Un buen amigo, científico y gestor, Pep Martorell, del que siempre aprendo, me interpeló con la definición de un programa de la OTAN: “Science for peace and security”. Gandhi o Lennon firmarían la frase como suya. Es simplemente brillante. Asimetría comunicativa para reestructurar el relato del brazo armamentístico del mundo occidental, ahora convertido en guardián de la paz y la seguridad. El uso estratégico de la comunicación es totémico en todo, aunque habitualmente se le da un rol solo operativo.

El mundo ha dado un giro en esta segunda década del siglo XXI que nadie podía prever. Empezamos con la covid, que nos encerró en casa para demostrarnos cuán débil es el ser humano si la naturaleza se nos pone a la contra. Nos recuperamos de “ese resfriado” en que la humanidad perdió un ingente número de vidas, entre ellas a mi padre, y rápidamente nos metimos solitos en otro, pero con un aprendizaje: la ciencia se autoafirmó como el pilar indispensable de la sociedad. Del problema a la solución, en formato de vacuna, en tiempo récord, para garantizar la seguridad del mundo. De la ciencia nace todo el progreso, la tecnología procede de ese origen.
La geopolítica apunta a la geoeconomía más que nunca: modificación exprés de las reglas fiscales de la UE
Putin le dio una vuelta de tuerca dos años más tarde, una guerra en el límite de Europa. Habíamos olvidado que éramos un territorio prolífico en luchas armadas. Vivíamos con conflictos bélicos alejados del epicentro del Estado de bienestar: ¿advenedizos o desmemoriados? La guerra deflacta las trincheras mientras se incrementa el uso de drones y escudos antimisiles. Los combates son tecnológicos: Peter W. Singer ya avisó de que la robótica y la IA definen el campo de batalla. Mientras, en la economía, Rheinmetall, la principal baza germana del mercado de la guerra, ha visto crecer sus acciones más del 400%. La industria armamentística se ha convertido en la última tendencia en bolsa.
La geopolítica apunta a la geoeconomía más que nunca: modificación exprés de las reglas fiscales de la UE. El Viejo Continente, que suspende en ser un mercado único y eso le penaliza frente a EE.UU. y China, ha decidido –bueno, más bien lo ha hecho Ursula von der Leyen– reestructurar su presupuesto para ser el garante único de su protección. Todos a incrementar el gasto en defensa urgentemente. Anticipar los conflictos futuros, como nos propone Lawrence Freedman, es la única perspectiva que se visualiza. Estar preparados, invirtiendo en ciencia que nos garantice la seguridad, es estar en paz. Equilibrar el welfare, del que Europa es el faro, con el warfare, que no debería ser una obsesión, es el reto. El nuevo signo de los tiempos.