Tal como están las cosas terrenales, disculpen que me distraiga contemplando las estrellas. Hace poco viajé a un destino Starlight, donde la oscuridad sigue siendo lo que siempre fue: la mejor aliada del cielo. Sin contaminación lumínica, el firmamento se extendía como un tapiz de luces titilantes, tan nítidas que me pareció verlas por primera vez. Sin embargo, era un regreso a ese extraño país llamado pasado.

Recordé noches de mi infancia, cuando mi abuelo me llevaba a pasear por la aldea a oscuras. Él me enseñó a identificar la Vía Láctea, el Carro o la Osa Mayor. Me hablaba de navegantes que guiaban sus travesías con esos puntos de luz y de campesinos que leían los cielos como libros abiertos para mitigar la dureza y la incertidumbre de sus vidas. Crecí pensando que la oscuridad no era un vacío, sino un lienzo de revelaciones.
La oscuridad forzada por drones y misiles en Ucrania deja a ciegas sus defensas
Hoy, la mayoría de las ciudades han olvidado la esencia de la noche. Vivimos bajo una bóveda velada por el resplandor de alumbrados, pantallas y demás luces insomnes. Y así nos hemos acostumbrado a no mirar las estrellas, ignorantes de qué significa vivir con la vista puesta en algo más grande que nosotros, un síntoma de nuestro alejamiento del mundo natural, de la soberbia con la que nos creemos independientes de sus ciclos.
Pero el lenguaje sí recuerda. Desastre viene de disastrum, mal astro, en alusión a la creencia de que las calamidades se debían a una alineación desfavorable de los cuerpos celestes. Desconsiderado es quien no consulta los astros antes de actuar. En catalán, malastrugança, de mal y astruc (bajo mala estrella), significa infortunio.
Luego tenemos otras noches, las que no dependen de la rotación de la Tierra. Pienso en la oscuridad forzada por drones y misiles en Ucrania, con el beneplácito actual de Washington, que deja a ciegas sus defensas. El trumputinismo, saqueador de recursos, con sus líderes como falsos soles, aplica, en su versión renovada del colonialismo, las mismas reglas: ataca siempre, niégalo todo y, pase lo que pase, proclámate vencedor. Quizá la etimología de desastre nos siga advirtiendo de algo, solo que no es el cielo el que se alinea contra nosotros, sino que los malos astros están aquí abajo.