Solos o en pareja. O en grupo. O en tropel. Al final son muchos. En realidad es una turba salpicada de paraguas, poblada de camisetas sin mangas, o ya directamente a pelo, sin camiseta, y sostenida, ¿dónde se calzan?, sobre sandalias baratas. Todas igual de horrendas. Un río, una marabunta, desbordante y plural. De humanidad sudada.

Son solo las diez de la mañana y el barrio ya colapsa. Voces chillando en todos los colores. Cuerpos transpirando en todos los idiomas me impiden, de repente, cualquier intención de pedaleo. Al final mi bicicleta me escupe. Ya no me quiere más encima. Así que sigo con ella a cuestas y siempre cuesta arriba sorteando guiris, esputos y calor en este Guinardó que hoy es un infierno.
Si el Pijoaparte nos viera...
Una pareja coreana de estética violentamente occidentalizada que arrastra a dos niños que no parecen suyos me desequilibra en su avance, a codazos, por mi izquierda. Caigo sobre un perro de pelea que, asustado, afloja los esfínteres en el único hueco que hasta ahora no había sido invadido. Y su caca se queda ahí, hecha un charco en un marrón digo yo que demasiado pálido mientras el forzudo tatuado que debería recogerla despista la tarea explayándose en italiano. A risotadas. Oigo a su interlocutor respondiendo a tono, como un tenor enloquecido.
Me olvido del italiano, del perro y su liquidez intestinal al tropezarme con un ejército de japoneses (las delicadas sombrillas, que no paraguas, brincando con ellos, saltito a saltito, delatan que no son chinos) que siguen a un guía que les habla fuerte y claro. Pero en inglés. Me da la sensación de que no entienden nada cuando les piden dejar paso a un trío de runners que empujan hacia abajo como si no hubiera ni turistas ni un mañana, y un bus del barri que en su camino ascendente nos envía a todos los que sobramos en esta postal de Barcelona de verano contra una pared que araña.
Quemada de tanto sol y gente extraña.
Y por fin llego al Park Güell (con k, ¿se dan cuenta?) donde me informan –en inglés– de que hoy no podré entrar. Ni pagando. Que llego tarde y mal. Que las entradas se compran online. 18 euros la general. 13,50 para los niños y los “tarjeta rosa”. 14,50 para los Muhba (ruta del Modernisme). Cero si me apunto al Gaudir Més, tortuoso trámite igualmente en línea que me permitiría acceder de 7 a 9.30 de la mañana. El problema, me chiva en catalán un aborigen, es que ya se lo saben los turistas: vendrás a primera hora y te recibirá la misma rampa forrada de forasteros medio desnudos y vecinos hartos. De cacas de perros y runners exigiendo paso. De japoneses saltando bajo parasoles y latinos y chinos con sus paraguas fritos. Y la certeza de que el park de la salamandra te rechaza. ¿No lo ves? Aquí sobras.