Shakespeare escribe en La tempestad que el pasado es un prólogo que, a menudo, nos permite intuir lo que nos espera en el futuro. El autor considera la historia como un libro en el que podemos reconocer en los errores pretéritos los males que están por venir. El filósofo George Santayana, un madrileño de Harvard, que se convirtió en una de las grandes figuras del siglo XX según la revista Time, es quien hizo la manifestación más rotunda en La vida de la razón: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

La presidenta balear, Marga Prohens
No podemos convertir la memoria en un gran cementerio. En España ha costado tiempo y esfuerzos aprobar en democracia una ley de Memoria Histórica, porque causaba incomodidad en la derecha más conservadora por su complicidad o por su nostalgia con el franquismo. El hispanista británico Paul Preston declaró en su día que era un despropósito que no existiera un censo nacional de los muertos de la Guerra Civil, ni siquiera un presupuesto para las pruebas de ADN para recuperar los restos de fusilados que permanecían en las cunetas.
Hubo que esperar a que un presidente como José Luis Rodríguez Zapatero aprobara en el 2007 una primera ley de Memoria Histórica, para poner en valor el reconocimiento de los vencidos en la guerra y recordar la injusticia de su silenciamiento oficial. Era sobre todo un deber moral. No se trataba de remover heridas, sino de resarcir a los perdedores.
Vox impone siempre derogar los compromisos de memoria histórica en sus pactos con el PP
Pero resulta significativo que cada vez que el PP necesita los votos de Vox para gobernar o aprobar unos presupuestos, los populares se vean obligados a derogar las leyes autonómicas en materia de memoria. El último caso lo hemos visto la semana pasada, cuando renunció a ello la presidenta balear, Marga Prohens, por imposición de la derecha extrema. Prohens argumentó que la cuestión era irrelevante porque el Gobierno central ya mantiene una ley al respecto.
Borges sostenía que somos nuestra memoria, que definía como “ese montón de espejos rotos”. Pero aunque rotos, nos permiten percibir lo que fuimos, aunque a algunos les incomode la imagen que les devuelven los pedazos de cristal.