Pierbattista Pizzaballa, el patriarca latino de Jerusalén, entró en Gaza hace una semana para visitar la iglesia de la Sagrada Familia, que había sido bombardeada por el ejército israelí, donde causó la muerte de tres feligreses y heridas en otros diez. Pizzaballa celebró una misa entre los escombros de la parroquia, mientras de fondo atronaban las bombas. Tras el ataque, el primer ministro Beniamin Netanyahu llamó al papa León XIV para ofrecer su versión de los hechos. Le dijo que se había tratado de un error y lo invitó a visitar Jerusalén.

El cardenal Pizzaballa y el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilo III, visitaron la iglesia bombardeada en Gaza al día siguiente del ataque
Como escribía el corresponsal en Roma de este diario, Francesco Olivo, le faltó tiempo al secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, para declarar que era legítimo dudar de que hubiera sido un error, lo que resultaba una manera sibilina de no aceptar sus disculpas. Parolin es un fino diplomático, que mide sus palabras. El ataque había estado precedido por los enfrentamientos de los colonos israelíes contra la aldea cristiana de Taybeh, en Cisjordania.
La diplomacia vaticana endurece su discurso ante la masacre de Gaza
El papa Prevost ha endurecido su discurso ante la masacre de Gaza: el domingo condenó públicamente la ofensiva del ejército israelí, pero además insistió en un concepto que viene desarrollando desde que resultó elegido: la deshumanización del otro. El Pontífice considera que estamos asistiendo a la deshumanización de los grupos raciales, religiosos o nacionales para conseguir la indiferencia del planeta ante los abusos de los poderosos. A León XIV le preocupa igualmente que no se proteja más la verdad frente a las fake news y que se estimule la crispación como antesala de la violencia.
Este Papa ha entrado sin hacer ruido, pero pisando fuerte. En la carta de Francisco a los obispos norteamericanos ante el programa de deportaciones de Trump, podía entreverse la mano del entonces cardenal Prevost, que recordaba que la familia de Nazaret eran exiliados, emigrantes en Egipto y allí refugiados. E incluso salió al paso de la manipulación de un texto de san Agustín por parte del vicepresidente J.D. Vance, diciéndole que el amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses. La diplomacia vaticana ha dado un paso al frente y quiere tener voz propia en los desafíos de nuestro tiempo.