El Tribunal Constitucional ha avalado la ley de Amnistía. Desde un punto de vista legal, los catalanes divididos en el procés independentista y los españoles enfrentados por la misma razón, nos damos una segunda oportunidad. Podemos volver a empezar de cero. Amnistía es una palabra de origen griego que significa ‘olvido. Todo lo que ha pasado en unos años de grandes y laberínticas tensiones, los errores de unos y otros, los excesos verbales, los abusos de poder, las vulneraciones de las leyes y las severas condenas, todo queda legalmente olvidado.
Ahora bien, basta echar un vistazo a las redes y a los medios para darse cuenta de que, en el corazón de muchos ciudadanos de todas las tendencias, sigue imperando el resentimiento, el reproche, el malestar, el odio. En España existe ahora mismo un afán volcánico, una incansable explosión de visceralidad. Por eso me empeño en subrayar, sabiendo que no voy a ser escuchado, que el Constitucional, dando por buena la amnistía, nos invita a borrar también de nuestros corazones y mentes los reproches, las decepciones, los rencores, las agrias discusiones que nos dividieron. ¡Pasemos página de una vez! ¡Démonos unos a otros la oportunidad de volver a empezar!
¡Pasemos página de una vez! ¡Démonos unos a otros la oportunidad de volver a empezar!
El Constitucional es el máximo intérprete de nuestras leyes. Sus miembros cambian de vez en cuando: son las reglas del juego. Al principio de la democracia, un TC detuvo una ley de armonización. Respondiendo al periodo aznariano, otro TC tumbó un estatuto de autonomía de Catalunya que había seguido, punto por punto, los pasos que marca la ley para cambiar las cosas. Esa decepción marcó el principio de un procés en el que se cometieron todo tipo de errores y excesos, repartidos entre todos los actores políticos, aunque solo unos fueron condenados duramente por el Tribunal Supremo.
El actual TC ha decepcionado a otros sectores. Diríase que los nuevos decepcionados se proponen empezar su particular proceso de deslegitimación del tribunal y, por tanto, de las reglas del juego. ¿Vamos a seguir siempre por este tóxico camino? ¿Nos dejaremos arrastrar por la espiral de la confrontación hasta caer en el abismo?

El abrazo”, pintado por el artista Juan Genovés en 1976 y considerado uno de los símbolos de la Transición, tras ser instalado hoy en el vestíbulo del Congreso de los Diputados. EFE/Chema Moya
Si nos dejamos atrapar por el resentimiento y el odio, quedaremos en manos de ese odio y nuestro destino será perjudicarnos unos a otros hasta la extenuación. Desde los noventa que nos estamos haciendo daño. De los casi 50 años de democracia en España, llevamos unos 30 años de tóxica fractura, vivimos dominados por la inercia guerracivilista: amigo-enemigo. ¿No es suficiente? Si nos dejamos poseer por el malestar de las oportunidades frustradas o perdidas, quedaremos en manos de la nostalgia, que paraliza a las personas y los países. Si persistimos en la exigencia de castigos o, por el contrario, en la idealización de lo que se hizo, quedaremos atrapados en un pasado venenoso. Si no olvidamos, nos estaremos prohibiendo el futuro.
La amnistía borra errores y discrepancias pasadas. También podría borrar la división interna (la enemistad fratricida entre catalanes; y entre catalanes y españoles). La amnistía nos permite volver a reunirnos en torno a objetivos compartidos. El momento internacional no puede ser más grave, no hace falta describirlo. Bastará con recordar que, si la escalada bélica en Oriente Medio continúa, el mundo entero puede ser arrastrado a una guerra catastrófica.
¿Qué podemos hacer los catalanes y españoles, en una situación tan compleja y trágica? Poco desde el punto de vista geopolítico, aunque internamente podemos hacer mucho. Podemos desactivar nuestras divisiones, podemos serenar la sociedad, podemos reunirnos en torno a un mínimo común denominador: esfuerzo y concordia, diálogo y más diálogo, trabajo y libertad.
Sé que nadie me hará caso, pero no puedo dejar de decirlo. Existe una expresión deliciosa en catalán y castellano: “hacer las paces”. Cuando dos hermanos se pelean, la madre les invita a “hacer las paces”. Cuando dos amigos discuten agriamente, un tercer amigo les invita a “hacer las paces”. Cuando dos compañeros de escuela se pelean, el maestro les invita a “hacer las paces”. Comprender las razones del otro es el camino.
Ahora que el mundo se sobreexcita, nosotros, que acabamos de recuperar en el ámbito territorial la calma y la tregua, estamos invitados a hacer las paces.