Vale más una paz sucia que una paz justa”, sentencia, hosco, el médico. Después de observarlo con paternal tolerancia, los demás comensales comentan –apesadumbrados, pero con buen apetito– el “terrible espectáculo” de la devastación de Palestina. En este momento, el camarero sirve los segundos y la charla se desplaza: “¡Qué pinta la lubina salvaje con salsa de algas! –dice el profesor que ha convocado la cena y ha escogido el restaurante–, pero os aseguro que el penegal con brunoise de patata es memorable”.

Enseguida la abogada del collar malva habla del “pobre Zelenski” y glosa el “inútil encuentro de Trump con Putin en Alaska”. Escanciando el “vino natural”, el economista bronceado sostiene que Europa “se está reconfigurando”. Con creciente entusiasmo explica que “hay tres Europas: la mediterránea, presionada por Marruecos y Turquía, y por Rusia desde Libia. La Europa central, con una Alemania alarmada porque su célebre industria puede ser eficiente pero también obsoleta”. Concluye, escuchándose: “Y atención al Este, atención a Polonia: es la aliada preferente de los americanos y será la nueva Alemania. ¡Yo ya estoy invirtiendo allí!”.
“La paz justa no llegará y morirá mucha más gente; es preferible la paz sucia”
La conversación queda suspendida en los aromas de los platos. La joven acompañante del economista, que luce un outfit verde mínimo, aprovecha para contar que estuvo en el concierto de Ara Malikian en Cap Roig. “¡Me encanta! Nació en Líbano, de padres armenios, mezcla estilos mediterráneos, ¡es tan multiculti!”. Ahora, las texturas de chocolates, helados y semifreddos se confunden con la cremosidad de las narraciones compartidas. Si uno relata un viaje a Japón, otro compara la arena de Maldivas con la de Llafranc. Fraternal, la abogada lamenta los incendios; y el sentimental protesta: “¡Que no pase un año antes de volver a vernos!”.
El profesor propone un brindis de amistad. Pero el médico se adelanta, alzando con hosco brío la copa: “Brindemos por una paz sucia, que la guerra acabe como sea”. “¡Querrás decir una paz justa!”, le contradice la abogada. Sigue el hosco: “La paz justa no llegará y, por tanto, morirá mucha más gente: ¿quieres eso?”. “Qué hombre tan pesado –dice la del outfit verde mínimo–. ¡Ni que esto fuera la asamblea de la ONU!”.