“Sé tú mismo” es, posiblemente, el más irritante de los mandamientos de la iglesia de la Autoayuda. Si lo tomáramos al pie de la letra, se borrarían de la faz de la tierra los disfraces, las actuaciones, las corazas, lo que sería una pena, porque son a veces una necesidad, a veces una ayuda y, en cualquier caso, cumplen una función.

Por otro lado, ¿qué diablos significa ser uno mismo? ¿Eres más tú mismo cuando dices lo que piensas sin pensarlo o cuando te callas porque crees que lo que has pensado es una idiotez? ¿Eres más tú mismo cuando te medicas o cuando dejas de medicarte? ¿Eras más tú mismo de niño o ahora? ¿Naces siendo tú mismo… o más bien llegas a serlo cuando alcanzas lo que ahora llaman “tu mejor versión”? Si es así, ¿es tu mejor versión la más auténtica? Tal vez sea la menos auténtica: si la has alcanzado será porque has evolucionado, has enriquecido tu mente gracias a las personas que has conocido o a los libros que has leído, te has hecho más reflexivo, más experimentado, te conoces mejor.
El culto a ser uno mismo crea a diario fenómenos esperpénticos
Algunos manuales incluso osan cuantificar la distancia que opera entre ese otro ser “falso” y tú mismo: “Doce pasos para encontrar el camino hacia sí mismo”, reza un título. ¿Son muchos pasos o son pocos? Lo único seguro es que el culto a “ser uno mismo” está creando fenómenos esperpénticos nunca vistos. Véase el mundo de la telerrealidad, de las redes sociales o de la política, donde se valora mucho “ser uno mismo” y, cuanto más grotesco mejor, pues se supone que forzar y retorcer el yo aunque sea hasta lo más abyecto es garantía de autenticidad.
Contra el culto a ser uno mismo está el sentido común. O la poesía, que siempre es verdadera. “Todos los días soy yo. Pero ¡qué pocos días soy yo”, dice Juan Ramón Jiménez en La Fiesta. La verdad es siempre ambigua y contradictoria y no aceptar la incertidumbre nos condena a la simplificación, a la superficialidad y a la mentira. Qué prisión y qué presión, no poder desertar de lo propio, verte obligado a mantener el tipo bien entero, a exhibir una identidad de una sola pieza como si fueras Dios... Así las cosas, aspirar a ser “uno mismo” nada significa: aunque “eres muchos”, eres tú mismo en las más diversas circunstancias. Y, siendo tantos, el consejo “sé tú mismo” siempre sobra.