Diversos factores han contribuido a que la Unión Europea (UE), impulsada desde sus orígenes para promover en el Viejo Continente la paz y la estabilidad, de la mano del desarrollo económico, esté ahora planteándose una operación de rearme a gran escala. Entre estos factores sobresalen dos: la amenaza rusa, ilustrada por la invasión de Ucrania o por sus ataques cibernéticos a países occidentales, y el giro estratégico del presidente norteamericano, Donald Trump, que en las primeras semanas del segundo mandato ha explicitado su propensión a entenderse con Rusia mejor que con la UE, al tiempo que aflojaba los lazos de la alianza transatlántica.
En esta coyuntura, no es descartable un afianzamiento de la pinza integrada por EE.UU. y la Federación Rusa, motivo que se aduce en Bruselas para la reconfiguración al alza de su propia estructura defensiva. Porque ni Putin parece dispuesto a ceder en sus ambiciones expansionistas ni Trump garantiza que la OTAN vaya a seguir desempeñando el papel que la ha caracterizado desde su creación en 1949.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se expresó de modo concluyente el pasado día 4 al proponer un plan de rearme comunitario por valor de 800.000 millones de euros. En su opinión, “estamos viviendo el más peligroso de los tiempos”. Dicho plan requerirá un extraordinario esfuerzo de los países miembros de la UE, que deberán aportar el grueso de los fondos para dotarlo, además de superar diferencias de opinión en sus respectivos parlamentos. La cumbre de la OTAN convocada en La Haya para los días 24 y 25 de junio puede ser un hito decisivo en este proceso que tensa las relaciones internacionales.
Los países miembros de la UE afrontan un esfuerzo extraordinario para asegurar su defensa
Alemania dio un paso muy significativo el pasado miércoles en la dirección apuntada por Von der Leyen. El conservador Friedrich Merz, vencedor de las últimas elecciones y previsible nuevo canciller, trenzó un pacto con los verdes que, sumado al alcanzado antes con los socialdemócratas, debería permitir a su país un histórico endeudamiento para afrontar el rearme y también la renovación infraestructural, algo que vulnera la ortodoxia presupuestaria germánica y requeriría reformas constitucionales. El resto de los gobiernos europeos han abordado asimismo esta cuestión y están perfilando sus respectivas iniciativas.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, comparte la preocupación de las autoridades de la UE y reiteró el miércoles su compromiso de subir el gasto español en defensa hasta el 2% del PIB, muy por encima del 1,3% actual. Desde que comenzó la invasión de Ucrania, España ha aumentado ya su esfuerzo en defensa, ganando seis posiciones –de la 23.ª a la 17.ª– en el índice Global Firepower, que evalúa la capacidad militar por países. Pero su potencia presenta deficiencias, cuya superación requeriría acelerar el proceso de modernización de las fuerzas armadas y de la industria de defensa.
Esa modernización topa con dificultades varias, empezando por los recursos humanos –el Ejército de Tierra cuenta con 76.000 soldados; la Armada, con 21.000, y el Ejército del Aire, con 23.000–, en tiempos de menguante ardor guerrero: el 53% de los jóvenes españoles ha declarado que no empuñaría un arma para defender a su país (en Italia el porcentaje asciende al 78%). Y siguiendo por carencias graves, como por ejemplo la de un sistema móvil de lanzacohetes múltiples. Dicho esto, nuestro país cuenta, eso sí, con una apreciable industria de defensa, integrada por centenares de empresas, que el año 2023 sumaron una facturación conjunta consolidada de 13.900 millones de euros. Al frente de este sector están firmas como Airbus, Indra, Navantia, Santa Bárbara, ITP Aero o Sapa, responsables de entre el 80% y el 90% de las ventas, y principales beneficiarias de los 4.000 millones complementarios anuales de inversión que ha anunciado la Comisión Europea.
España no puede ser ajena a la mejora de la seguridad europea, que es garante de su libertad
El debate sobre defensa y rearme ha dado un vuelco en la UE tras los últimos acontecimientos. Sus países miembros deben afrontar nuevos desafíos, tanto de viejos rivales como de aliados que ahora se distancian. Eso parece fuera de discusión. Otra cosa es cómo lo hacen. Lo ideal, partiendo de amplios acuerdos nacionales y comunitarios, sería llevarlo a cabo con el afán de consolidar una autonomía defensiva europea, desarrollando las industrias ya existentes y trabajando con la tecnología y la innovación necesarias para fomentar la seguridad europea, que es garante indispensable de su libertad.