Christopher Nolan no pudo estar más acertado a la hora de reflejar en su película Oppenheimer la mente en shock del padre de la bomba atómica. En el filme de 2023, inseparable ya para los restos de Barbie como fenómeno cultural, Nolan no solo se limita a dar un repaso por la intrahistoria del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, del cual se cumplen hoy 80 años, sino también a explorar la psique del científico que lideró el Proyecto Manhattan.
En la película, se nos muestra a un J. Robert Oppenheimer un tanto noqueado tras realizar con éxito la prueba de la bomba atómica en el desierto de Nuevo México y que constituyó la primera explosión nuclear de la historia. Durante unos instantes, podemos colarnos en la celebración entre los científicos y militares en la que Oppenheimer, interpretado brillantemente por Cillian Murphy, no se une plenamente a la euforia. Así, Nolan opta por mostrar su aislamiento psicológico y su creciente remordimiento.
Además, durante la misma prueba, Nolan deja que la música y el sonido hagan mutis por el foro mientras Oppenheimer contempla la explosión. El silencio se rompe con una única frase en off tan demoledora como la propia bomba: “Now I am become Death, the destroyer of worlds” / Ahora me he convertido en Muerte, el destructor de mundos. El tono es sombrío, reflexivo y lleno de culpa. Nolan no la incluye como una línea épica sobre la explosión, sino como un eco interior, una carga espiritual que lo acompaña tras haber liberado ese poder destructivo.
Durante la película, el personaje ya pronuncia previamente esta cita durante el primer encuentro sexual con su amante, Jean Tatlock, interpretada por Florence Pugh. Ella extrae un libro en sánscrito de la biblioteca del científico, el Bhagavad Gītā, y le fuerza a traducir directamente un verso mientras la penetra. La escena es de una enorme carga simbólica y viene a evidenciar esa relación tensional entre pasión y terror, entre atracción y repulsa, entre Eros y Tánatos, que Oppenheimer debió experimentar durante su estancia en Los Álamos.

J. Robert Oppenheimer y John von Neumann en la inauguración de la computadora construida para el Instituto de Estudios Avanzados, 1952.
Esta sentencia, tan fascinante como siniestra, fue pronunciada en vida por Oppenheimer, pero sería más de una década más tarde del lanzamiento de la bomba atómica. Lo hizo durante su entrevista para el documental The decision to drop de bomb (La decisión de lanzar la bomba) de 1965, con el fin de intentar explicar de una manera sintética sus sensaciones respecto a las consecuencias de su invención. Durante su intervención, se puede apreciar que estamos ante un hombre con una personalidad muy cercana a la interpretada en la película: inteligente y amable, pero también ensimismado y claramente atribulado.
Sin embargo, Oppenheimer no recurre a esta cita del Bhagavad Gītā literalmente. El versículo 32 del capítulo 11 de este libro sagrado hindú no refiere directamente a la Muerte, sino a su causa: el Tiempo. La referencia original rezaría entonces así: “Yo soy el Tiempo, el gran destructor de mundos.”
Yo soy el Tiempo, el gran destructor de los mundos, y he venido aquí para destruir a todos los hombres
Como el mismo Oppenheimer cuenta en la entrevista, esta frase es algo que el dios Vishnu, en su encarnación como Krishna, lanza al héroe Arjuna para convencerle de que ejecute su deber pese a sus dilemas morales. El guerrero está paralizado por la idea de tener que matar a sus familiares, maestros y amigos en la inminente guerra. Entonces le pide a Krishna ver su forma universal, es decir, su auténtica esencia divina.
La deidad accede y le muestra al héroe una visión abrumadora de su forma cósmica, con innumerables bocas y ojos, devorando a los guerreros de ambos bandos como si fueran insignificantes. En medio de esa visión, es cuando Krishna le espeta: “Yo soy el Tiempo, el gran destructor de los mundos, y he venido aquí para destruir a todos los hombres”. Y, para que supere sus escrúpulos morales, añade: “Todos estos guerreros morirán, contigo o sin ti. Por tanto, ¡levántate y cumple con tu deber!”

Bomba atómica sobre Nagasaki, 9 de agosto de 1945.
No es de extrañar, por tanto, que Oppenheimer viera en este mito un paralelismo con sus propios argumentos para convencerse de que lanzar la bomba atómica era un mal inevitable. ¿Debían usar un arma capaz de destruir las ciudades Hiroshima y Nagasaki causando un sufrimiento inimaginable? Para el científico, la respuesta se apoyaba en una lógica tan trágica como pragmática, que recuerda al mensaje de Krishna: la Segunda Guerra Mundial ya estaba ahí y era inevitable. Por lo tanto, su deber era terminar con la violencia de la manera más rápida posible para evitar un mayor derramamiento de sangre a largo plazo.
Entonces, así como Arjuna debía aceptar la inevitabilidad del destino y actuar como parte (nimitta) de un plan mayor, Oppenheimer vio en la creación y uso de la bomba una responsabilidad impuesta por el curso inexorable de la historia. En ambas situaciones, sus acciones se convierten en actos necesarios a sus ojos, en el deber (dharma) del guerrero que debe luchar, sin apego a las consecuencias, sobreponiéndose a la culpa y ambivalencia moral.
No obstante, que Oppenheimer cambiara “soy el Tiempo” por “ me he convertido en Muerte” al recurrir a la cita resulta en cierto modo revelador. Quizá el cambio no fuera consciente y simplemente no recordaba del todo el versículo al pie de la letra. Si así fuera, aún más a nuestro favor al interpretar sus palabras como un complemento a su mirada perdida mientras las pronuncia.
Al fin y al cabo, Oppenheimer era demasiado inteligente como para poder autoengañarse con una sublimación alegórica de sus actos. En última instancia, sabía que el mito hindú no es más que una abstracción del inexorable paso del tiempo, algo ciertamente insalvable. En cambio, el casi medio millón de víctimas de Hiroshima y Nagasaki eran muy tangibles. Si todavía pesan en la conciencia del mundo 80 años después, cuán pesada no sería la losa que debió suponer para la persona responsable a ojos de la historia.