Con los pies en la pista

Nos hemos habituado –quizá sin apenas darnos cuenta– a que los grandes eventos culturales, como las galas de entrega de premios, se conviertan en algo más que una celebración del arte o del talento: auténticos foros de expresión política, habitualmente monocorde. Sobre el escenario se alzan proclamas de carácter noble, justas en muchos casos, necesarias incluso. Paz para Palestina. Igualdad de género. Lucha contra el racismo o la violencia. La causa concreta cambia según la actualidad y la urgencia del momento.

Reivindicaciones que pueden ser muy loables, pero que no dejan de ser posicionamientos coincidentes de los artistas que pueden no ser compartidos por parte del público. Incluso estando de acuerdo con el fondo de los mensajes, a veces me pregunto si ese es el lugar adecuado. Si ese es el momento del activismo colectivo o del arte.

Públic al Sónar de Nit

   

Jordi Borràs / ACN

La conciencia crítica es parte esencial de la cultura. Los creadores con mirada lúcida, a veces incómoda y valiente, son tan imprescindibles en el presente como necesarios para entender la evolución de nuestras sociedades desde los inicios de la historia. Esta llamada a hacernos pensar, a provocarnos, a sacudir nuestras certezas nos analiza, nos retrata y nos ofrece perspectivas. Nos interpela. Y también nos ofrece puntos en los que disfrutar juntos.

Ahora bien, cuando el arte se convierte en altavoz de un único enfoque, corre el riesgo de perder su capacidad de ser escuchado. Lo que nace como un gesto de compromiso puede terminar provocando rechazo hacia expresiones culturales que deberían ser espacios de reflexión o de encuentro.

La fidelidad del público del Sónar fue más fuerte que las campañas de boicot

Este mismo fin de semana, esta tensión se materializó en un caso concreto: el festival Sónar. Décadas después de su fundación, el Sónar se ha consolidado como uno de los grandes emblemas culturales de Barcelona. Una cita internacional imprescindible para los amantes de la música electrónica.

Y, sin embargo, una polémica ideológica ha puesto su celebración en riesgo. La recompra del festival por un fondo de inversión israelí (más allá de alertarnos sobre la importancia de la propiedad de nuestros emblemas) situó el festival en el foco de las campañas de boicot propalestinas y provocó una cascada de cancelaciones de artistas. Algunos por convicción, otros por temor a las repercusiones de actuar en este foro.

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Gemma Ribas Maspoch
foto XAVIER CERVERA 03/05/2016 desallotjament de l antiga llotja (arts i oficis), al carrer avinyo (alcada placa george orwell), barcelona, d okupes per part dels mossos d esquadra; un edifici de 4000 metres quadrats q els veins demanen q sigui equipament municipal de fa temps

Por suerte, la fidelidad del público fue más fuerte. La comunidad que año tras año llena sus espacios respondió una vez más a la cita, junto con los artistas que no le quisieron dar la espalda. Y recordó que la cultura también se defiende con los pies en la pista, con los cuerpos presentes y el deseo de seguir bailando juntos.

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