Y Putin no le rió la gracia

Y Putin no le rió la gracia
Director adjunto

Las ocurrencias, como los chistes, las carga el diablo. Hay constancia desde la Grecia clásica de la invención de dichos que retuercen el lenguaje para provocar la risa o la sonrisa. A veces, quien los pronuncia aspira a ser reconocido como una persona ingeniosa. Pero, en muchas ocasiones, los chistes sirven solo para rebajar la tensión. 

Eso es lo que debía de pretender Alberto Núñez Feijóo, cuando, seguramente de buena fe, despidió el curso político soltando la ya célebre frase de “las vacaciones están sobrevaloradas”. El presidente del PP, un político que proyecta una imagen de hombre más bien ceñudo, se tomaba por una vez una licencia. El escarnio que recibió su salida chistosa, en un país donde un tercio de los hogares no pueden permitirse una semana de vacaciones (datos del INE), es por todos conocido.

Es cierto que el líder conservador incurrió en el error de no calibrar bien su ironía, ya que resultó que muchos de los destinatarios de su mensaje no compartían el código en el que este fue emitido, pero su desliz fue solo anecdótico. No puede decirse lo mismo de alguna boutade proferida por Donald Trump en su baldía cita en Alaska con Vladímir Putin, que tuvo más de agasajo que de reunión política. 

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Putin y Trump, recién aterrizados en Alaska 

Kevin Lamarque / Reuters

El deseo de agradar a su invitado, evidente en toda la cumbre, tuvo un momento álgido cuando el anfitrión extendió sus elogios a toda la delegación rusa, sospechamos –por desgracia– que sin pizca de ironía. Trump llegó a decir, quizás refiriéndose al ministro ruso de Exteriores, Sergéi Lavrov, que “es tan famoso como su jefe”, al tiempo que se giraba para ver cómo encajaba su homólogo la broma. La media mueca, más de incredulidad que de sonrisa, esbozada por Putin evidenció el desequilibrio de poder en una cumbre de la que el ruso salió reforzado y Trump, retratado.

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Lo de Feijóo fue una mera codificación defectuosa. Lo de Trump, el presunto aliado de Europa, otra señal de alarma. ¿Por qué se muestra tan obsequioso con Putin? ¿Qué le debe? ¿Es solo admiración? ¿O acaso ha pactado una contraprestación (para él o para su país) a cambio de restituir la imagen del tipo que hace tres años lanzó una invasión a gran escala que ha causado centenares de miles de muertes, destrucción, secuestros de niños y la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial?

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