No lo hace porque no puede. Volvemos a hablar, cómo no, de Donald Trump. Uno se teme que a su incontinencia verbal y narcisista se le ha de añadir la estrategia del nuevo liberalismo autoritario de extrema derecha, aquello de “freírnos a noticias”, todos los días y por todas partes. El objetivo es que no nos dé tiempo a pensar sobre lo que han dicho, sobre qué quieren hacer, qué hacen o qué dicen que van a hacer. No darnos tiempo a reposar, tomar una posición, discutir, que se nos rebaje la hinchazón del insulto, la salida de tono, la magnitud de la mentira. Yo aceptaría el doble de aranceles si se callara un mes. O un año. O toda la vida.

El diagnóstico es sabido. La globalización ha dejado a las claras que el funcionamiento de las democracias parlamentarias liberales no puede seguir el paso al de países autoritarios con o sin elecciones, golpes de Estado perpetrados sin tanques y sí con urnas sin oposición y jueces sin dignidad. Hombres mandones que deciden en nombre de todos y que no han de someterse a la parálisis de parlamentos fraccionados y medios de comunicación cicateros. Los matones del patio del instituto negocian por extorsión, deciden por decreto, evitando los parlamentos y, gracias a las redes, emiten directamente las noticias, la propaganda, el mensaje que interesa en cada momento.
Trump debería dedicarse más a su familia, a leer revistas de dentistas o cuidar su jardín
La duda es si acabaremos por desconectar de Trump, las noticias de Trump, como acabamos de desconectar de los mensajes de audio de más de dos minutos. Si nuestra atención puede asimilar durante cuatro años el estrés de irse a dormir con la última ocurrencia de Trump, levantarse con tres más, dos submarinos nucleares, una tregua que no llega, un castigo arancelario a Brasil y otro a la India y un campo de golf en Escocia. Este hombre debería dedicarse más a su familia, a leer revistas de dentistas o cuidar su jardín.
Él no se callará. ¿Podemos nosotros silenciarlo? ¿Pueden los medios filtrarnos la mitad de lo que dice? O quizás debamos echar mano de nuestro propio arsenal nuclear: una conferencia de presidentes y que, de repente aparezca el rey emérito en una última misión por su país y le ordene con una pregunta que se calle. Puede acompañarle Revilla. Por si Trump se resiste y sigue hablando.