Joan de Sagarra nos deja deberes

La noticia del fallecimiento de Sagarra llegó a la una y treinta y dos minutos del viernes por un wat­sap de su nieta Agomar, uno de esos ángeles que todos quisiéramos cuando la vida se pone fea: “Ha mort en Joan”. Y el que venga detrás que arree con esto de escribir sobre el pulso ciudadano, las terrazas y otras coñas marineras.

Joan de Sagarra

 

Pedro Madueño

El golpe fue un pase a gol porque a esa hora uno andaba en el Gran Tonino, de lo más animado del Upper Diagonal – noi, què vols! –, dándole al trago mientras unos jóvenes coreaban canciones que dos músicos la mar de simpáticos y cuyo nombre desconozco tocaban al piano (ya no dejan al Sinatra de turno agarrar el micro y lucirse ante las nenas).

Que la muerte de un bohemio querido te pille de parranda es una suerte

Canciones españolas, mucho pop y Al partir de Nino Bravo, con algún hit inglés del siglo XXI, que de luces no tiene nada. De modo que me puse trianero –cosa que gustaba a Sagarra– y les pedí algo en francés a riesgo de que sonase La barbacoa de Georgie Dann en la lengua de Molière, el general De Gaulle y Josep Maria Flotats.

La noche tiene mala reputación, pero puede presumir de solidaridad primitiva, a lo Legión Extranjera, y por primera vez tocaron una canción francesa en el Gran Tonino, aunque no fuese Et maintenant de Gilbert Bécaud como ayer en su funeral, sino Sous le ciel de Paris y no porque adivinasen la fascinación de Sagarra por Juliette Gréco, sino porque también la canta Zaz.

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Al día siguiente, se acabó la fiesta: Joan de Sagarra nos ha dejado con deberes profesionales, un viaje pendiente a Trieste y una lista de lecturas. Lo peor, claro, es lo primero porque a ver quién es el guapo que escribe con punta y mala leche en estos tiempos, pensando ante todo en el lector y no en quedar bien con las visitas. No soy quien para juzgarlo como persona, sí para recordarlo: un lujo de articulista. Entrañable. Y el resto es Baixant de la font del gat ...

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