Ni Donald Trump, ni la confrontación entre PSOE y PP, ni las víctimas de Gaza y Ucrania… Por un día, el tema que dominaba ayer todas las conversaciones fue el episodio de calor extremo que causó el efecto de sentirse en agosto cuando aún no ha terminado el mes de mayo. Este fin de semana va a ser especialmente tórrido en toda España, con temperaturas que alcanzarán los 40ºC en algunas capitales, como Sevilla. Por si alguien aún lo dudaba, está claro que la crisis climática va a hacernos cambiar muchos hábitos a los que estábamos acostumbrados.

Un grupo de turistas se refrescan del calor extremo en Canaletas
Sin ir más lejos, los responsables de la Feria del Libro en Madrid tuvieron que cerrar ayer el certamen durante dos horas porque no se podía estar en el parque del Retiro por las altas temperaturas. Desde 1967, los libreros instalan sus puestos en el tradicional enclave de Madrid desde el último viernes de mayo hasta 17 días después. Está por ver si podrán mantener estas fechas muchas ediciones más. Y lo mismo pasa con otras actividades culturales, que cambian sus fechas y horarios para no coincidir con estos episodios de calor.
Más allá de lanzar alertas por el riesgo de calor extremo, estaría bien que la Administración asuma las consecuencias de estos aumentos de temperatura. No tiene ningún sentido, por ejemplo, que la primera jornada de la Liga de fútbol empiece el 15 de agosto, en plena canícula. Y habría que ir con especial cuidado con los trabajadores que desarrollan su actividad laboral al aire libre y a pleno sol, especialmente los relacionados con el sector de la construcción.
El calentamiento global afecta también a la actividad económica, siendo la producción agrícola la más afectada. Los patrones históricos ya no valen con las nuevas temperaturas. Y las olas de calor contribuyen también a la recuperación de enfermedades que estaban erradicadas, como la malaria, porque los mosquitos transmisores resisten mejor con el calor extremo.
En fin, es lo que hay. La crisis climática es una realidad y toca adaptarse. Los expertos creen que en el 2040 Barcelona tendrá el mismo comportamiento térmico que Málaga, y Lleida será como el que hoy tiene Sevilla. De momento, háganse a la idea de que el calorcito ya ha llegado.