La transición se ‘soñó’ en el exilio

La transición se ‘soñó’ en el exilio
Staff Writer

Juan Francisco Fuentes, catedrático de Historia en la Complutense, ingresó en la Academia de la Historia con un discurso sobre “‘Numancia errante’: la idea de España en el exilio republicano”. Sólo pretendo dar noticia de este excelente texto y de la idea axial que lo vertebra. “Numancia errante”, “España transterrada” y “España peregrina” son visiones que tiene de si misma la España vencida de 1939. De esta visión, macerada por los años, surgieron muy pronto dos ideas casi obsesivas: 1) La República fracasó por culpa de todos. 2) España sólo tiene una salida: la reconciliación.

Y de estas dos ideas, Fuentes extrae una conclusión: el espíritu que informó la transición estaba ya manifiesto en el testimonio mil veces reiterado de los exiliados: olvido y reconciliación.

1/05/06  FOTO DANI DUCH  LV  MAD MANIFESTACION DEL 1 DE MAYO EN MADRID

  

Dani Duch

Constancia de la Mora (Doble esplendor, Nueva York, julio de 1939) escribe que, a comienzos del verano de 1936 todo el mundo esperaba la guerra. Es lo mismo que dice Juan Simeón Vidarte en sus memorias (Todos fuimos culpables, 1973): se refiere al “examen de conciencia que un político socialista español, después de treinta años de destierro, puede hacer de aquellos errores que cometió o ayudó a realizar, en el período más doloroso y trágico de la historia española”. El año siguiente (1974), Salvador de Madariaga escribe: “Entre todos la mataron y ella sola se murió. Entre todos. Aquí le duele”. Manuel Tagüeña, joven comunista oficial de milicias, dice ( Memorias , 2005): “El ambiente se había hecho irrespirable y la guerra se veía como la única solución”. Francisco Ayala afirma también en sus memorias (2011): “Insensateces las hubo a porfía por parte de unos y de otros (…) Venían encadenadas en series dialécticas, y una de las mayores fue, sin duda, aquella malhadada revolución de octubre de 1934”.

En esta línea, Luis Araquistáin –el ideólogo de Largo Caballero– pronunció una conferencia en la sede del socialismo español en Tolouse, bajo el título “Algunos errores de la República”, diciendo que la República no supo calibrar sus verdaderas fuerzas y trató a los viejos poderes (Iglesia y Ejército) con una arrogancia y una falta de realismo que se volvieron contra ella.

Negrín ya apeló a la reconciliación como base para reconstruir nuestro país

En suma, esta responsabilidad colectiva –de todos– por no haber sabido frenar un espíritu autodestructivo que no conocía fronteras ideológicas, fue lo que hizo imposible la convivencia. Se diría que “este sentimiento de culpa de destacados dirigentes de la izquierda no lo fue tanto por su incapacidad de ver venir la catástrofe, como por su clarividencia en vislumbrar el abismo que se abría a sus pies y, pese a ello, mantener a sus organizaciones políticas y sindicales en ‘velocidad de choque’”. Tras coincidir en el cementerio de Madrid los entierros de Calvo Sotelo y el teniente Castillo, Prieto escribió: “Son tan profundas nuestras diferencias, que ya no pueden estar juntos ni los vivos ni los muertos”.

Y después, cuando termine el exilio, ¿qué hacer? Azaña lo tiene claro: por triste e injusto que sea, la República ha muerto y cualquier intento de restablecer la libertad en España debe concebirse como algo enteramente nuevo, porque –en su opinión– del régimen republicano no había quedado “ni un vestigio que fuese respetable”. “Debe evitarse –añadía– que la República se revalorice en la estimación de las gentes simplemente porque sus enemigos son ­peores”.

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El doctor Negrín apeló desde el principio a la “reconciliación (como) base necesaria para la reconstrucción de nuestro país”; y, en 1946, denunció la imposibilidad de una reconciliación “si los de fuera no damos ejemplo”. Poco antes de morir (mayo de 1959), Araquistáin escribió al anarquista Diego Abad de Santillán que “no tiene usted idea del afán con que esa nueva España quiere parlamentar con hombres sin prejuicios como nosotros”.

Está claro como el agua: la transición se soñó primero en el exilio y más tarde dentro de España. Porque, al fin, fue un sueño de todos los españoles de buena voluntad, no cegados por el sectarismo. Escarnecerla hoy para destruir su legado es peor que un crimen: es un error fatal.

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