Las lamentaciones sobre la pérdida de un “orden mundial” y un “orden internacional basado en reglas” se han convertido recientemente en un mantra en los comentarios sobre la llamada geopolítica. Esas expresiones apenas se usaron nunca cuando supuestamente existía dicho orden, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, cuando Estados Unidos se convirtió en la mayor potencia y moldeó las reglas internacionales. Comenzaron a ser una locución frecuente a mediados de la década del 2010, tras la ocupación rusa de Crimea y, aún más, tras la primera elección del presidente Donald J. Trump. Su invocación actual parece un deseo nostálgico. Como si Putin y Trump hubieran destruido una estructura satisfactoria de relaciones diplomáticas, legales y económicas supuestamente pacíficas y predecibles; es algo que podría haber existido, pero no existió, o al menos no tanto como algunos nostálgicos pretenden.
Un orden mundial basado en reglas internacionales es un modelo normativo; el “realismo”, como su nombre indica, es una explicación de la realidad basada en el poder de los actores. Dos cosas diferentes. El problema es que el modelo normativo intentó ser real cuando el que diseñó las reglas era casi todopoderoso.
Tras la aplastante victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos diseñó las reglas de posguerra. Las encabezó con la creación de la Organización de las Naciones Unidas para mantener la paz y la seguridad internacionales, defender el derecho internacional y el respeto y la observancia de los derechos humanos, como se establece en su Carta de 1945.
Obviamente, el derecho internacional y los derechos civiles no fueron respetados sino criminalmente violados por dictaduras, estados canallas y organizaciones terroristas. Pero no se convirtieron en ley universal porque fueron ignorados o quebrantados por las grandes potencias que los diseñaron y se esperaba que fueran responsables de su aplicación.
El nuevo orden mundial alejó nuevas guerras directas entre los grandes poderes imperiales. Pero la guerra fría implicó la difusión de guerras calientes locales en casi todo el mundo. Los soviéticos se reanexionaron las tres repúblicas bálticas y controlaron Europa del Este, lo que incluyó el envío de tropas y tanques a Berlín Oriental, Hungría y Checoslovaquia para impedir sus reformas. Para justificarlo, esgrimieron la doctrina de la “soberanía limitada” de los países socialistas, que no era precisamente una norma internacional aceptada.
Como siempre, cada imperio disputa territorios, fronteras y áreas de influencia con sus reglas
Mientras tanto, agentes americanos derrocaron gobiernos electos en Irán y Guatemala y de forma más secreta en Chile y otros lugares. Las tropas de Estados Unidos libraron una larga y mortífera guerra en Vietnam bajo la doctrina del efecto dominó. Posteriormente, enviaron fuerzas militares a Granada (Antillas), Líbano, Libia y Panamá para derrocar a gobernantes establecidos. Hasta ahí llegó el orden internacional basado en normas.
Solo tras la disolución de la Unión Soviética, la potencia hegemónica, Estados Unidos, pareció capaz de imponer normas generales para la paz global. Sin embargo, la esperada pax americana comportó nuevos despliegues militares. Los conflictos étnicos en Yugoslavia fueron respondidos con ataques aéreos y bombardeos de la OTAN. Una serie de promesas para mantener el equilibrio con la Rusia postsoviética se incumplieron gradualmente con la expansión de la OTAN a antiguos miembros del Pacto de Varsovia y de la URSS.
Tras los atentados terroristas del 11-S, las “reglas” se transgredieron aún más abiertamente. Ni Estados Unidos ni Rusia ni China se adhirieron al Tribunal Penal Internacional. Estados Unidos se retiró del tratado de Misiles Antibalísticos, firmado 30 años antes para limitar la construcción de defensas antimisiles y nuevas armas nucleares. El presidente Bush II lanzó una “guerra global contra el terrorismo” centrada en el eje del mal, supuestamente formado por Irán, Irak y Corea del Norte. Su preámbulo fue un ataque contra Afganistán, seguido de un “efecto demostración” para destruir el régimen en Irak.
La llamada ley Patriota otorgó al ejecutivo amplios poderes de vigilancia, detención y enjuiciamiento por tiempo indefinido. Los titulares de la Casa Blanca negaron que necesitaran autorización del Congreso y se arrogaron el derecho a lanzar “guerras preventivas”. Quizás no necesitemos recordar Guantánamo, Wikileaks o las denuncias de Snowden y Manning sobre acciones y programas gubernamentales que fueron declarados ilegales por los tribunales.
La historia de la humanidad, antes del “orden mundial basado en reglas”, fue una de guerras casi permanentes. La mayor parte del mundo está, y siempre ha estado, en permanente inestabilidad e imprevisibilidad a largo plazo. Como siempre ha sucedido, cada imperio disputa territorios, fronteras y áreas de influencia con sus propias reglas. Estados Unidos está en agitada retirada. China intenta expandir su pujanza. Rusia, como un toro herido, despierta su furia. El G-20 por un lado y los Brics+ por el otro, cada bando con sus “reglas”, intentan configurar un mundo polarizado, aunque aún pluralista y relativamente autocontenido. En un contexto de bajo cumplimiento de las normas internacionales, es principalmente el equilibrio de fuerzas lo que genera e impone límites al conflicto global.
