Yo regulé la cola de la heladería

Barcelona se ha convertido en una meca del helado y se multiplican las heladerías de sabores inverosímiles a las que dan prestigio las colas en la entrada. Modestia aparte, yo dirigí el viernes por la noche una de estas colas...

(Lo cierto es que pretendía quedar bien con una amiga, porque de lo contrario no hubiese ido a una heladería con cola, pero supuse que ganaría puntos con tan juvenil actitud).

Diversos helados de la heladería Delacrem

 

LV

Justo en ausencia de mi amiga, apareció una empleada pizpireta que me entregó una paleta de madera en forma de ocho y la inscripción: “Aquí termina la cola”, con la misión de alejar a los que llegasen y la promesa de un helado gratis.

Tras descartar el primer impulso –dar un azote cariñoso con la paleta a la primera luxemburguesa que viese–, me vine arriba: yo era Clint Eastwood, la autoridad.

La tarea parecía lógica porque cerraban a medianoche y a las once y media –hora del encargo– la cola aún crecía. Se trataba, simplemente, de mostrar la paleta y avisar: tras nosotros, nadie.

Me dieron una paleta (“Aquí acaba la cola”) y una misión: ser Clint Eastwood heladero

Mientras los llegados eran hombres y feos no hubo inconveniente y nadie se puso tonto (les habría dado con la paleta en los morros). La misión empezó a torcerse con una parejita. La joven se puso mohína porque solía venir con su padre a por estos helados. Les dejé colarse.

La cola avanzaba poco. El flujo iba a más –pese a mis ruegos– y dos italianas se rebotaron, ignorando la autoridad que me confería la paleta.

Asomaron las dudas. ¿Acaso me había convertido en un cipayo, un secuaz a sueldo (helado gratis a cambio de dejar a otros sin helado)?

–Hombre, soy fan suyo.

Así me saludó un caballero lector acompañado de su familia –numerosa– que se unían a la cola. Tuve un arrebato de integridad: mire que lo siento, pero la ley es la ley...

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La cara de los hijos denotó escasa, nula admiración y sugerí un apaño: ceder paso solo al patriarca y que pidiese por todos para evitar que una turba de damnificados por negativas anteriores me dieran con la paleta hasta en el carnet de identidad.

Medianoche, hora de cierre, y últimos rezagados. A punto de entregar la dichosa paleta, un gay sector oso sorteó mi orden: “¡Voy con vosotros y listos!”. Cedí el turno y aún dije no a otra pareja. ¡Qué duro es ser Clint Eastwood al rico helado!

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