Cuando Steve Jobs presentó el iPhone en 2007, dejó claro que se trataba de “una revolución” que cambiaría para siempre nuestra forma de relacionarnos con el teléfono móvil. En apenas unos meses, el mundo le dio la razón. La sociedad pasó de utilizar el móvil para hacer llamadas, enviarse SMS puntuales y, como mucho, escuchar música o jugar al Snake, a convertirlo en el centro neurálgico de su día a día.
Durante las dos últimas décadas, la humanidad ha pasado de utilizar la tecnología como complemento a transformarla en una extensión de sí mismos. Más allá de servir como comunicador, el móvil es ahora nuestra principal fuente de entretenimiento, de organización y de validación emocional.
Consultamos el tiempo, gestionamos nuestra agenda, pedimos comida, trabajamos, vigilamos a nuestros hijos, nos enamoramos, nos deprimimos, nos comparamos, nos perdemos… y todo desde una misma pantalla. La promesa de tener el mundo en el bolsillo se ha cumplido, pero con un coste que cada vez se hace más visible: la imposibilidad de apagar este “copiloto” que tantas alegrías se suponía que iba a ofrecernos.
“Yo te juro que quiero quitármelo, pero no soy capaz. Cada noche me quedo dormida mientras miro TikToks… no puedo desengancharme”, confiesa Alicia P, de 36 años. “Hace poco me levanté sin batería porque se me olvidó cargarlo y estuve todo el día agobiada, porque tenía que estar en la calle y no podía hacer nada. Me sentía perdida.”
Cada noche me quedo dormida mientras miro TikToks… no puedo desengancharme
Su declaración relfeja la de millones de personas que han visto cómo su vida se ha descontrolado ante el auge masivo de las redes sociales. Según datos recogidos por el informe Digital 2023: Global Overview Report, los españoles dedican un 35% de su tiempo diario al uso de pantallas de móviles y ordenadores. 6 horas diarias de media, según otro estudio de Línea Directa, de las cuales 4 están desdicadas en exclusiva a redes sociales.
En muchos casos, estas cifras se disparan entre los más jóvenes y los trabajadores digitales, que reconocen estar conectados desde que se levantan hasta que se acuestan. Y lo más llamativo no es el número de horas, sino el hecho de que cada vez menos personas son capaces de pasar un solo día sin consultar sus dispositivos.
“Muchas veces pienso: a tomar por saco, me compro un móvil de estos antiguos, sin datos, y lo uso solo para lo justo. Pero, honestamente, me veo incapaz”, cuenta Jaime B, de 27 años. A lo que se suma Beatriz R: “Yo soy muy cinéfila, pero ya no soy ni capaz de ver una película de corrido. Siempre me distraigo con el móvil. A la que suena una notificación, no puedo evitar mirarla. Y si me paso más de cinco minutos sin el móvil, tengo la tentación de ir a ver qué está pasando.”
La desconexión digital se ha convertido en una necesidad.
La desconexión imposible
Ya no puedes apagar tu móvil
Lo peor es que cada vez resulta más difícil, incluso físicamente, desconectarse de esta adicción. “Al principio, la tecnología nos otorgaba un poder importante: existía un botón de OFF que usábamos para desconectarnos. Pero, hoy en día, la mayoría de la gente no apaga nunca sus dispositivos. De hecho, muchos ni siquiera te dejan hacerlo”, advierte Diego Hidalgo, sociólogo e impulsor de la plataforma Movimiento OFF, que aboga por la desconexión digital.
Para entender cómo hemos llegado hasta este punto, lo principal es analizar la propia construcción de estos dispositivos. “El smartphone es una máquina de robo de atención constante”, explica Hidalgo. “A diferencia del ordenador que se quedaba en casa, el móvil está siempre con nosotros y nos obliga a mirarlo cada poco tiempo”. Estoy avisando, seudónimo del escritor anónimo del libro La gran conspiración: cómo las redes sociales controlan tu vida, está de acuerdo con el sociólogo. “El móvil es como el chupete de los niños. Reclama tu atención todo el rato y te da pequeñas dosis de serotonina para calmarte durante unos instantes.”
La desconexión digital se ha convertido en una necesidad.
Pero hay quienes creen que, más allá de un chupete, el móvil actúa como algo mucho más pernicioso: un parásito. Así lo explican los investigadores australianos Rachael L. Brown y Rob Brooks: “Lejos de ser herramientas benignas, los teléfonos inteligentes parasitan nuestro tiempo, nuestra atención y nuestra información personal, todo ello en beneficio de las empresas tecnológicas y sus anunciantes.”
Brown y Brooks creen que “muchos somos rehenes de nuestros móviles y esclavos del scroll infinito, incapaces de desconectarnos por completo” y que lo estamos pagando con “falta de sueño, relaciones en el mundo físico más débiles y trastornos del estado de ánimo.”
Muchos somos rehenes de nuestros móviles y esclavos del scroll infinito, incapaces de desconectarnos por completo
Todo parte de una falsa promesa, tal y como cree el comisario digital Jon Uriarte; de una trampa en la que hemos caído sin darnos cuenta: “Los inicios de Internet se basaban en ir de link en link, explorando sin saber muy bien adónde ibas. Hoy en día, lo único que hacemos muchas veces es hacer scroll. Y sabemos que vamos a seguir constantemente en ese scroll. La posibilidad de conectarte con gente era una de las grandes promesas de Internet. Pero luego eso fue apropiado por empresas como Meta, que se han quedado con ese eslogan y lo han convertido en cualquier cosa menos eso. Las redes sociales hoy hacen cualquier cosa menos conectarnos con la gente.”
Precisamente, el problema parece encontrarse en los propios diseñadores de los aparatos. En quienes tienen el control real sobre lo que ves y lo que usas. “Antes pensaba que la tecnología era neutral, que todo dependía del uso que le dieras, pero ya no lo veo así”, explica la artista Xin Liu, que utiliza la ciencia y la tecnología como parte de sus performances. “Me he dado cuenta de que la tecnología, en su núcleo, está diseñada para aumentar la productividad, y eso la conecta directamente con el sistema capitalista. Pero la tecnología es para ahorrar trabajo, para elevar la productividad. Y esa idea está totalmente alineada con la lógica del capital.”
Para Brown y Brooks, ha sido un crecimiento exponencial que solo las grandes empresas han sabido aprovechar: “A medida que los teléfonos inteligentes se han vuelto casi indispensables, algunas de las aplicaciones más populares que ofrecen han pasado a servir los intereses de las empresas creadoras de aplicaciones y de sus anunciantes con más fidelidad que los de sus usuarios humanos. Estas aplicaciones están diseñadas para influir en nuestro comportamiento y mantener nuestra atención en la pantalla, hacer click en anuncios y mantenernos en un estado de indignación perpetua.”
Pero, ¿cómo hemos dejado que la situación se descontrole tanto? Todo apunta a que ha sido culpa de la propia ola que lo ha arrastrado todo: a la novedad, la velocidad y, sobre todo, el desconocimiento sobre algo que aún no terminamos de comprender. “Uno de los problemas con la vida digital es que es muy nueva”, asegura la filósofa Carissa Véliz. “No tenemos experiencia suficiente para tener reacciones viscerales de miedo al riesgo al que nos exponemos. En parte por la novedad, en parte porque es muy abstracto, y en parte porque está diseñado para ser opaco.”
Carissa Véliz, filósofa.
Alejándose de la conectividad
Retiros de desconexión: pequeños paraísos para una sociedad desesperada
En busca de huir de una adicción cada vez más evidente, los propios usuarios han comenzado a tomar cartas en el asunto. “Cada día apago el móvil a las ocho y no lo enciendo hasta las diez. Me he puesto un horario estricto para no volverme loca”, cuenta Tamara G, que lleva dos años llevando a a cabo esta práctica sin excepción.
“Revisé cuántas horas pasaba al día en el móvil y me salían más de siete horas. Ahí hice un click, era una barbaridad, y eso sin contar con otras pantallas como la tele o el ordenador”, añade Mónica M. “Desde entonces, en cuanto veo que he superado las tres horas al día en el móvil, me prohíbo entrar en redes sociales”.
Revisé cuántas horas pasaba al día en el móvil y me salían más de siete horas. Ahí hice un click, era una barbaridad
Para quienes, o bien no pueden permitirse el lujo de aplicarse reglas propias, o bien no son capaces de hacerlo, surgen iniciativas como The Offline Club, una iniciativa que organiza eventos donde se encierran los móviles bajo llave y se prioriza la conexión humana, en busca de reivindicar un uso más consciente de lo digital. Llevan a cabo actividades como jugar a juegos de mesa, clubes de lectura, talleres de costura o actividades analógicas de todo tipo, completamente alejadas de las pantallas.
“El objetivo es crear contextos donde no haya pantallas ni distracciones digitales. De hecho, literalmente encerramos los teléfonos móviles de las personas que participan en una caja bajo llave, para que ni siquiera exista la tentación. La idea es recuperar formas de relación más humanas, sin intermediación digital”, explica Monica SG Golay, la responsable de The Offline Club en Barcelona.
Una de las actividades de 'The Offline Club'.
Golay ya practicaba la desconexión, a su forma, antes de adentrarse en esta iniciativa. Solía pasar días, o incluso fines de semana, alejada del teléfono. Pero no fue hasta que descubrió a personas que pasaban por su misma situación cuando decidió dar un paso más.
“Creo que es algo que nos falta mucho hoy como sociedad: espacios donde compartir, conectar, estar presentes”, explica. “La gente suele venir, precisamente, por el deseo de desconectar del mundo digital y tomarse una pausa. Vienen personas que trabajan frente al ordenador todo el día, de nueve a cinco, y que necesitan parar. Otras que acaban de mudarse a la ciudad y lo ven como una buena forma de conocer gente, pero sin la presión del networking o de tener una cita. También viene mucha gente creativa, con hobbies muy analógicos, que encuentran aquí un entorno ideal, sin distracciones, para practicarlos”
Creo que es algo que nos falta mucho hoy como sociedad: espacios donde compartir, conectar, estar presentes
De hecho, esta interconectividad masiva también ha hecho reaparecer las aficiones alejadas de las pantallas. Así lo explica Júlia Bisbal, artista y creadora de contenido en TikTok e Instagram, que ha encontrado en las redes, paradójicamente, una forma de escapar del contenido vacío y refugiarse en algo más analógico y palpable: “Estamos quemados con la tecnología. Aunque la utilicemos constantemente por entretenimiento, buscamos inconscientemente un descanso de ella. Ver a gente hacer cosas artesanales nos devuelve un poco a la realidad, nos anima a dejar de ver vídeos y ponernos nosotros mismos a intentar eso que vemos. Nos hace parar un rato el ritmo de vida frenético y saturado de estímulos que llevamos.”
La idea de desconectar de la tecnología y refugiarse en lugares comunes es algo que —cómo no— llegó antes a Silicon Valley y otros entornos de lujo. Ya era algo que se practicaba una década atrás, con actividades que van desde balnearios especializados en el descanso hasta aislamientos en países como Tailandia, donde invitan a dejar lejos el smartphone para conectar con uno mismo. Pero la cosa ha ido a más con los “retiros de oscuridad”, lugares provistos para la meditación en los que no solo dejan fuera sus dispositivos móviles, sino que se adentran en rincones oscuros y se ponen antifaces para, literalmente, no ver nada.
Intento no mirar el teléfono nada más despertarme. Me doy una o dos horas antes de empezar a usarlo, si puedo. Y lo mismo al final del día: evitarlo antes de dormir
“Fue lo mejor que he hecho en mi vida. La vida vuelve a parecer simple” explica para Wired Dwight Howard, exjugador de la NBA. “Cuando te privas de todo estímulo visual externo —móvil, luz, televisión—, al final solo quedan los sueños, los pensamientos y la oscuridad”, añade Jason Halbert, exvicepresidente de recursos humanos y seguridad global en Snap (Snapchat).
A pesar de que muchos llegan a experimentar pesadillas y ensoñaciones extrañas debido a esta práctica donde ni el espacio ni el tiempo existen, algunos testimonios creen que es necesario para olvidarse de la conexión global a la que estamos sometidos y dar un paso al lado. “Me ayudó a reflexionar sobre cómo ser un mejor ser humano, profesional, padre, entrenador y esposo”, resume Halbert.
Monica SG Golay, de 'The Offline Club'.
Pero ¿qué podemos hacer en nuestro día a día, más allá de refugiarnos en retiros, para controlar nuestra adicción? “No hace falta irse a una montaña ni tirar el móvil al mar”, asegura Golay. “Basta con encontrar espacios dentro de la ciudad donde puedas apagar el ruido digital. Donde simplemente puedas estar, sin tener que hacer nada, sin tener que pensar en nada más allá del presente.”
A nivel práctico, aboga por algo mucho más sencillo: “Puedes hacer algo tan sencillo como poner el móvil en blanco y negro. Puede parecer una tontería, pero tiene un gran impacto. Al eliminar los colores, deja de resultar tan atractivo visualmente, y se reduce el estímulo.” Y, al igual que hace Tamara G, también cree que establecer un horario de uso es primordial: “En mi caso, intento no mirar el teléfono nada más despertarme. Me doy una o dos horas antes de empezar a usarlo, si puedo. Y lo mismo al final del día: evitarlo antes de dormir.”
La filósofa Carissa Véliz cree que, además, estamos en un instante dulce para una práctica que estamos olvidando cada vez más: “Es el momento perfecto para leer. Leer todo lo que puedas leer. Leer historia, leer filosofía, leer política, leer antropología, aprender de las generaciones pasadas, de cómo superaron los momentos más difíciles de sus vidas. Y leer en papel, porque el acto de leer es un acto de desafío a todo lo que está pasando. Es decir: no, no voy a estar en tu ordenador, ni voy a estar en tus redes sociales, voy a leer a los grandes pensadores de la historia.”
Porque solo la sabiduría, asegura Véliz, nos hará libres —también de esta adicción—. Y no debemos olvidar que, aunque nos cueste cada vez más, la vida sigue estando en lo analógico, no en lo digital: “La vida es de la cafetería de la esquina, de tus amigos, de las conversaciones en persona, de la naturaleza, de salir a correr. Y mientras menos dependamos de lo digital, más robusta y satisfactoria será esa vida. Lo digital es un fantasma de lo analógico, es un second best, lo que usamos cuando no tenemos la opción de hacer algo analógico. Hablamos por Zoom cuando no podemos vernos en persona.”




