La semana pasada, Pedro Sánchez sintió el efecto muro de los maratonianos. Esta sensación se produce alrededor del kilómetro 30, cuando la fatiga es extrema y disminuye significativamente el rendimiento. Este fenómeno ocurre cuando el cuerpo pasa de utilizar el glucógeno a depender de la grasa como fuente de energía. Sánchez llevaba muchos kilómetros en las piernas y el escándalo de los tres tenores (Ábalos, Cerdán y Koldo) ha resultado una pendiente muy cuesta arriba después de tanto esfuerzo. Acertó el presidente al reunirse con Salvador Illa, el viernes 20, pues en la vida real es un corredor de pruebas de fondo que sabe que lo mejor para salir del desfallecimiento del efecto muro es reducir la ansiedad, tener pensamientos positivos y visualizar la meta. Y consumir algún gel o barrita energética para retomar fuerzas.

En la cumbre de la OTAN, Sánchez recuperó su capacidad de darle la vuelta a las adversidades, de volver a sentir sus piernas en esta carrera para intentar llegar hasta la meta del 2027. Le bastó con mostrarse firme en su postura sobre el gasto militar, mantener a distancia a Donald Trump y salir en un extremo (y un paso más) en la foto de familia, para que así lo reflejara la historia. El presidente americano se mostró amenazante, pero tampoco buscó el enfrentamiento con su colega español, mientras Rutte le cantaba el Magníficat (“El Señor hizo en ti maravillas”). Como contrapunto, Alberto Núñez Feijóo no nos dijo qué piensa de la exigencia de la OTAN, ni de las amenazas de Trump. Resultaría una novedad que aportara una narrativa propia sobre las cuestiones de política internacional, más allá de sus alusiones a las mentiras de Sánchez.
El presidente del Gobierno, tras su bajón energético, vuelve a sentirse con fuerzas para seguir adelante y restaurar la moral de los suyos. Esta semana, el juez Peinado ha vuelto a hacer de las suyas en el caso Begoña Gómez, y Felipe González ha perdido la brújula en Onda Cero. Pero lejos de amedrentarle uno y otro, ha vuelto a coger el ritmo de marcha. El único problema es que, más que un maratón, la política española se ha convertido en una carrera de obstáculos. Pero de Sánchez se puede esperar todo menos el abandono.