Una sombra de inquietud en el sector turístico

Con la llegada de la Semana Santa, el sector turístico abre un periodo que alcanzará su punto álgido en los meses veraniegos, no en balde definidos como la temporada alta. Las previsiones, a grandes rasgos, son positivas e invitan al optimismo. Si el año pasado el número de extranjeros que entraron en nuestro país rozó los 94 millones (un 10% más que en el 2023), para este año se espera superar la barrera de los 100 millones.

Sin embargo, ni siquiera ese optimismo escapa a la inquietud generalizada a escala planetaria por la guerra comercial declarada por el presidente norteamericano con su política arancelaria, de inmediatos efectos sobre las relaciones internacionales, los mercados bursátiles, los mercados de combustible y materias primas, etcétera. También el sector turístico, que en España representó el año pasado el 12,3% del PIB, podría llegar a sufrir los efectos del terremoto causado desde la Casa Blanca.

De momento no hay signos cuya gravedad justifique la alarma. Es cierto que en una ciudad como Barcelona, donde el turismo norteamericano representa alrededor del 30% del total, doblando, con sus 1,2 millones de visitantes, los contingentes francés y británico, se viene registrando desde julio del año pasado una ligera, aunque sostenida, baja de la ocupación hotelera. Una baja, digámoslo todo, compensada por un gasto por turista al alza, especialmente en el caso de los norteamericanos, que son los que dejan más dinero. Y que, además, sintoniza con el deseo municipal de reducir en cierta medida el número total de turistas, contrarrestando dicha reducción con unos mayores ingresos.

El leve descenso de la ocupación y las políticas de Trump preocupan a los operadores locales

Aun así, hay en el sector una inquietud que no se dio en los años 2022 o 2023, pongamos por caso, en los que la tendencia, tras el paréntesis de la pandemia, era claramente alcista. Ahora, sí existe esa inquietud. La buena noticia, de todos modos, es que no se han registrado anulaciones significativas.

Si nos centramos en el mercado turístico interior, y en las previsiones y reservas en hoteles, apartamentos o campings para la Semana Santa, las expectativas son también buenas. Las estaciones de esquí, que empezaron la temporada más tarde de lo que hubieran deseado, disponen de abundante nieve –hasta casi tres metros en algunas cotas– que hacen practicables el grueso de sus 300 kilómetros de pistas habilitadas, motivo por el que confían cerrar la temporada por todo lo alto. En una estación como Baqueira Beret esperan volver a superar, cuando finalmente cierren las pistas, el millón de días de esquí vendidos, como ocurrió ya el año pasado. Las previsiones en las zonas litorales, desde la Costa Brava hasta las Terres de l’Ebre, son también halagüeñas, con ocupaciones de entre el 80% y el 90%, sobre todo en los cuatro últimos días de esta Semana Santa.

Todas estas cifras son positivas y constituyen un motivo de satisfacción. La inquietud respecto a la medida en que la crisis arancelaria provocada por Trump pueda afectar a España es comprensible. Pero si finalmente acabara materializán­dose –los paquetes turísticos se venden con mucha antelación, con lo que los hipotéticos efectos podrían tener una manifestación retardada–, y puesto que eso escapa en buena medida al control de los operadores locales, lo que quizás deba hacer el sector turístico, tanto el barcelonés como el catalán y el español, es ampliar horizontes en otros mercados. La tormenta económica global puede alcanzar todavía fases superiores, pero no por ello se verá mermado el atractivo que Barcelona, Catalunya o España ejercen más allá de sus fronteras y en distintos continentes.

La mejor manera de atenuar la desazón pasa por diversificar y reducir dependencias

La palabra clave es, probablemente, diversificar. Se trata quizás de estimular otros sectores productivos, y de este modo aligerar la dependencia que nuestro país tiene del turismo, y en general del sector servicios, responsable de alrededor del 70% del PIB español, con una enorme ventaja sobre el sector industrial o el sector manufacturero. Y, dentro del ámbito turístico, se trata de diversificar la clientela. Mercados turísticos como el chino, el japonés, el coreano o el indio, por citar tan solo algunos, tienen todavía por delante un largo recorrido. Es cuestión de cultivarlos, desplegando las estra­tegias adecuadas. En la presente coyuntura, un buen trabajo así orientado contribuiría seguramente a relajar la inquietud causada en el sector turístico por las desmedidas políticas arancelarias de Trump.

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