El vecino de verano de mi vecino tiene un loro que habla poco, pero habla. Arriba, arriba, le chilla cada vez que intenta una siestecita en la hamaca. Venga, venga, le apremia cuando huele el café hirviendo. Vamos, vamos, cuando escucha tintinear las llaves. Adiós, adiós, cuando sale hacia la playa. Y eso es todo. No es capaz ni de un triste hola.
Parece majete, pero es un tocapelotas, dice el vecino de verano de Zape, que en realidad es una lora gris africana. Lista como un zorro, testaruda como una mula y medio muda cuando por raza tendría que hablar como una cotorra... Se la trajo, ya no recuerda cuándo, un amigo de sexta generación (él llama así a los advenedizos) que se iba de viaje. Serán solo unos días, dice que le dijo, cuando habría sido mucho más noble la excusa del voy a por tabaco. No le ha visto más el pelo.

Y así es como el vecino de mi vecino acumula ojeras, melenas de cantante de ABBA (Zape lo agrede locamente cuando visita al barbero) y dos vacaciones sin vacaciones. Con la lora, su percha plataforma, su bebedero de diseño y su manía de replicar el silbido de la lavadora y los runrunes del aire acondicionado. Esta vida estropea.
Intentó darla en adopción. Consultó con centros de acogida. Regalarla. Sortearla por Navidad... pero nada. Y como tampoco puede permitirse los veinte euros diarios que cuesta una residencia de aves, el torturado vecino de mi vecino acabó haciendo lo más sensato. Arrancó la puerta de la jaula donde la lora gris sigue medio muda y del todo sorda al malestar que causa. Sin ninguna intención de dejar la casa.
Hace unas noches el pobre hombre se despertó embriagado de esperanza. Dice que oyó unos pasitos. Irregulares. Torpes. Acompañados de un zumbido nuevo. Como de un saltar zozobroso. Ya veía a Zape volando lejos, la jaula en la basura y las ventanas del apartamento selladas para siempre. Pero en lugar de la huida del pájaro tropezó con una Autographa gamma de las que desde hace meses noctambulean en tropel por todo Madrid. Jura que no la tocó. Y que regresa todas las noches mientras la lora descansa.
Vale que no pinta a plaga como lo de las palomas y las gaviotas, pero ya están aquí. Las polillas gigantes, esas enormes mariposas peludas y desvergonzadas que hacen buena a la más asquerosa de las cucarachas... Una, ¿la primera? (con) vive con el vecino que no sabe decir basta y su loro que calla.