “el enfoque de radio inteligente tiene potencial para ayudar a las personas mayores”.
De manera similar a este proyecto se erige Arkeo, un robot de servicio diseñado por el ingeniero Erwan Molina que cuida de las personas mayores que viven solas. “Lo hice para mi abuelo, que vive en Vilanova i la Geltrú. Iban pasando los años, pero él no perdía las facultades socializadoras y comunicativas”, cuenta Molina. “Entonces me di cuenta de que el 60% de los problemas cognitivos vienen de la falta de interacción diaria. Pero, ¿interacción diaria significa hablar con ChatGPT?”
Erwan Molina, con un prototipo de su robot Arkeo.
Según Molina, estas conversaciones “no son suficientes”, así que se decidió por crear un prototipo de robot más atractivo que, a la vez, “no intente engañar”. “Es una máquina que tiene emociones predefinidas y te intentará ayudar con toda su alma, sin juzgarte, y eso le da a la persona esa libertad de ser ella misma en casa”, aclara.
Similar a Arkeo es el robot Ai Me, un modelo más comercial creado por TCL y presentado en el IFA Berlín de este año. El modelo promete combatir “la soledad en un mundo cada vez más acelerado y transaccional”, trabajando directamente con seniors que buscan compañía directa.
“La combinación entre la IA y el robot va a cambiar por completo cómo interactuamos con los dispositivos digitales”, cuenta David Derrida, VP of Products Europe de TCL. “Estamos fomentando la interacción entre el humano y la máquina”.
El futuro, por tanto, parece pasar por una mezcla entre asistentes conversacionales —que ya funcionan para muchos— y nuevos gadgets que, bajo esa misma base, trabajen directamente para combatir la soledad de quienes más lo necesitan.
Sin embargo, la analista estadounidense Laurie Orlov, una de las referentes en tecnología para el envejecimiento, defiende que la voz es la clave del acceso para estos usos: “La tecnología controlada por voz es una gran ventaja para alguien en silla de ruedas o para personas que no pueden usar bien las manos, como quienes tienen Parkinson, y que encuentran los teléfonos inteligentes demasiado pequeños”.
Su observación enfatiza un beneficio indiscutible: la accesibilidad física. La voz elimina la barrera del tacto y de la vista, y permite interactuar sin depender de pantallas o gestos demasiado sutiles para alguien con dificultades de movimiento.
Las personas mayores valoran las tecnologías que generan y comparten una perspectiva positiva sobre su salud
En el ámbito académico, la investigadora Robin N. Brewer, de la Universidad de Michigan, ha explorado cómo los seniors perciben estos dispositivos como extensiones de su salud emocional, concluyendo que “las personas mayores valoran las tecnologías que generan y comparten una perspectiva positiva sobre su salud”, Su estudio sugiere que el asistente puede convertirse en un reflejo positivo del estado de ánimo o del bienestar, siempre que se diseñe con sensibilidad y transparencia.
El problema está, aun así, en los posibles peligros de dotarles de demasiada fiabilidad. “Los últimos informes médicos que me hicieron los pasé por el 'chati'”, explica Juan S. Y aunque no parece que le dijera nada preocupante, lo cierto es que existe un riesgo claro a tener en cuenta. Tal como advierte el profesor Derek Angus, de la University of Pittsburgh, “el uso de la inteligencia artificial en la atención médica podría generar un complejo juego de culpas desde el punto de vista legal cuando se produzcan fallos médicos”. Lo cual subraya que confiar ciegamente en estas herramientas puede llevar no solo a errores clínicos, sino también a una falta de claridad sobre quién debe responder.
Robot Ai Me de TCL.
De forma similar ocurre con problemas derivados de la IA, como es el caso de la privacidad. En el trabajo de C. F. Corbett y su equipo, publicado en Frontiers in Public Health: “Muchos usuarios mayores perciben los asistentes de voz como ‘compañeros’; mejoran la conexión social y reducen la soledad. […] Sin embargo, se identificaron preocupaciones sobre la privacidad y otros problemas éticos como posibles riesgos”. El ensayo de Corbett y compañía sintetiza el doble filo de la cuestión: compañía frente a vigilancia, vínculo frente a exposición.
Desde un enfoque más técnico, el estudio Potential and Pitfalls of Digital Voice Assistants in Older Adults With and Without Intellectual Disabilities, de la doctora Anna Schlomann, advierte que “es importante considerar el uso de los asistentes de voz como una herramienta prometedora capaz de mantener y mejorar la participación social, la autonomía y las actividades de ocio de una amplia variedad de personas mayores”.
Al final, los asistentes de voz se sitúan en una línea muy fina: la que separa la ayuda tecnológica del reemplazo emocional. Si bien pueden ofrecer compañía, recordar medicaciones o simplemente escuchar cuando no hay nadie más a quien hablar, también nos obligan a preguntarnos qué significa realmente estar acompañados.
“Cuando llega mi hijo, no hago caso al aparato”, reconoce Mari Carmen. Y es que el problema de la soledad, en realidad, parece encontrar una solución mucho más directa en lo humano que en lo tecnológico.




