Desde septiembre, los alumnos de primaria y secundaria en todo Quebec deben adaptarse a una nueva norma importante: la prohibición total del uso del teléfono móvil en la escuela. Este debate, aunque domina las conversaciones en torno al inicio del curso escolar, no es nuevo ni exclusivo de Quebec.
Las preocupaciones de los padres respecto al uso de la tecnología por parte de sus hijos no dejan de crecer, alimentadas en particular por las historias de suicidios de adolescentes tras intercambios con ChatGPT o por las acusaciones de explotación infantil en Roblox. Los gobiernos, en muchas partes del mundo, reaccionan a estos temores sobre el impacto de las tecnologías digitales en los jóvenes imponiendo prohibiciones.
Como investigadores de los usos digitales en la vida cotidiana, sostenemos que una prohibición, por sí sola, pasa por alto un problema crucial para las familias. Porque, una vez de regreso en casa, son los padres quienes se enfrentan solos a la gestión del uso de las pantallas. Y dado que la mayoría de las actividades en línea escapan a su supervisión, establecer reglas claras —y mantener un diálogo abierto— se convierte en un verdadero desafío.
Niño adicto al móvil.
Un problema pendiente
La necesidad de alfabetización digital para los padres
Según el Observatorio de la Parentalidad y de la Educación Digital, un organismo de investigación francés, el 53 % de los padres considera que carece de apoyo en lo referente a la educación digital de sus hijos.
Nuestra investigación demuestra que el problema no se limita al tiempo de pantalla. También la invisibilidad de las actividades de los jóvenes es lo que alimenta las tensiones en el hogar.
Por ejemplo, un adolescente al que entrevistamos utilizaba los videojuegos para mantenerse en contacto con sus amigos. Su madre, en cambio, lo percibía como una forma de aislarse. Una conversación podría haber calmado la situación, pero el estigma en torno al videojuego complicó las cosas.
Estas diferencias de percepción ahondan todavía más la brecha digital entre los padres y sus hijos.
¿Es mi hijo un adicto?
Pensar más allá del tiempo de pantalla
El tiempo pasado frente a una pantalla, por sí solo, no dice gran cosa sobre lo que los jóvenes hacen realmente en línea. Algunos estudios muestran que un uso moderado —alrededor de una hora al día— está vinculado a una tasa más baja de depresión, y que las plataformas digitales pueden incluso favorecer amistades más diversas e inclusivas que en la “vida real”. En resumen, todo depende del contexto: qué hacen los jóvenes, con quién y en qué condiciones.
En nuestra investigación, fue a través del contexto de los videojuegos que buscamos comprender mejor cómo las familias viven la tecnología en casa.
Constatamos que las preocupaciones de los padres no se centran únicamente en el juego en sí —a menudo visto como algo aislante o improductivo—, sino también en la manera en que altera las rutinas familiares. Un ejemplo claro sería el de un niño que se niega a dejar una partida para ir a cenar. Como estas tecnologías están diseñadas para captar y retener la atención, su efecto en la dinámica familiar suele ser demasiado ignorado.
Niño con un móvil.
Un problema oculto
El desafío de la invisibilidad
Estas tensiones se ven amplificadas por la parte invisible de las actividades en línea. Ver a un joven frente a una pantalla no cuenta toda la historia: ¿está socializando con sus amigos, discutiendo con desconocidos o enfrentándose a comentarios nocivos?
Esa opacidad complica seriamente las negociaciones dentro de los hogares. Aunque los padres impongan reglas —«una hora de juego», «nada de móvil después de las 21 h»—, esos límites pueden parecer arbitrarios e injustos a ojos de los adolescentes si se establecen sin comprender las dinámicas propias de lo digital.
En nuestro estudio, varios jóvenes describían el mismo dilema. Por un lado, abandonar una partida a la mitad significaba exponerse a sanciones —a menudo en forma de un ban temporal— y dejar tirados a sus compañeros. Por otro, quedarse en línea los ponía en conflicto con las expectativas familiares, como acudir a cenar. Resultado: los padres se sienten desafiados, los hijos incomprendidos.
¿Qué podemos hacer?
Por qué las prohibiciones no bastan
A nivel de políticas públicas, prohibir los dispositivos en clase puede reducir las distracciones. Pero eso ayuda poco a las familias a encuadrar el uso de las pantallas en casa, donde las tensiones reaparecen rápidamente.
La experiencia internacional muestra, además, que estas prohibiciones no resuelven los problemas de fondo.
En Australia, por ejemplo, donde varios estados restringen el uso del móvil en la escuela, los investigadores recuerdan que estas medidas no deberían sustituir esfuerzos más amplios en alfabetización digital.
Un niño usa el teléfono móvil y una tablet.
El camino a seguir
Apostar por la alfabetización y el diálogo
Si de verdad queremos apoyar a las familias, hay que entender mejor lo que ocurre detrás de la pantalla. Eso significa ayudar a los padres a hacer las preguntas adecuadas, a captar el contexto de uso y a negociar reglas justas.
Los teléfonos y las consolas suelen percibirse como objetos «personales», lo que deja a los padres al margen de lo que realmente sucede en ellos. El diálogo es esencial, pero debe estar acompañado de recursos adaptados.
En Quebec, por ejemplo, Vidéotron se ha asociado con el CIEL para ofrecer herramientas que ayuden a las familias a dialogar y a encuadrar mejor el uso del teléfono.
En nuestra investigación con jugadores competitivos, vimos que este tipo de iniciativas ilustran bien el papel que pueden desempeñar los intermediarios: actuar como entrenadores, capaces de acompañar a jóvenes y padres hacia prácticas digitales más sanas y equilibradas. En lugar de dejar que las familias se las arreglen solas, o de apostar únicamente por las prohibiciones en la escuela, estos apoyos estructurados hacen más tangible lo que a menudo permanece invisible detrás de la pantalla.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Alex Baudet es Profesor asistente de Marketing en la Université Laval. Marie-Agnes Parmentier es profesora de Marketing en la HEC Montréal.




