Saber parar, saber actuar

Hoy, 18 de julio, es el aniversario del día en que empezó la guerra fratricida entre españoles tras un enfrentamiento de ideas y de políticas irreconciliables. El odio, en cualquier situación, destroza la convivencia y tumba la democracia. Buscar chivos expiatorios, difundir bulos, endurecer mediante el insulto cualquier diálogo en foros o parlamentos, usar las cloacas del Estado en propio provecho quiebra cualquier camino de negociación. Todo gobierno debe asumir las concesiones necesarias para no romper la baraja democrática mediante un diálogo sereno en las antípodas de la hipocresía. Un ejemplo óptimo es el del presidente Adolfo Suárez en 1976 y los seis primeros meses de 1977.

El trabajo diario en busca de encauzar los muchos conflictos que nos atenazan necesita un gobierno y una oposición negociadoras que respeten el contrato social que establece la legislación vigente. Por supuesto, los tribunales como las policías han de ser éticos, democráticos y profesionales. Todo gobierno ha de escuchar a unos y a otros y ha de reducir las injusticias sociales de forma responsable con actos empujados desde la mayoría parlamentaria obtenida. Resolver el problema de la vivienda, actualizar los bajos sueldos de los jóvenes y las carencias educativas.

TOPSHOT - People walk past a mural on a restaurant wall depicting US Presidential hopeful Donald Trump and Russian President Vladimir Putin greeting each other with a kiss in the Lithuanian capital Vilnius on May 13, 2016. Kestutis Girnius, associate professor of the Institute of International Relations and Political Science in Vilnius university, told AFP -This graffiti expresses the fear of some Lithuanians that Donald Trump is likely to kowtow to Vladimir Putin and be indifferent to Lithuania#{emoji}146;s security concerns. Trump has notoriously stated that Putin is a strong leader, and that NATO is #{emoji}145;obsolete and expensive.#{emoji}146; / AFP PHOTO / Petras Malukas

  

Petras Malukas / AFP

Administrar correctamente el dinero público implica nula corrupción por parte de los poderes públicos, algo que en la práctica nunca hemos vivido, pero al menos debe exigirse la menor corrupción posible y denunciar cualquier certeza real. La correspondencia palabra-mundo, entre lo que se dice y lo que se hace, es esencial en cualquier sociedad civilizada no decadente. Honradez en las actuaciones y no solo en los discursos es parte sustancial de la construcción de la convivencia. También eleva el prestigio de la democracia y favorece la vida colectiva aunque sea en paz relativa.

En democracia nadie debe olvidar lo fundamental: la mayoría tiene la obligación de respetar la existencia de cualquier minoría que no sea violenta, además de mantener el diálogo y los tonos más elementales de la buena educación entre unos y otros. Los mensajes de odio, la crispación y las convocatorias violentas hay que atajarlas de cuajo.

Hay que reducir de forma drástica el ruido, los bulos y la confusión reinante para no votar mentiras

Me parece inconcebible olvidar que el anterior enfrentamiento violento provocó medio millón de muertos, cuatrocientos mil exiliados y más de treinta años de dictadura entre miles de dramas en silencio. Es preciso bucear con urgencia en qué nos está pasando y reducir de forma drástica el ruido, los bulos y la confusión reinante para no votar mentiras que puedan conducirnos a un nuevo enfrentamiento trágico. Los políticos tienen que abandonar el lenguaje de la distopía en los diferentes parlamentos, en los medios y en las redes. Un lenguaje que erosione los cimientos de la convivencia pacífica entre los distintos modos de pensar de la ciudadanía debe de ser denunciado de inmediato por cualquier enemigo de la violencia. La distopía es lo contrario a la utopía de Tomás Moro en busca de una sociedad con niveles mínimos de crimen, violencia, corrupción y pobreza.

La frase de un político que mueve hilos, fundaciones, capital financiero, universidades y medios: “Quien pueda hacer que haga”, muestra el tipo de sociedad que algunos pretenden imponer en un país en el que la educación de valores democráticos ha fallado y ha propiciado una sociedad acrítica, individualista y desmemoriada que no cree en lo común como la base de todo y difumina la solidaridad.

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