Un arrozal de la Albufera

Permítanme que les presente a Xerta, un llaurador valenciano que cultiva una cincuentena de fanegas de arroz en la Albufera. El aspecto de sus campos, con las espigas ya crecidas hacia el cielo y anunciando el inminente tránsito del verde al dorado que anticipará la siega en septiembre, habla más de un jardinero que de un agricultor. Ni una mala hierba mancha su sembrado. Si una sola se atreve a ensuciarlo, Xerta planta los pies en el fango y avanza amenazante hasta donde sea para escardarla. A sus casi ochenta años tiene la agilidad de un niño y la fuerza de un joven. Un prodigio de la naturaleza que hace lucir su propiedad como si de un lienzo sin mácula se tratara.

La falta d'aigua dolça als arrossars per les restriccions de la sequera està fent mal al delta de l'Ebre. A l'hemildelta dret, amb les soltes d'aigua intermitents, molts camps estan secs, i en altres la salinitat del sòl i l'aigua asseca l'espiga, que ja no farà gra. La més afectada és la de la Ràpita i Poble Nou del Delta.
Poble Nou del delta

 

Xavi Jurio

No es el primer arrocero que conozco. He tratado intensamente con andaluces, catalanes, franceses, italianos, rumanos, griegos y egipcios dedicados al mismo oficio. En todos ellos he advertido el mismo fondo de sabiduría. Quizás el repetitivo pero fascinante ciclo anual de la cosecha moldea su ser hasta convertirlos en una prolongación de la misma tierra: secado de los campos, siembra e inundación, crecimiento y maduración, punto de siega. Marrón, azul, verde y amarillo. Los arrozales y sus colores como una metáfora de la vida. Del nacer hasta el morir.

Xerta mantiene en pie una forma de vida en la que nada es vacuo, sobrante o superfluo

Conversar con Xerta lo pone a uno de buen humor. Pues nada hay más contagioso que la excitación de quien realiza su trabajo como si de una ofrenda a la causa más noble se tratara. Son Xerta y otros como él quienes esculpen el paisaje valenciano, las marismas del Guadalquivir o el delta del Ebro. Son el artista primigenio. Los pintores, músicos y poetas arriban después, con el trabajo principal ya realizado. Las manos callosas y la nuca endurecida por el sol son la firma con la que estos hombres de palabra certifican que lo que se extiende ante nuestros ojos es su obra. De nadie más.

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Xerta no es solo un arrocero. Mantiene en pie una forma de vida en la que nada es vacuo, sobrante o superfluo. Un modo de estar en el mundo que consiste en fundirse de lleno con la tierra que uno trabaja. Estar y ser al mismo tiempo. Sin coa­ching, sin meditación, sin autoayuda. Solo haciendo bien lo que uno debe. Una lección que siempre conviene repasar. Así que gracias, Xerta, por la clase de refuerzo.

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