“Ya no se trata de tener el palo más grande, sino de convencer a tu rival de que, si ataca, ninguno  saldrá vivo”: la guerra moderna cambia con la llegada de la IA y los drones autónomos

Guerra digital

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Portátil de Getac utilizado en defensa.

Portátil de Getac utilizado en defensa.

Getac

Durante siglos, se creyó que quien tuviera “el palo más grande” sería quien ostentara el poder. Así lo ha sido a lo largo de la historia. Sin embargo, fronteras cada vez son más difusas. Ante los avances tecnológicos sobre drones, misiles inteligentes, satélites espías, sistemas de gestión de campos de batalla, cabe preguntarse: ¿sigue siendo válida la ley del más fuerte?

Con la aparición de la bomba atómica como actor en el teatro de la guerra, se abrió una nueva era: ningún país podía atacar a otro sin arriesgar su propia destrucción. Tras la demostración de su poder destructivo en Hiroshima y Nagasaki, además de las pruebas atómicas realizadas en diversos lugares del planeta por parte de los Estados poseedores de tales armas, esta situación dio lugar a lo que en inglés se conoce como Mutual Assured Destruction (M.A.D.). 

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En inglés, el término juega con el significado de la palabra “mad”, “loco”. Es un concepto que fue llevado al cine en la película WarGames, donde un joven Matthew Broderick encarnaba a un aprendiz de informático que acababa jugando a un simulador de guerra nuclear con la inteligencia artificial militar estadounidense.

Expertos en ciencia bélica sostienen que escenarios como los que se vivieron en el pasado en guerras convencionales, como la Primera y Segunda Guerra Mundial (o como algunos lo llaman “La Gran Guerra Civil Europea”) es poco probable que vuelvan a repetirse precisamente por esta destrucción mutua. 

Dron guerra Ucrania

Dron de guerra en Ucrania.

LAPRESSE

Eso dio lugar a un concepto ampliamente utilizado para referirse a conflictos armados como es la “disuasión”. Ya no se trata de tener el mazo más grande con el que golpear a tu adversario, sino de convencerlo de que, si ataca con esos medios, ninguno de los dos saldrá vivo. La Guerra tuvo entonces que encontrar medios más sutiles para continuar galopando.

El conflicto en Ucrania y los ataques cruzados entre Irán e Israel lo ilustran. Pese a su superioridad militar, tanto en el campo de batalla como en el espacio aéreo, así como su capacidad nuclear, Rusia optó por un despliegue terrestre, lo que permitió a Ucrania responder con enjambres de drones suicidas, una optimización de sus fuerzas gracias a sistemas de recolección y procesamiento de datos de los diversos frentes de batalla más eficientes y otras tácticas de guerrilla moderna. Rusia parece haber tomado buena cuenta de ello, ya que, desde el inicio del conflicto, ha ido incrementando la presencia de este tipo de artefactos a su estrategia ofensiva en Ucrania.

Expertos en ciencia bélica sostienen que escenarios como los que se vivieron en la Primera y Segunda Guerra Mundial es poco probable que se repitan

En este mismo periodo, Irán lanzó una oleada de drones sobre infraestructuras militares israelíes como represalia por el bombardeo de su consulado en Siria. Todos fueron interceptados por la “Cúpula de Hierro”, un sistema antimisiles guiado por radares terrestres. Curiosamente, ambos países presentaron el resultado como una victoria: Israel por demostrar la eficacia de su tecnología e Irán por mostrar contención y estrategia, considerando que un dron cuesta mil dólares frente a los cientos de miles que cuesta interceptarlo.

Otro ejemplo en este sentido son los ataques con drones de las milicias huties en el estrecho de Bab el-Mandeb y el Mar Rojo con el uso de esta misma estrategia. Esto ha forzado a Estados Unidos a intervenir militarmente en la zona para tratar de garantizar la seguridad del comercio marítimo en esa zona del mundo para limitar los desvíos de las rutas comerciales y, como consecuencia, el aumento de los costes del transporte. 

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Las armas son cada vez más inteligentes; los objetivos militares, cada vez más concretos. Las armas nucleares modernas son mucho más “limpias” en comparación con sus predecesoras. A pesar, claro está, de que siguen siendo armas nucleares que provocan daños colaterales a causa de la radiación durante largo tiempo. La inteligencia y contrainteligencia ha ganado mucho más protagonismo a la hora de planificar ofensivas y contraofensivas. 

Hasta la ciberseguridad se ha ganado su hueco en el complejo industrial militar. Los ciberataques a instalaciones de enriquecimiento de uranio iraní o la filtración de documentos clasificados lo demuestran, como el caso algunos miembros del ejército publicando en foros del popular juego bélico War Thunder especificaciones técnicas de vehículos de combate reales en activo que se consideran secretos de Estado. Este caso es especialmente llamativo, ya que las filtraciones son recurrentes (hasta trece incidentes se han registrado desde 2021) por parte de los jugadores. Y parece que los conflictos bélicos se alinean con los objetivos de la agenda 2020 – 2030.

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El manejo de tanques y otros vehículos de combate ha sido digitalizado para reducir la dependencia de la mano de obra humana, más vulnerable a la mortalidad y, además, costosa y compleja de formar. Se han desarrollado softwares especializados para gestionar y coordinar operaciones en los campos de batalla. 

El uso de drones explosivos de bajo coste ha provocado estragos en unidades blindadas de caballería tradicional, cuya operación es relativamente sencilla, rápida y, sobre todo, barata de enseñar. El viejo lema que sostiene que la guerra impulsa el avance tecnológico no parece hoy tan categórico: por primera vez, es el sector civil quien aporta valor e innovación a determinadas áreas de la industria militar.

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Mientras tanto, los hombres y mujeres comunes, casi como figurantes anónimos en una historia que no nos pertenece, ansiamos la llegada de la digitalización para no convertirnos en un “daño colateral”. Todos esperamos evitar escenarios que, tristemente, suceden cada día: imágenes de fosas comunes, veteranos de guerra traumatizados y desmembrados, madres buscando a sus hijos, hijas vagando sin padre, o niños con vendajes sucios de pies a cabeza, con la mirada perdida todavía averiguando qué les acaba de pasar. 

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