1.000.000.000.000 de dólares para Elon Musk: ¿qué hay detrás, de verdad, del nuevo sueldo histórico del CEO de Tesla?
Tesla
El plan de Tesla para su CEO no tiene salario ni bonus. A cambio, le ofrece una fortuna si convierte la empresa en un gigante de la inteligencia artificial, donde el coche eléctrico es solo el principio. Estas son algunas de las cláusulas menos comentadas de la noticia en torno a la decisión del nuevo sueldo de Elon Musk
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Elon Musk.
Aclaración para lectores
1.000.000.000.000 de dólares (12 ceros) equivale a un billón de dólares en español y un trillón de dólares según la nomenclatura anglosajona. Esta diferencia entre ambos sistemas numéricos suele provocar confusiones.
Para que se hagan una idea, Satya Nadella, CEO de Microsoft, ganó alrededor de 79 millones de dólares en 2024. Tim Cook, de Apple, está en torno a los 75 millones. Jensen Huang, cabeza máxima de NVIDIA, la compañía qué más rentabilidad parece estar sacando a la nueva fiebre del oro en la IA, 50 millones.
Sin embargo, estos días se está hablando mucho del nuevo sueldo de Elon Musk, CEO de Tesla, valorado en, atención, un billón (billón español; es decir, 1.000.000.000.000 de dólares; 1 Trillion USD). ¿Pero qué hay detrás verdaderamente de esta cifra? ¿Es real? (¿Existe todo ese dinero…?)
Lo cierto es que esta cifra ni siquiera es un salario: Musk, en el reciente plan de compensación aprobado por la junta de Tesla, no cobrará un solo euro fijo ni bonus anuales. Lo que ha firmado es, en realidad, un órdago sin par: un plan a diez años donde la recompensa solo llegará si logra una de las transformaciones corporativas más radicales de la historia. Es una apuesta de todo o nada, no solo por el futuro de Tesla, sino por un nuevo paradigma empresarial donde la inteligencia artificial y la robótica sean las verdaderas joyas de la corona.
Estructurado en 12 tramos, cada uno desbloquea una porción de la fortuna, pero solo si se cumplen simultáneamente dos condiciones: un hito de capitalización bursátil y un hito operacional. Para cobrar la totalidad, Musk debe llevar el valor de Tesla hasta los 8,5 billones de dólares, trece veces más que el objetivo máximo de su ya polémico plan de 2018. Básicamente, esto quiere decir que los accionistas no le pagan por gestionar la empresa, sino por crear una nueva de un valor exponencial sobre los cimientos de la actual. Si fracasa, se va sin nada.
El nuevo plan de Musk implica virar totalmente la compañía Tesla hacia una nueva dirección
Para entender la disrupción, basta con comparar el modelo Musk con el de otros titanes tecnológicos. Mientras que los paquetes retributivos de Cook o Nadella se basan en métricas anuales de rendimiento y gestión, funcionando como una recompensa por la buena administración, el de Musk es una megasubvención a década vista. Está más cerca del pacto de un inversor de capital riesgo con un fundador que de la nómina de un CEO.
Mientras los CEOs de Microsoft y Apple gestionan imperios consolidados, a Musk se le pide que construya uno nuevo. Esta estructura lo convierte en una especie de “inversor de sí mismo”, donde su patrimonio está intrínsecamente ligado a la creación de un valor astronómico para el resto de los accionistas, borrando la línea tradicional entre ejecutivo y emprendedor.
¿Dónde reside entonces la clave para alcanzar esa valoración estratosférica? La respuesta no está en vender más coches eléctricos. El corazón del plan se encuentra en otros hitos operacionales, que dibujan una hoja de ruta que va mucho más allá de la automoción, e incluyen poner en circulación un millón de robotaxis, alcanzar diez millones de suscripciones activas al sistema de conducción autónoma (FSD) y, como pieza central, entregar un millón de robots humanoides Optimus.
A propósito de los Optimus, es aquí donde se revela su verdadera ambición: convertir a Tesla en una empresa dominante en inteligencia artificial y robótica de propósito general, donde los vehículos sean solo una plataforma para desplegar su tecnología.
El robot Optimus, de Tesla.
La materialización de este futuro es altamente incierta. Los analistas proyectan tres escenarios principales. El escenario base, con un 40% de probabilidad, contempla un cumplimiento parcial. Tesla dominaría la conducción autónoma, pero se retrasaría en la robótica, lo que permitiría a Musk cobrar entre 6 y 8 de los 12 tramos. El escenario pesimista, también con un 40% de probabilidad, asume un fracaso estratégico o un bloqueo judicial que anule el plan, dejándole sin recompensa.
Luego está el escenario optimista, una remota posibilidad del 20% en la que todos los hitos se cumplen. En ese universo, Tesla alcanzaría los 8,5 billones de dólares de valor y Musk se convertiría, como consecuencia directa, en el primer trillonario del mundo. Para que esto ocurra, Optimus no solo tendría que funcionar, sino convertirse en un producto de masas.
Más allá de las cifras, el plan de Musk es un claro símbolo del capitalismo contemporáneo. Para sus defensores, es la máxima expresión de la meritocracia: una recompensa colosal por una creación de valor igualmente colosal. Para los detractores, es un claro síntoma de un culto al líder que permite a una sola figura —el «Hombre Clave»— torcer las reglas de la gobernanza corporativa a su favor, como demuestra la controvertida decisión de trasladar la sede legal de la empresa de Delaware a Texas para buscar un entorno judicial más favorable.
Este contrato no solo medirá el futuro de Tesla; también servirá como un fascinante caso de estudio sobre los límites del poder, el riesgo y la narrativa en una era definida por visionarios que se niegan a aceptar las reglas del juego.