Las órdenes son claras: has de hacer cosas, estar en forma y ser feliz, pero hoy me declaro en huelga. Una huelga salvaje con piquetes y sin servicios mínimos. No quiero ser mi mejor versión. No quiero salvarme. Me vuelvo a la cama hasta que me duela el esternón. Por la ventana, cada siete minutos pasan autobuses turísticos y no desarrollo ninguna opinión al respecto. Voy por buen camino. Seguimiento de la huelga en un 100%. Sin esquizofrenia, no hay esquiroles.
Tengo la playa a un par de calles, pero nunca bajo a verla. Las razones son múltiples. La gente, el calor, las horas. Ninguna de las excusas es excesivamente buena, pero todas funcionan. El mar siempre va a estar allí, me digo, pero no es esa la cuestión. Él seguirá allí, pero yo ya no. Pero ni así me convenzo. No quiero vivir mi vida como si fuera mi último día. Y si así fuera, me daría igual. Para qué vas a ver el mar si en unos meses lo olvidarás. Olvidarás todo y todo seguirá sin ti. Todo eso debería incluirlo en el manifiesto de la huelga. Quizás rebajar un poco el lirismo. Un manifiesto ha de ser algo rudo. Luego lo intento.

Dejo de tomarme las pastillas de rigor. Me recuerdan cuando estuve enfermo de cuenta atrás. Lo escribo ahora porque antes, cuando me estaba pasando, me daba pereza hacerlo. No quería que me hicieran sentir la urgencia de los días. Solo pensaba en tener tiempo para algunas despedidas, acabar la novela, llegar a tiempo del último disco de tu artista favorito. Sin ninguna grandeza. La vida me había cansado. No quería más. Solo no sufrir. Me curé, aunque siempre te mata la primera herida. Eso también lo sé. En las películas, al asesino a quien dejas de matar es quien te liquida.
Cuando estaba enfermo de cuenta atrás ya albergaba deseos de huelga, pero privó la sanidad pública. No me iban a dejar marchar. Con los impuestos de todos los huelguistas estaban decididos a salvarme la vida y lo hicieron. Espíritu de clase. Desde hace dos años tengo una bicicleta en el trastero. Solo he de hinchar las ruedas y salir a dar vueltas. No lo hago. Enciendo la tele y me veo un documental de la Segunda Guerra Mundial. Mañana haré lo de la bici. No es verdad. Da un poco igual.
No quiero ser productivo. Pero siempre acaba telefoneando algún agente doble para reventar la huelga. Dejo a Hitler y a Stalin repartiéndose Polonia y salgo a tomar una cerveza, a estar vivo, a ser feliz.