Luke Kemp, investigador del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial en Cambridge, no se anda con rodeos: “Lo más probable es que la civilización y la sociedad se autodestruyan”. Tras estudiar cientos de casos históricos, llegó a una conclusión inquietante: no es que las civilizaciones colapsen por fuerzas externas, sino que suelen cavar su propia tumba.
A estas estructuras las llama “Goliats”: sistemas jerárquicos, desiguales, construidos sobre el control de excedentes y la represión. “Son fuertes en apariencia, pero frágiles en el fondo”, explica. Cuando se combinan corrupción, desigualdad y crisis ecológicas, el derrumbe se vuelve casi inevitable.

El mundo ya ha vivido momentos al borde de la autodestrucción en el pasado.
Lo grave, dice Kemp, es que ahora el Goliat es global. “Si algo falla, no hay refugio. Nadie queda al margen”. A diferencia del pasado, donde las caídas eran parciales o regionales, hoy un colapso podría arrastrarlo todo: redes eléctricas, cadenas de suministro, alimentos, gobiernos.
Las amenazas tampoco son las mismas. “Antes usaban espadas, ahora tenemos armas nucleares, IA descontrolada y un planeta al borde del colapso climático”, señala. Algunos modelos predicen menos de un 10 % de probabilidad de evitar el desastre si no cambiamos el rumbo.
Luke Kemp
“Si algo falla, no hay refugio. Nadie queda al margen”
Aun así, Kemp no cree en rendirse. “Soy pesimista con el futuro, pero optimista con la gente”, dice. Cree que aún hay espacio para rediseñar nuestras instituciones, limitar la concentración de riqueza y tomar decisiones personales con conciencia. “No trabajes para quien está destruyendo el mundo”, insiste.
¿Hay esperanza? “Quizá no podamos evitar el colapso”, reconoce, “pero sí podemos decidir cómo enfrentarlo. Resistir ya es una forma de dignidad”. Para Kemp, no se trata de predecir el fin, sino de evitar seguir acelerándolo.