La tormenta que ahora sacude la Moncloa no es solo judicial ni política: es una crisis de confianza interna que amenaza con descomponer los delicados equilibrios que el presidente Pedro Sánchez ha sabido tejer durante sus años en el poder. La figura de Santos Cerdán, que hasta hace poco ejercía de fontanero mayor del reino, se ha vuelto radioactiva y es señalado como un traidor. Su implicación en la trama corrupta que salpica directamente al corazón del PSOE deja al presidente en muy mala posición. Ya no se trata de una pieza apartada en su día como el exministro José Luis Ábalos, que en el 2021 salió del Gobierno por la puerta de atrás sin entenderse el porqué, ni de un peón suelto como Koldo García, sino que se trata de una pieza clave en el tablero presidencial.
Los socialistas, que habían conseguido encapsular el caso Koldo como una chapuza personal de un asesor con ínfulas, se ven forzados a cambiar el relato. Y lo hacen contra reloj, justo cuando el PP redobla la presión institucional y Vox echa gasolina al fuego. El desgaste no se mide solo en las encuestas, sino que se palpa en los silencios incómodos de ministros y dirigentes socialistas y en la creciente crítica interna, hasta ahora sofocada por el hiperliderazgo de Sánchez.
En política, un partido o un dirigente valen lo que valga su credibilidad, y en muy pocos días la flor de Pedro Sánchez se ha marchitado y ha perdido el control de su círculo de confianza. Que los dos últimos secretarios de organización del Partido Socialista se repartan sobres de comisiones entre juerga y juerga es un espectáculo lamentable que pone la guinda a una legislatura muy incómoda para una parte importante del electorado socialista, que ha tragado con resignación los pactos incómodos con los independentistas y con Sumar de Yolanda Díaz, y que ha aceptado indultos, amnistías y concesiones que antes habían sido rechazados con vehemencia.
Una mala tarde la tiene cualquiera, pero lo que ha ocurrido ahora no es un simple rasguño que se olvida con las constantes huidas hacia delante y los golpes de efecto que tan buenos resultados le han dado a Pedro Sánchez. La pérdida de credibilidad convierte al presidente en un político a la defensiva, herido, que alargará su legislatura con la respiración artificial que le brindan los ocho grupos parlamentarios que sostienen la ajustadísima mayoría, contando el voto indispensable del todavía diputado Ábalos, que si se lo propone puede acabar por convertirse en árbitro de la legislatura desde el grupo mixto. Un guion digno de la España de Berlanga.
La suerte de Sánchez son sus apoyos parlamentarios y la mediocridad política del PP
Pero a pesar del esperpento, la legislatura continuará. El salvavidas involuntario que representa Vox para Pedro Sánchez, que impide la conformación de cualquier mayoría alternativa, seguirá dando oxígeno al PSOE. Ya se ha demostrado que para el PP es imposible sumar ningún apoyo si en la ecuación también está Abascal, y eso hace del todo inviable una moción de censura. Y el resto de los partidos es evidente que prefieren un PSOE dependiente y necesitado que un bloque reaccionario de la derecha y la extrema derecha, que, como es tradición en la alternancia política española, les acabarán pasando el rodillo por encima el día que consigan recuperar el poder.
La suerte de Pedro Sánchez no es, solamente, que sus apoyos parlamentarios le garanticen la continuidad. El otro gran escudo es la mediocridad política de su principal adversario. El PP, que podría capitalizar el desgaste del Gobierno, sigue atrapado en una oposición errática y sin discurso. Alberto Núñez Feijóo continúa proyectando la imagen de un político interino, con fecha de caducidad si en algún momento Isabel Díaz Ayuso decide hacerle un pulso para ser la candidata a las elecciones generales.
España es un país de grabadoras y de escándalos, de ministros que niegan lo evidente y asesores que se convierten en protagonistas de tramas grotescas. Por si no nos bastaba con los personajes de la Gürtel, el comisario Villarejo, Fernández Díaz y la policía patriótica, además del novio de Ayuso y el hermano del presidente, ahora desfilan por la pasarela Cerdán, Ábalos y Koldo, mientras sientan al fiscal general en el banquillo y el emérito se refugia en Abu Dabi. El espíritu de Berlanga sigue más vivo que nunca.
