La noticia de la muerte del cineasta David Lynch en Los Ángeles compartió ayer portada en la prensa catalana con el encuentro de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en Waterloo. Las casualidades a veces son caras de metáforas poliédricas. La obra de Lynch, según él mismo había explicado en The New York Times a raíz del estreno de Blue velvet, está basada en su obsesión por demostrar que lo superficial de la vida y sus aparentes buenas sensaciones no son la verdad, pues a menudo ocultan un lado oscuro que lo condiciona todo.

David Lynch en el 2002
También la foto entre Puigdemont y Junqueras, en ese chalet pequeñoburgués que se conoce pomposamente con el nombre de la Casa de la República, es como una felicitación navideña que ha llegado con retraso. Las profundas diferencias personales y políticas entre ambos duran desde hace más de una década. Y cuesta pensar que la distancia, que por más que el bolero diga que no es el olvido, haya restañado heridas. De entrada, sorprende que quienes fracasaron en su intento de implementar la independencia sin tener nada preparado para el día después sean todavía quienes presidan sus partidos. El independentismo ha ido perdiendo entidad, pero sobre todo votos. Y además, Junts y ERC rompieron las cartas cuando gobernaban juntos la Generalitat.
La foto de Junqueras y Puigdemont no va más allá de ser un acto de normalidad política
Ya nadie habla de unidad independentista, porque es una palabra que ha perdido significado. El encuentro en Waterloo se justifica para dar sensación de normalidad. Pero ambas formaciones compiten en quién consigue más del Gobierno de Pedro Sánchez, tienen estrategias distintas sobre su posición parlamentaria y tampoco se ponen de acuerdo en la relación con el Ejecutivo de Salvador Illa. Al menos, pudieron hacer un comunicado, donde se habla genéricamente “de abrir una nueva etapa que contribuya a recuperar la fuerza y la iniciativa del movimiento independentista”. Como si las nuevas etapas no las cargara el diablo. Pero la retórica es como el salvavidas en los naufragios: da algo de esperanza.
En la foto, los dos dirigentes demuestran que aguantan el tipo sin abrigo entre la nieve. Como Isabella Rossellini, que aparecía desnuda en mitad de la calle en Blue velvet.