Que las migraciones han sido el fenómeno social más relevante, lo sabemos desde hace 25, 30 años. Lo nuevo es que se están convirtiendo en factor político de primera magnitud. Mientras se transformaba nuestro paisaje humano, la consigna era no hablar de ello o hacerlo en términos positivos.

A menudo, sobre índices migratorios, se publican frías estadísticas que poco explican. El dato que dio meses atrás el alcalde de Olot, Agustí Arbós, ayuda a entender mejor el fenómeno: en su ciudad de 38.836 habitantes, se instalan unas mil personas nuevas cada año. Según Arbós, escuelas, sanidad, servicios sociales, vivienda y otros servicios de Olot no pueden hacer frente al vertiginoso aumento. El alcalde pedía una reflexión general que, desde luego, no se produjo; ni se producirá. Los maniqueísmos gustan más: abiertos contra cerrados, “solidarios” contra “egoístas”, cosmopolitas contra xenófobos, ¡viva la retórica polarizadora!
“Solidarios” contra “egoístas”, cosmopolitas contra xenófobos, ¡viva la retórica maniquea!
El filósofo Jean-Luc Nancy reflexionó sobre la experiencia de su trasplante. Su corazón se estropeó y se preguntaba: ¿si puedo prescindir de mi corazón para aceptar el de otro, yo quién era? ¿Y quién soy? Y el corazón del otro, ¿de quién era? ¿De una mujer, de un gay, de un negro? Fuere de quien fuere, el nuevo corazón implantado era un intruso que Nancy necesitó para vivir. Ahora bien, debido a la operación y para evitar el rechazo, los médicos bajaron sus defensas (ignoro si todavía se hace así). De modo que el corazón salvaba la vida, generando a la vez nuevos riesgos. Si las defensas del cuerpo descendían mucho, la muerte por infección era segura. Había que encontrar un equilibrio entre el nuevo corazón y las defensas.
La metáfora me parece no solo lúcida, sino también prudente. Hay que aceptar al intruso porque regenera nuestra sociedad envejecida y bombea sangre nueva y fuerte para compensar nuestra infertilidad. Sin olvidar que, gracias al trasplante, el corazón nuevo sobrevive también a la muerte de su cuerpo anterior (sus orígenes). Es preciso bajar las defensas para equilibrar todo, pero no hasta tal punto que las defensas sean tan débiles que se revelen impotentes. En tal caso, ni el cuerpo regenerado ni el corazón nuevo lo resistirían.