Desde el auge de la música pop, su espacio natural han sido los estadios, polideportivos y demás espacios pensados para el deporte o aquello de los usos polivalentes. Espacios, en cualquier caso, donde era necesario improvisar la distribución tanto del público como del escenario, así como los accesos y una acústica en ocasiones mejorable, cuando no directamente lamentable. Estas condiciones distan mucho de recintos construidos para otro tipo de músicas consideradas más nobles, caso del Liceu o el Palau de la Música en Barcelona, pensados específicamente para la función musical, ya fuera la gran ópera ideada por Meyerbeer o el canto coral del Orfeó Català. El nuevo Sant Jordi Club se postula como candidato a cumplir esta misma función dentro del canon pop, con la promesa de una sonoridad acorde con la amplificación que se utiliza mayoritariamente en el género, así como accesos y acomodaciones pensados para grandes multitudes. Una apuesta que puede situar a Barcelona en buena posición dentro del competitivo mundo de los conciertos en directo.
Un Liceu para el pop
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